Los que no cuentan

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En Berlín, de cada tres ciudadanos, uno no es alemán. Un tercio de la población berlinesa no tiene pasaporte teutón, ni derecho a votar en las elecciones nacionales. Como europeo sí se tiene derecho a votar a nivel local, tan solo unos meses después de empadronarse.

Pero según publicaba el pasado fin de semana el Berliner Zeitung, en el berlinés/neoyorquino barrio de Mitte, el 36% de los residentes no tiene derecho al voto nacional y el 24% no puede votar en las elecciones locales. Según el mismo diario, el 14% de la población alemana, unos 9.7 millones de residentes, no tiene derecho al voto. (O sea, no pueden votar el equivalente a todos los habitantes de Galicia y Cataluña juntas.) Para votar hay que nacionalizarse alemán y este país solo reconoce una única nacionalidad o doble, si se trata de la de un país europeo. Los verdes, la izquierda, el SPD y el FDP apoyan la idea de cambiar el proceso de naturalización. Casi 10 millones de personas, algunas con más de veinte o treinta años en el país, se niegan a adquirir la nacionalidad porque perderían la de su país de nacimiento. Esos 10 millones no votaron el pasado domingo. Los partidos conservadores como el CDU y CDS no se aclaran con este tema, mientras que la ultraderecha, por supuesto, se opone ferozmente a concederle el derecho al voto a alguien que no sea ario.

Si llevas décadas viviendo en un país, pagas impuestos y hablas el idioma, pero no tienes pasaporte, ni derecho a opinar sobre el gobierno de ese país, eres un ciudadano políticamente invisible, doblemente incontable, pues tu criterio no puede ser contado, ni tampoco cuenta. En Berlín se habla inglés, español, turco, etc. y también alemán. Cada barrio tiene un alcalde de un partido que gobierna ese distrito y en las últimas elecciones pude votar a nivel local.

Esa votación forma parte de la asamblea local o del Bezirksverordnetenversammlung (BVV), una de las muchísimas palabras impronunciables en ese idioma. Hace unos días una amiga berlinesa se reía de mis esfuerzos con el dichoso vocablo, bromeando que para ser ciudadano alemán solo se debería ser capaz de decir esa palabreja, y ya. En Friedrichshain, un barrio del Este, aún adornado por vestigios de la DDR, con calles con nombres de comunistas, de espías y cruzado por la que fue Stalin Allee y luego Karl-Marx Allee, un vecindario famoso por su antifascismo y donde gobiernan los verdes, cuando después de más de una hora de espera, entré a mi colegio electoral (que literalmente es un colegio, la escuela Jane Addams, en honor a la sufragista) y mostré mi pasaporte, el hombre de la mesa le gritó a su compañera como si cantara un bingo: Wir haben einen BVV! (¡Tenemos un BVV!) A lo que ella respondió sonriente, en una coreografía perfecta: Nur ein Stimmzettel! (¡Solo una papeleta!) Me parecieron alegres e ilusionados de que alguien sin ciudadanía alemana, se hubiera acercado a votar por su vecindad.

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