La inmensa mayoría de los jóvenes son del PP y todavía no lo saben

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Quizás la frase resulte más reconocible junto a las siguientes. «La inmensa mayoría de los jóvenes son del PP y todavía no lo saben. Si es que en pleno siglo XXI no puede estar de moda ser de izquierdas, pero si son unos carcas. Están todo el día con la guerra del abuelo, con las fosas de no sé quien, con la memoria histórica… Los modernos somos nosotros». Con este discurso, en setiembre de 2008, Pablo Casado hacía su presentación en sociedad, en el XIV Congreso del PP de Madrid.

Mi parte preferida sigue siendo la primera, por eso la escogí para el título. Y es que ilustra bien una idea que no suele ser fácil de transmitir y desde luego es muy difícil de manejar: la realidad social no es sólo lo que es, sino lo que pode llegar a ser. La dificultad de la política está en que no consiste sólo en replicar lo que la gente piensa, sino en la capacidad para conformarlo, para conectar con sus deseos íntimos, latentes, haciendo que sean los oyentes quienes se reconozcan en el orador y no a la inversa. Por eso la política requiere un componente de osadía, que pode conducir al fracaso, a caer en el voluntarismo («hay millones de españoles que son de UpyD y no lo saben» dijo Rosa Díez). Pero, en ocasiones, ese riesgo se ve recompensado y surge lo que llamamos liderazgo.

Está por ver si Casado confirma las dotes de líder, pero desde luego vocación y preparación no le faltan. Frente a Soraya, no tenía una capacitación técnica de la que presumir, más bien su currículo podía meterlo en un lío. Pero hizo gala de una formación de otro tipo, la que le permite conectar con la sensibilidad conservadora del momento. Un ejemplo es ese célebre discurso de hace diez años. No era demasiado original, estaba casi copiado de otro que había dado Sarkozy en Bercy año y medio antes y que le había servido para ganar las elecciones francesas. Sarkozy tiene el arrojo de dar la batalla a la izquierda en el terreno de lo cultural y arremete contra la herencia del Mayo del 68. Casado hace referencia de pasada a aquellos «jóvenes que destrozaban las calles porque se aburrían», pero acomoda su mensaje al contexto español. Señala como objetivo romper con la cultura de «corrección política» y la onda de proteccionismo hacia las minorías, que arranca del 68 y que está representada entre nosotros por el zapaterismo. Casado se acompaña en el discurso de un cartel con el número 68 al que da la vuelta para mostrar a los asistentes el 89. Esta es la fecha que quiere reivindicar, la del triunfo de las democracias liberales sobre el socialismo. Aquí está para Serge Audier (La pensée anti-68: Essai sur une restauration intellectuelle) el eje del nuevo relato conservador europeo; reforzar la idea de que la democracia occidental es una obra completa, acabada, y de que la nuestra es una historia de éxito.

El mozo Casado, 27 años entonces, causa un gran impacto en aquella puesta de largo; llamando a desmontar los «tópicos de la izquierda» y ofreciendo un relato alternativo, lo de una cultura liberal emergente que aspira a forjar nuevas mayorías. Pero el fenómeno Casado no surge de la nada, su principal precursor es otro joven castellano, que había alcanzado el liderazgo conservador casi veinte años antes. Aznar es quien traza el camino de la nueva derecha española y la impulsa a disputar la hegemonía cultural. El eje de su discurso es también liberarnos de complejos, reforzar la idea de una democracia de éxito y aplacar a sus críticos. Lo que frena a la sociedad española es la falta de autoestima, defiende, debilidad que se manifiesta en el nacionalismo periférico y debe ser culturalmente rebatida.

El PP se reencuentra con el aznarismo cuando la coyuntura más lo demandaba. Atrás queda la etapa de Rajoy y una cultura política retraída, a la defensiva. En su discurso del pasado sábado, termina Casado parafraseando a Julián Marías, aboga por una España que deje de «preguntarse por lo qué va a pasar, para preguntar por lo qué va a hacer». La España que Casado quiere forjar es «la de las banderas en los balcones».

Esperemos que la respuesta de la izquierda no se limite a construir una caricatura, como hizo con Aznar, o seguirá perdiendo la batalla cultural y muchos españoles acabarán siendo del PP, aunque aún hoy no lo sepan.

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