La burka de Millán-Astray

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La burka es un instrumento peligroso y versátil. Tanto le sirve a un talibán como a un fascista. Cada uno con su agenda y la burka en la diana de unos y otros, que la usan para controlar y prohibir. La burka es convertible. Es como esa capa que tenía Harry Potter: sirve para hacer invisible a quien se la ponga o impongan. Sirve para ocultar ojos morados, hematomas, dientes rotos, golpes, abusos, latigazos, puñetazos, torturas, patadas, violaciones, cicatrices… etc. Sirve para silenciar y esconder si quien la lleva es una mujer de ochenta años o una niña de doce.

Burka en Hyde Park. Xuño de 2010. Foto Mario Sánchez Prada CC BY-SA 2.0

La burka sirve para ocultar inconveniencias menstruales, que parecen molestar más a algunos hombres, que a las mujeres que tienen que sufrirlas y sangrarlas. Sirve para ocultar la primera menstruación que, según los energúmenos feminicidas talibanes, las «mujeres/niñas» deben tener en casa del marido. La burka sirve también para ocultar la edad de las víctimas de pedofilia porque, para los valientes guerreros religiosos, mientras tengas vagina los años no importan.

Muller con burka e Kabul. Foto AlfredoGMx. Wikipedia

La burka sirve a los extremistas para controlar, oprimir, abusar y usar a niñas y mujeres. La burka sirve al fascismo. Ya sea el extremismo radical religios o el fascismo clásico, tanto de los jabatos de VOX como del meapilas Millán-Astray. La derecha fascista de medio mundo usa la burka como excusa para cargar contra la emigración y los derechos humanos de cualquier musulmán, cualquier marroquí, cualquiera que tenga la piel oscura y hable con acento africano, sirio o afgano.

Curiosamente, cuando se debate prohibir la burka en Europa, se eleva la simpatía por los partidos fascistas y se alza el miembro tieso de la derecha radical antislámica. O lo que en España es el brazo–callejero que le faltaba a Millán-Astray y que tan bien se lo han repuesto los fascistoides madrileños. La burka como el fantasma del legionario mutilado, el infame general fascista que sigue insultando y levantando polémicas, oprime minorías. Y también sirve como sudario para enterrar a las que ya no pueden aguantar más. La burka sirve para envolver el cadáver de la esclava. Es una mortaja, un ataúd, tanto si quien la usa está viva o está muerta. Hoy en día, hasta el bufón Almeida entendió el valioso usufructo del sinsentido, de la paradoja, el disparate que ladraba aquel despreciable coruñés: ¡Viva la muerte! Pues era eso, imbécil: Viva la burka.

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