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Por mucho empeño que ponga, no me atraen las actividades en las que solo participan hombres. Me da lo mismo un debate electoral que ese congreso de criminalística cuya foto oficial resultó un posado de Alfonso Rueda junto a otros siete señores. En el gran debate televisado de las elecciones de noviembre vimos a cuatro mujeres pasar la mopa en el estudio, delante de cuatro hombres que aspiraban a gobernar. Querría saber cuántos de ellos levantaron la cabeza para sonreírles con un simple «buenas noches». Ese día, en la televisión pública, eran compañeros de trabajo.
En el teatro clásico griego, donde las mujeres no participaban, adolescentes aún con voz de pito vestían de rosa para que a los espectadores les quedase claro que interpretaban un rol femenino. Ser mujer nunca ha sido fácil, y representarnos en la pantalla o en los escenarios no va de calzar unos tacones y embadurnarse con quilos de maquillaje. El travestismo requiere no solo vestir la piel, sino mirar muy adentro, hacia el sentir y pensar de una mujer.
La comedia de Aristófanes Las asambleístas (392 a. C.) parte de la pregunta de cómo sería un mundo gobernado por mujeres, para luego apostar por una revolución en la que ellas asumen el poder frente a la impotencia de los hombres. Juan Echanove actualizó la obra con una visión política más contemporánea en la versión teatral La asamblea de las mujeres, con la que en 2015 debutó como director en el Festival de Mérida. El actor Pedro Mari Sánchez interpreta el doble papel de hombre-mujer y representa con la misma convicción a Blépiro que a Helena, hasta el punto de que cuesta reconocer en escena que ella es él. Pedro Mari estuvo soberbio: en el trabajo de interiorización, de asunción del rol femenino, con la dificultad añadida de que el texto es comedia, en la que muchas veces un simple gesto separa el humor del ridículo. En esta revolución, liderada por la actriz Lolita en el papel de Praxágora, el ourensano Sergio Pazos encajaba en cada función la bandera gallega: un guiño a casa, de cosecha propia, que no pasaba inadvertido.
Actores españoles vivieron esta metamorfosis con más o menos acierto: José Luis López Vázquez, en Mi querida señorita (1972); José Sacristan, en Un hombre llamado flor de Otoño (1978); Miguel Bosé, en Tacones lejanos (1991); o Paco León, estupendo en la serie La Casa de las Flores (2018-2019), son algunos de los valientes.
Y -superando todas las expectativas, grandioso- llegó Brais Efe como la representante de actores Paquita Salas. La serie homónima (2016-2019), tramada por los Javis, Calvo y Ambrossi, dio con el actor perfecto, un desconocido para muchos que en el primer episodio sembró la duda sobre su sexo en más de un espectador. Los diálogos, perfectamente escritos, ayudan a darle solidez al personaje, pero la feminidad que aporta Brais es de una naturalidad incontestable.
Cruzar las piernas como Sharon Stone en Instinto básico (1992) sale de dentro. Pocas veces acepto el pacto, como espectadora, de creer que ellos en las pantallas son capaces de engañarnos interpretando a una mujer. Cary Grant, en La novia era él (1949); Tony Curtis y Jack Lemmon, en Con faldas y a lo loco (1959); Dustin Hoffman, en Tootsie (1982); Robin Williams, en Señora Doubtfire, (1993); o John Travolta, en Hairspray (2007), se convirtieron en ellas por exigencia de las tramas y cosecharon un reconocimiento unánime.
Vibré con Eddy Redmayne en La chica danesa (2015). Me conquistó pese a todas las críticas. Transmite, con tenrura, la desazón vital de Lili Elba, la primera persona que pasó por el quirófano para un cambio de sexo. Su gestualidad expresa feminidad desde las tripas. El guión de la película es plano, pero Redmayne, apoyado en la sensibilidade de Alicia Vikander, cala.
Emocional; así es la serie Transparent (2014-2017). Jill Soloway, la creadora, traslada a la pantalla el impacto que vivió cuando su padre cambió el nombre de Harry por el de Carrie. Jill empezó a escribir Transparent la noche después de su primera cena con Carrie, luego de que ella y su hermana limpiasen la cara de Carrie manchada de salsa. Con esa situación, cargada de humanidad, presenta Soloway a Mort, Jeffrey Tambor, y a sus hijos: limpiando unas manchas de salsa en la cara. Delicioso personaje, el de Mort, y triste final para una serie sorprendente que ayuda a comprender mejor a las personas.
En casa, las tan reprochadas Mucha e Nucha nunca intentaron colárnosla. La indumentaria de Touriñán y de Marcos Pereiro no es más que un juego. ¿Criticable? Como todo. Personalmente, defiendo sus batas como traje regional humorístico y la valentía para sacarle punta a lo que algunos consideran incorrecto. Pero aquí entraríamos, como tantas veces, en los límites del humor, y esa ya es otra historia.
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