Amar en futuro

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Desde que Ruliña voló me duele el vacío de su ausencia. Lo deshabitado no debería causar daño. Sin embargo, ese espacio desocupado es lo que más nos duele. La falta del otro o de la otra nos desbarata. Creo que siento una oquedad más penosa, que la que me dejó romper con mi última pareja humana. Quién contaba con que enamorarse de un pájaro sería tan ingrato. Una amiga me comentó que siempre tuve la opción de cortarle las alas, como hacen algunos. Pero enamorarse de una ave para no dejarla volar no tiene mucho sentido. Al contrario, mi obcecación con esa corneja se trataba exactamente en ayudarla a aprender a volar. Lo que no entendí es que en el proceso me robaría un pedazo del corazón. Dicen que los córvidos son pájaros ladrones, y con razón. Por ahí andará saqueándole las entrañas a otra. Igual que mi última pareja, supongo. A pesar de estos tiempos tan complicados de pandemias y máscaras, he decidido que lo mejor será volver a las humanas. No obstante, conocer a alguien en persona se ha convertido en una hazaña de dimensiones épicas. Los lugares donde normalmente se ligaba: bares, gimnasios, bibliotecas, etc. han sido clausurados por prescripción facultativa. Lo único que nos queda en esta nueva “normalidad” son los supermercados, los semáforos en rojo y las redes (de pesca) cibernéticas. Echar un ojo a la variedad de estilos emocionales que se ensayan hoy en día, es una epopeya más extraordinaria de lo que nunca imaginé. Meterse en una página de citas es vivir en el futuro. Tele-transportarse al Planeta Utopía para descubrir un maravilloso universo de ciencia ficción. En las redes hay una vida genialmente audaz, mientras afuera aún existen esas momias de Vox. La disparidad entre cómo se ama y los que quieren regular ese amor es de al menos quinientos años. La cantidad de opciones sexuales, asexuales, emocionales y románticas que se ofrecen, me recuerda a la primera vez que fui a un supermercado  en un barrio pudiente de los Estados Unidos.  No había una marca de palomitas, había todo un pasillo de veinticinco metros dedicado exclusivamente a mis adoradas rosetas de maíz. (Ahora se me ocurre que lo de mi obsesión por las palomitas, siempre fue mi subconsciente buscando a mi corneja Ruliña.) Al principio, la sorpresa de darme de bruces con el paraíso de una oferta casi infinita, me dejó apabullada e indecisa. Pero poco a poco me acostumbré a los centenares de posibilidades. A no desdeñar las de sabor a jalapeño, ni repudiar las de queso o las de cebolla y nata ácida. Había que probarlo todo. En la variedad estaba la oportunidad de enriquecer mi paladar. Lo mismo me está sucediendo con lo de conocer posibles parejas en páginas de citas. La heterogeneidad es tan asombrosa que lo primero que he hecho ha sido ponerme a estudiar. Intentar averiguar qué significa qué es como aprender un idioma que se te ha olvidado, aunque en realidad nunca lo hablaste bien. Tanto así que la acepción “queer” me parece ya más convencional que un vestido de novia con encaje. Está claro que cada uno debe ser, definirse y hacer lo que le venga en gana. Eso es más que obvio, pero lo que me parece más dudoso es ¿qué tipo de orientación es “akiosexual” o “demiromántico”?. Que levante la mano quién sepa qué es “aroflux”. ¿E “hijras” o “lithromanticismo”? ¿Y si Pablo Alborán se hubiera declarado “akoiromántico”?.  ¡Eso sí que nos hubiera dejado fríos! No bromeo, ni me invento ningún término. A la hora de registrarse en una de estas páginas, hay que “definirse”. El espectro romántico incluye también el “aromántico” y el “asexual” . Es un campo tan diverso que tengo la sensación de que puede pasarse uno la vida entera intentando aclararse con tanto tecnicismo. Entre las opciones aparecen palabras como: “gray-asexual”, “aceflux”  o “reciprosexual” y otras muchas con las que J.K. Rowling y Carmen Calvo se atragantarían hasta el sofoco. Sin contar con la auto-definición en la forma de usar los pronombres, que incluye no sólo el género masculino y femenino, sino también el plural. Serán gajes del oficio, pero debo admitir que eso de intercambiar los pronombres y usar la tercera persona del plural, sí que me resulta un poco confuso. No obstante, a pesar de mi ignorancia y del trabajo que me lleva aprender esta nueva lengua, las propuestas son tan variopintas que me siento optimista. El límite está en la imaginación de algunos humanos. No me cabe duda de que tarde o temprano encontraré a otra friki por las cornejas cenicientas. ¡Feliz Orgullo!

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