¿Florencia sin los Uffizi? Como quieras

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Parece ser que hoy, entre alguna gente más joven, existe una fuerte resistencia a mezclar las cuestiones de derechos y costumbres LGTBI+ con las que tienen relación con el ejercicio sexual propiamente dicho, como si por ser gay o cualquier otra variante LGTBI+ ya por fuerza tuvieses que situar tus relaciones sexuales entre las prioridades de tu vida.
Resulta evidente que son dos planos muy distintos. Por una parte están los derechos civiles de todas las personas en igualdad, sea cual sea su tendencia sexual. Y por otra, la importancia que cada persona en concreto le dé a su relación con el sexo como parte de su costumbre, ocio, moralidad o incluso religión.
Tendencias, por supuesto, las hay de todo tipo, y las personas LGTB compran los relatos que cada uno quiere en cada momento. Quizás es una suerte que no prevalezca un discurso único, que sólo surge cuando existe algún episodio aglutinador que cristaliza en una idea fuerza —por ejemplo los autobuses de la organización parafascista Hazte oír o las agresiones que de vez en cuando llegan desde ámbitos conservadores o eclesiásticos—. Desde los que creen en una “Nación gay” hasta los que se arrebatan con sus boas de colores encima de una carroza exhibiendo el resultado de su ciclo de refuerzo muscular, todas y todos tienen su lugar en el movimiento LGTBI+.
Entre esos dos prototipos existen miles. Precisamente porque la libertad y el respeto es el único fundamento que unifica, y a la vez atomiza, el ambiente. La lesbiana feliz con su pareja cerrada y duradera. La lesbiana socialmente activa que hace bandera de su visibilidad social. La mujer que antes era un hombre y decidió apuntarse a una vida más plena y feliz. La marica que siempre fue de pinta hetero hasta que va tomando conciencia de su pluma y lo asume sin tragedia. El bisexual con mujer e hijos que tiene dos o tres amantes secretos para complementar su felicidad. El gay armariado lleno de miedos que no se atreve a más. Y el que se atrevió y está satisfecho. Y el que no lo está. El chaval de instituto que descubre límites más allá de lo que aprendió desde pequeño y decide explorar nuevos caminos. Los activistas que llenos de buena voluntad rozan la patologización. Y también los activistas que se acercan a la realidad con ópticas normalizadoras y empoderantes.
Ese afán transversal, en el que todas y todos tenemos nuestro lugar, en el que cada una puede sentirse más o menos cómoda, tiene buena parte de la culpa del éxito social del discurso LGTBI, por mucho que los cambios de mentalidad necesarios para la normalización total tengan a la fuerza que ser lentos y muchas veces controvertidos. Los cambios culturales de cierto calado cuestan años, generaciones. Hay personas que los asumen con facilidad y a otras a las que les cuesta un mundo.
Volviendo al inicio, no creo que a nadie deba molestar el interés que muchas personas LGTBI (especialmente hombres gays) muestran por las cuestiones de índole sexual. Es el resultado de su propio camino hacia la plenitud, ese que generó costumbres sexuales como el cruising (sexo entre desconocidos). Es simplemente una opción, entre otras muchas. Si a alguien no le interesa saber en qué playa se folla, que no lea esa información, no problem. Pero que no impidan que otros la lean. También puedes ir a Florencia y no interesarte la galería de los Uffizi. Puede que para ti sea suficiente con las esculturas de la calle. La opción es de cada uno.

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