Monjas en horario laboral

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Soy poco de entrar en iglesias. En Santiago vivo frente a una capilla que tardé años en conocer… y fue para colarme en una boda que me despertó curiosidad: siete invitados, los novios, los padrinos y el cura. Para no hacer el número trece y que algún supersticioso me acusase de agorera, me escapé enseguida y espié desde la ventana de mi casa la salida de los recién casados -no precisamente unos chavales, las caras delataban su edad-, acompañados de cuatro monjas y tres niños. Me parecieron una versión siglo XXI de Sonrisas y lágrimas (1965): otra religiosa que colgaba los hábitos por amor.

Julie Andrews en la boda de la novicia rebelde con el capitán Von Trapp, en Sonrisas y lágrimas.

En una cuidad, como Santiago, que vive de un turismo tan relacionado con su patrimonio eclesiástico, ves monjas por todos los rincones. Sus velos, tocas y escapularios siempre me llamaron la atención: ¿por qué una mujer querría recluirse en ese tipo de vida, en esa cárcel de telas, y renunciar a la moda de Amancio Ortega?

La actriz gallega, Olalla Oliveros.

La actriz gallega Olalla Oliveros hizo ese viaje en la realidad. Era una cara conocida en publicidad, conseguía papeles en series televisivas de éxito, cuando, en una visita al santuario de Fátima, sintió «la llamada del Señor» y canceló todos sus contratos. Pasó de la exposición cotidiana a la clausura de un convento. Ahora se llama Olalla del Sí de María y cuida ancianos: consiguió, sin duda, su papel más estable y satisfactorio.

Silvia Pinal, en Viridiana.

Las producciones audiovisuales no escapan del peso de la religión. Monjas de órdenes reales o imaginadas; relatoras de vidas o, por contraste con lo esperado, impostoras, irreverentes y terroríficas: de todo hay en las pantallas del Señor. Luis Buñuel filmó Viridiana (1961), una historia alrededor de una novicia desconcertante para la España ultracatólica de principios de los 60. Premiada en el Festival de Cannes, chocó con la censura franquista, acusada de impía y blasfema, y hasta el regreso de la democracia no gozamos de este guion impecable interpretado con solidez por Silvia Pinal y Fernando Rey.

Entonces veíamos Sor Citroën (1967), indefendible por mucha gracia que nos haga Gracita Morales, sor Tomasa, al volante. La mediación que hace en el maltrato de Rosalía por su marido, pura violencia machista, es simplemente vergonzosa. Así estaba la situación hace 52 años y así lo delatan secuencias tan bochornosas como esta:

Con Entre tinieblas (1983), Pedro Almodóvar funda la congregación de las Redentoras Humilladas, un convento con monjas drogadictas, lesbianas, masoquistas… Conquistó al público más progre, pero Carmen Maura, Marisa Paredes, Chus Lampreave y Julieta Serrano, en papeles tan arriesgados como los de sor Perdida, sor Estiércol, sor Rata de Callejón y la Abadesa, irritaron a los sectores más beatos y meapilas del país. Almodóvar echa mano de la imaginería católica para encajar personajes considerados impropios de esa escenografía santurrona. Pasados treinta años, afortunadamente ya no hay quien se escandalice con la sátira del director manchego.

Carmen Maura y Marisa Paredes en Entre tinieblas, de Pedro Almodóvar.

Propuesta también divertida es La llamada (2017), curiosa comedia musical en la que unas vitalistas monjas de Segovia son capaces de contagiar de fe el amor. Javier Calvo y Javier Ambrossi, los Javis, adaptaron al cine el sonado éxito teatral, con las mismas actrices que llenaron de energía y diálogos frescos el escenario. Acertaron y hoy siguen triunfando con otra serie, Paquita Salas.

Fotograma de La llamada (2017), adaptación al cine del éxito musical por Javier Calvo e Javier Ambrossi, los Javis.

 En 2009 vimos a una devota María Bouzas como abadesa en el monasterio de Carboeiro, en Silleda. El suspense Reliquias (2009), guionizado por Puri Seixido y ambientado en la Galicia del siglo XIII, nos lleva por una trama de investigación bien armada e interpretada con consistencia.

María Bouzas, en Reliquias.

Isabel Coixet contó en Elisa y Marcela (2019) la historia del primer matrimonio entre mujeres documentado en España, oficiado además en una iglesia, la coruñesa de San Jorge, burlando leyes humanas y divinas, disfrazada de hombre una de ellas. Las jóvenes se habían conocido cuando se formaban como maestras en una institución tutelada por monjas, como las interpretadas en el filme por una correcta Mariana Carballal, profesora de letras, y Luisa Merelas, sor Clara, convincente en su ceguera, que non le impide darse cuenta de ese amor lésbico. Eché de menos en la película un viaje más profundo a las vidas y los sentimientos de Elisa y de Marcela: la mirada de la directora catalana es superficial, no ahonda en el drama de dos mujeres extraordinariamente valientes de la Galicia rural de 1900.

Mariana Carballal, la profesora de letras de Elisa y Marcela de Isabel Coixet.

Es hora de cerrar el convento. Las religiosas a jornada completa no desnudan los hábitos; alguien tendrá que contemplar cómo se nos va la vida con las prisas y dar fe. Y preparar los dulces.

Amén.

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