Las lágrimas de Xulio

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Las lágrimas de Xulio Ferreiro al despedirse de la alcaldía de A Coruña son uno de los símbolos de estas pasadas elecciones municipales. Sus lágrimas son las lágrimas de un sueño roto. El desmoronamiento de las mareas se ha llevado por delante a sus tres alcaldes y a sus mejores opciones como posibles candidatos a la Xunta.

No le conozco personalmente, pero desde el primer momento, Xulio Ferreiro me pareció un político distinto que venía a abrir una etapa ilusionante en el Ayuntamiento de A Coruña. Fue como un soplo de aire fresco, como lo fueron Martiño Noriega en Santiago y Jorge Suárez en Ferrol. Era la nueva izquierda que venía a renovar el estancado escenario político gallego. Todo aquel caudal ha acabado de repente en un fracaso histórico.

Visto desde Madrid, Ferreiro era un alcalde cercano, muy alejado de la imagen del emperador Francisco Vázquez. Se rodeó de gente para tomar posesión, su hijo pequeño lloraba de fondo mientras atendía desde casa a las radios de mayor audiencia y en su despedida rompió a llorar por algo más que por la alcaldía.

Las Mareas no han tenido un día de paz. Las guerras internas entre cada partido, cada sector y cada familia han sido constantes. Beiras no ha dejado de ser Beiras ni un minuto; Luis Villares ha acabado enfrentándose con todo el mundo y todos han roto con Podemos después de ser irrelevantes en el Congreso. En las dos últimas elecciones, los votantes ya no sabían a quién votaban.

Las divisiones internas han pasado factura a los alcaldes de las mareas como también, sin duda, sus errores de gestión y la desafección de muchos de los sectores progresistas que les apoyaron hace 4 años y que esta vez han vuelto por un lado a un PSOE en racha tras la victoria de Pedro Sánchez y por el otro a un BNG en claro ascenso. 

Hay un factor más, sin duda decisivo para Ferreiro y también para Noriega. Gobernar A Coruña o Santiago con los grandes poderes económicos, políticos y mediáticos en contra es casi misión imposible. La campaña de desgaste fue permanente desde el primer día, pero eso era algo tan previsible como que en Galicia todavía llueve, tal vez un poco menos, pero sigue lloviendo. Por eso es imperdonable que no supieran gestionar esta circunstancia y enfrentarse a ella.  

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