Elites, las de antes

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No duró un año Antón Arias Díaz-Eimil al frente de la patronal gallega. Pocos daban un duro por él desde que dijo que la reforma laboral no había servido para nada (para nada bueno), que había que subir los salarios (aunque luego las autoridades económicas concordaron esa opinión) y sobre todo cuando dijo que Cataluña debería poder decidir qué quería ser de mayor. No lo echaron por eso. O no principalmente por eso.

Si a Antón Arias lo echaran por «rojo peligroso», tendría enfrente una oposición de signo contrario, conservadora, no necesariamente coherente en todo, pero sí en la conformación de una alternativa: ese clásico de «lo que sea y quién sea, menos que sea este». No obstante, al presidente de la CEG no lo tumbo la reacción de la reacción, por decirlo claro y sin miedo a la redundancia. No hubo una pinza de la Construcción y el Metal, o un frente común Pontevedra y Ourense. Se fue por falta de apoyos y/o harto, por mucha que cada medio local venda que su respectiva patronal era la agraviada. Más frente a él no queda nada, o queda más bien lo de siempre. Unas organizaciones no sé se representativas (eso sabrán los representados), pero que mejor que no lo sean, si ese es el nivel. Es más fácil seguir los ires y venires de la política de alianzas, encuentros y desencuentros de Juego de tronos que los de la Confederación de Empresarios de Galicia. Si en ella hubiera bodas, no tengan la más mínima duda de que serían igual de animadas que las que tienen lugar en la serie de HBO, pero con marisco. Si un sindicato ―que no fuese norteamericano― tuviera el porcentaje de líderes imputados o presos que tienen las organizaciones patronais españolas, en estos momentos sindicarse sería ilegal.

No hay que mirar el pasado. Ya decía Oscar Wilde que su único encanto es que es el pasado. Pero las élites, los poderosos, antes eran otra cosa. Entendámonos. El dinero y el poder en cantidades respetables (quiero decir considerables) se amasan cómo se amasan (hablo de los sistemas dentro de la legalidade vigente). La diferencia, en todo caso, es lo que se hace con ellos. Pedro Barrié, o José Fernández López (el fundador de Pescanova) por hablar de dos capitanes de la industria con semejanzas y diferencias, posiblemente no sean santos de la devoción de ninguno de ustedes, pero cualquier análisis desapasionado podría encontrar méritos que poner en el otro plato de la balanza, y estaban integrados en esta sociedad, para lo malo y para lo bueno, por mucho que supieran , como decía ―otra vez― Wilde, que no había nadie tan rico que pudiera comprar su pasado. Sin embargo, los grandes empresarios de hoy, por lo general el único liderazgo que asumen es el que tiene como objeto asegurar su propio crecimiento, sea aquí o acullá. Quizás sea una impresión mía, o quizás, como advertía Arthur C. Clarke, el pasado no es lo que solía ser. Ahora, ni explotar con tino saben.

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