Del rouge al amarillo

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«Pon la boca así como si fueras a beber
ve soplando el aire poco a poco y a la vez
sale tu silbido y ya no hay nada que temer»
Willy Fog. Himno español, instrucciones de uso
(Wanda Metropolitano, abril de 2018)

La tercera prórroga consecutiva del Obradoiro en tres partidos remató justo a tiempo para poder escuchar por la tele los pitos al himno, ese momento que, desde hace unos años, se ha convertido en el elemento más entretenido de la final de la Copa del Rey; algo así como el espectáculo del descanso de la Super Bowl pero sin tener que pasar la penitencia de ver medio partido. Duró casi un minuto y el comentarista de TVE lo recogió así: «Hemos escuchado el himno nacional español, tal cual». «Tal cual», quien sabe si una referencia del subconsciente a ocasiones anteriores en las que el ente público prefirió censurar los abucheos como si eso, automáticamente, los hiciera desaparecer. Marianismo en estado puro.

En la precuela del himno -en el que los pitos de los azulgrana y los ‘lo-lo-looo-lo’ de los sevillistas estuvieron ligeramente más igualados que el partido posterior-, asistimos a una actuación ridícula de la policía incautando camisetas amarillas a la afición del Barça. Alguna de ellas realmente subversivas, ya que llevaban lemas cómo «Ara és l´hora» (Xuxa, cuidao!) o «Llibertat», esa palabra tan bonita cuando se invoca para escolarizar a nuestros herederos en un cole privado (subvencionado) o para decidir hablar en la lengua hegemónica, pero tan peligrosa si tiene el apellido, compuesto, De Expresión. En laSexta Noche, un gallego culé y, por cierto, contrario a la independencia, explicaba que a él no se la habían quitado porque la suya no tenía leyenda ninguna. Eso sí, ya aclaraba que, si en ella pusiera «libertad», «¡me tendrían que sacar del campo, porque yo no me la sacaba!». Ojalá para el próximo año una final Barcelona-Villarreal o Barcelona-Las Palmas; los servicios de orden colapsarían.

Pendiente de lo que acontecía en el Multiúsos del Sar, perdí todos esos movimientos previos. El Obra jugaba contra el Estudiantes, y eso siempre me hace recordar algo que aconteció hace años en el Madrid Arena contra los del Ramiro. Fue en el retorno del equipo a la ACB tras dos décadas en las catacumbas; en los buses del viaje organizado por el club, se habían repartido banderas gallegas, plastificadas, simples: fondo blanco con franja azul en diagonal. Un material en el que resultaba muy fácil pintar una estrella roja con una simple barra de labios, un arma cargada de futuro (y de glamour!).

Todo iba bien hasta que los de seguridad se pusieron farrucos: «Tenemos órdenes de que no entren las banderas esas con la crucecita». «¿Que cruz es la que ves ahí, tío?», le respondió uno de los de la fila. «¿Pero no ves qué están hechas con pintalabios y, si me la quitas, puedo pintar dentro otras 50?», preguntó la autora material. «¡Pues te requiso el pintalabios!», retrucó el segurata. «¿Qué me vas requisar qué????». Él no sabía que se trataba de un Rouge Dior y ella estaba dispuesta a vender cara su preciada posesión. Al final, desistió de su intento – y, sí: dentro se pintó alguna bandera más. Sin consecuencias, claro.

Crucecitas rojas y camisetas amarillas son los síntomas de una pérdida de libertad aplaudida por buena parte de la población. ¿Cuánto tiempo hay que viajar hacia atrás para encontrar el momento en el que una decisión como esa dejó de parecernos intolerable como sociedad? ¿Cinco años? ¿Un año? ¿Seis meses?? Lo que está claro es que hoy ya no nos pasa; que podemos pensar «¡vivan las caenas!» o simplemente mirar hacia otro lado culpando a los catalanes de haber despertado el autoritarismo latente de los salvapatrias.

«Puede que esto no te parezca normal ahora mismo pero, dentro de un tiempo, sí lo será». La frase es de The Handmaid´s Tale, ya no sé se del libro o de la serie, la historia que mejor refleja el llamado síndrome de la rana hervida: si metemos una rana en una olla a la lumbre, saltar y huirá, pero se la ponemos en una de agua a temperatura ambiente, quedará tranquila; si esa temperatura aumenta despacio, la rana no se enterará hasta que sea demasiado tarde para escapar.

La temperatura en la que nos estamos cociendo hace tiempo que empezó a subir. ¿No lo creéis? Pues fijaos: los más sensibles al calor ya tuvieron que quitar la camiseta. Y no fue por voluntad propia.

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