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Claro que os mentí. Pero os mentí porque metéis mucha presión. Sois muy cansinos con vuestras absurdas normas. Me inventé lo de los encapuchados dibujando en mi culete la palabra «Maricón» porque ya no sabía que hacer para defenderme de vuestras mierdas. Estaba en un pozo. Vosotros ahí dándole con el rollo de la fidelidad, de la pareja de Disney, sin parar, como si la vida fuese un absurdo cuento de princesas y ataduras. Y después lo del sado. A ver cómo os lo explico sin que me juzguéis o me enviéis al siquiatra.
¿Que fui demasiado lejos? Claro que sí, y os pido disculpas. No medí bien las consecuencias de mi mentira. Lo siento, disculpad. Especialmente a los agentes de policía que me ayudaron a entrar en razón, a los periodistas que abrieron sus informaciones con mi estúpido invento. A todas las personas de buena fé que se preocuparon por mi y a todas las personas que sufren agresiones de odio.
Pero sobre todo, disculpas, las más sinceras y profundas, a quienes lucháis cada día contra la violencia homófoba, pues sin haberlo pensado, banalicé nuestra batalla tan necesaria. Disculpas, una y mil veces disculpas.
Voy a explicarme. Tener una pareja estable no significa que no desees otras experiencias sexuales al margen de ella. Y eso hice, ejercer mi libertad, pero con una enorme carga de culpabilidad y autoodio. Sé que la mayoría de vosotros pensáis, al menos de boquilla, que eso no debe hacerse, que con la pareja hay que ser fiel como manda el catecismo. Pues no. ¿Cómo combinar el enorme e inquebrantable amor que siento por mi chico con el deseo irrenunciable que siento por otras personas? En eso estaba, tratando de aclararme y de aclarar mi vida… pero mientras, pasó lo que pasó.
Y lo que pasó fue la oportunidad de disfrutar de una noche de sexo como a mi me mola. Entregarme, sentirme dominado, dejar mi voluntad en manos de otro, trabajar absolutamente para su placer, regalarle mi cuerpo hasta que me convierta en la ceniza de su cigarro. Entiéndase la metáfora, el juego. La fantasía sadoca.
La cosa es que, en mi espiral de entrega, a la que viajo consciente y con la seguridad de que mis colegas saben dónde están los límites, algo no funcionó bien. Fuimos demasiado lejos con el cúter y las consecuencias ya son de sobra conocidas.
¿Cómo le explico esto a mi chico y cómo os lo explico al resto sin que me juzguéis, sin que me llaméis de todo, sin que os imaginéis que soy un depravado y no merezco la vida? La presión es inmensa. A mi nene le quiero con locura. No lo cambio por nada ni por nadie, pero eso no me impide vivir experiencias con otras personas. Es algo así como vivir.
Capítulo a parte merece el rollo sado. No necesito que nadie me entienda. Sólo que respete mi libertad. Y no es fácil, pues el macherío se impone constantemente y a todas horas. Nos cuesta hasta definirnos como pasivos en las redes, pues es tal el predominio de la masculinidad normativa que ni pluma, ni culos se salvan del escarnio. Normalizar la dignidad del pasivo es una necesidad imperiosa en las relaciones entre hombres. No se es más ni se es menos hombre por disfrutar con el culo. Quien mantiene ese desdoro es un puto reflejo del machismo dominante y ramplón. Y si la pasividad del juego erótico se acerca a la sumisión, la situación que se crea no deja de ser una experiencia festiva entre dos hombres libres que disfrutan como les sale del higo.
Disculpad mi absurdo comportamiento, mi falta de empatía, mi enorme metedura de pata. Sólo quería explicaros lo que siento. Aún habiéndoos decepcionado tanto, espero que hayáis entenido, al menos mínimamente, cuales eran mis circunstancias. Agradecido por ello, me voy con la cabeza baja, reivindicando la dignidad del sexo fuera de la pareja y la honestidad del juego erótico sadomasoquista.
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