La chica de Boiro no existe

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Es la única que permanece en silencio desde que el circo que rodeó el caso de Diana Ora volvió a encender los focos en todas sus pistas. Solo sabemos de ella que pudo ser la siguiente si el día de navidad el Chicle hubiese conseguido lo que teóricamente pretendía: llevarla con él como llevó a Diana. Desde el hallazgo del cuerpo en la ya famosa nave de Asados, a ninguno de los secundarios de este drama le faltó su minuto de gloria en los magazines de la mañana (Off topic: de verdad, después de escuchar a Oprah en los Globos de Oro, ¿alguien puede seguir pensando que Ana Rosa es su versión cañí? ¿¿En serio??). Sin embargo, a ella no la vimos por ninguna parte: no sabemos nada sobre ella excepto que fue su denuncia la que precipitó los hechos e incluso casi echa por tierra el «minucioso» trabajo de la Guardia Civil.

«No fue una casualidad la que hizo avanzar la investigación; fue un obstáculo». Así de rotundo se mostró el coronel Jambrina en la delegación del Gobierno, en aquel ejercicio de autobombo con forma de rueda de prensa que remató con todos los implicados en el operativo repartiendo abrazos de satisfacción bajo el lema «ninguna policía del mundo lo habría hecho mejor». «La investigación es rigor, método y constancia y tiene sus tiempos». El intento de agresión de Boiro «nos obliga a salir de nuestro guion y es un problema, porque no estamos en condiciones de presentar esa gama de datos al juez de manera ordenada».

Si seguimos el relato del coronel, ese intento parece directamente sacado de una peli de los Coen. Después de un primer acercamiento y “cuando parece que cada uno va a seguir por su camino?, el Chicle, «con esa agilidad mental que tiene», advierte que ella se había fijado en la matrícula de su coche y es entonces cuando «decide que no puede dejarla marchar».

Dejemos a Jambrina que nos lo cuente: «Llega a introducirla en el maletero, pero se salva porque deja una pierna fuera. Como el Chicle está de baja laboral porque fue operado del hombro derecho, está bajando la puerta “porque está limitado el movimiento del brazo” no consigue que meta la pierna; cuando la mete, ella dobla las rodillas y tampoco consigue cerrarla. En ese momento, ella ve que se acercan dos personas, y empieza a chillar muy fuerte pidiendo ayuda; el Chicle se mete en el coche, ella baja y el Chicle se va». Si alguna vez la historia llega al cine, a este «delincuente avispado y profesional» debería interpretarlo Steve Buscemi. O Pepe Viyuela, escalera incluida.

Mientras, nuestra protagonista era capaz de librarse del asalto al tiempo que memorizaba los números de la placa y enviaba «accidentalmente» una nota de voz por el Whatsapp. Me recuerda a la espía que secuestraban en aquel antiguo anuncio y que, con los ojos vendados, era capaz de descubrir el itinerario por lo que la habían llevado, el número que marcaron desde el teléfono del coche (de aquella, tecnología punta) y, por supuesto, reconocer el vehículo, que era lo que trataban de vendernos. Parece demasiado para una chavala normal, una posible víctima propiciatoria de un depredador sexual…

Por eso estoy convencido de que «la chavala de Boiro» no existe. Si los hechos acontecieron tal y como nos contaron, aquella especie de ninja tenía que ser, en realidad, una suerte de agente especial; alguien que se encontraba en la zona para realizar alguno de los trabajos secretos que se deciden en despachos con poca luz y que solo se conocen décadas después cuando se desclasifican documentos confidenciales. Como el sheriff que decidió hacerle la puñeta a Rambo, el Chicle «eligió a la persona equivocada». Y, como los agentes de narcóticos que se meten en una operación del FBI, a punto  estuvo de hacer que toda la investigación saltase por los aires.

La teoría de la superagente es, hoy, la única que tiene sentido. La alternativa sería pensar que, pese a que ya en noviembre la Guardia Civil estaba convencida de la culpabilidad de Abuín, él podría haber disfrutado de la oportunidad de añadir otro nombre a su lista de -supuestos- abusos.

Y eso no es, precisamente, para darse palmadas de satisfacción en la espalda, ¿verdad?

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