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Acaban de reabrir la mítica taberna Eligio de Vigo. Mi padre fue allí durante sesenta anos a tomar la chiquita, y de niña me gustaba mucho que me llevase. Eligio, con su bata azul y el lápiz en la oreja, me hacía sentir importante porque a los hijos de los clientes siempre nos llamaba por el nombre. En una de las paredes que tanto arte vistieron vivía un loro que jamás dijo palabra, pese a escuchar todo el día a los mejores oradores de la ciudad.
Allí se reunían periodistas, pintores, poetas, políticos y escritores, que con los años fui conociendo. De adolescente bebí mis primeras tazas con Lodeiro, Mantecón y Laxeiro, tan generosos conmigo en confianza y cariño. Pero mi paleta de colores quedó incompleta: no llegué a tiempo para brindar con Lugrís. Por el Eligio también paraban Celso Emilio Ferreiro y Álvaro Cunqueiro, a los que sonreía y robaba las aceitunas del aperitivo sin saber quiénes eran. Recuerdo el día que don Álvaro nos mandó ir a hacer el indio a la calle, a la hoy periodista Begoña Fontenla y a mí, por bailar entre los barriles de la tasca. Reconocí aquella cara en la prensa una década después y, alrededor de mis quince, me animé a leer sus cuentos.
La primera apuesta de la Televisión de Galicia para serie dramática de ficción fue Os outros feirantes (1989), seis relatos extravagantes, adaptados por el guionista y director Xosé Cermeño, que cobraron vida en la mirada del realizador Miguel Piñeiro y con la producción de Moncho Varela. Sentí orgullo de la serie y admiración por el mayor fabulador de la literatura galega, a quien ya le había perdonado el desaire a nuestros pasos infantiles de baile entre toneles.
Os outros feirantes le dio visibilidad en la televisión autonómica que echaba a andar a más de medio centenar de actores gallegos de teatro. Hoy todavía conserva el encanto del primer día y cada capítulo refleja el sentido del humor, las creencias y las supersticiones del rural gallego tan presentes en los mundos mágicos y evocadores de Cunqueiro: un acierto de la dramaturgia de la serie, siempre respetuosa con el ingenio y la retranca del escritor de Mondoñedo.
El primer episodio, Padín de Carracedo, interpretado por Xosé Manuel Olveira «Pico» y Ernesto Chao, cuenta la historia de un hombre que se queda tuerto de un ojo y se pone uno de vidrio violeta, color de iris que heredan sus hijos en la fantasía cunqueiriana. En A orella dereita de Antón de Leivas, con Santiago Ramos y Sergio Pazos, la pasión aparece cuando y donde menos lo esperas: gracias a una oreja en la que se escucha el sonido del mar. En O verdugo, con Alfredo Landa, Ángel Mora y Tuto Vázquez, asistimos a la representación de la mayor comedia humana de la Galicia rural. Buscamos a Isolda y la idealización de los grandes amores en Tristán García, con Gabino Diego, Luisa Veira y Vicente Montoto. Volamos junto a Roque das Goás, con Andrés Pajares, Manuel Lourenzo y Susana Dans. Y con Rossy de Palma y Gonzalo Uriarte creemos en los poderes de Hermelina da Ponte para hacer aparecer lunares en el rostro de las mujeres.
La taberna sirve otra vez vino de Leiro. El inspector Leo Caldas volverá a beber el sentimentalismo del Eligio como en A praia dos afogados (2015), basada en la novela de Domingo Villar. El guionista de la serie Gran Reserva (2010-2013), Eligio Montero -que se llama como la tasca porque el tabernero era el padrino de su padre-, podrá explicarle a todos su nombre delante de un par de tazas. El loro, cuando murió Eligio, se fue a vivir a casa de Begoña Fontenla. De haber querido, habría sido un gran cronista: conocía todos los secretos políticos, culturales y humanos que allí se escucharon. Y habría narrado los relatos nunca escritos que Álvaro Cunqueiro fabuló entre tragos de ribeiro.
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