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Quien más quien menos recuerda Fresa y chocolate, ese film de mediados de los 90 que hacía una lectura muy tierna de la relación entre una fantástica y culta marica de catálogo (Jorge Perugorría) y un dogmático militante revolucionario (Vladimir Cruz).
El film de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío enseguida comenzó a librar la batalla que provoca el gran cine de fondo social y valiente. El cine que conecta con el público más dinámico para ir derrumbando muros mentales, limpiando de telarañas armarios, comités, policías y patios vecinales. Fresa y chocolate fue el portavoz existencial de un país que necesitaba visibilizar la sensibilidad que subyace bajo el yugo mental de parte de sus líderes.
Se nos suele hablar del Che o de Fidel como impresentables machistas. Para mí siguen a ser mitos sagrados, y prefiero quedar con este testimonio del Comandante en 2010, hablando del trato a la comunidad LGTB en los primeros años de la Revolución: «una gran injusticia. Si alguien es responsable, soy yo; teníamos tantos problemas de vida o muerte que no les prestamos atención». O en palabras de Compay Segundo, «Oigame compay, no deje el camino por coger la vereda».
Maricones y no maricones acabaron agradeciendo a Castro la liberación del país de las manos del invasor americano que lo había convertido en un burdel en 1959. Y como dice una de sus frases más reveladoras, «la Historia me absolverá», también la comunidad LGTB podrá celebrar esa noble autocrítica del cubano que guió una de las más apasionantes experiencias políticas del siglo XX.
Fresa y chocolate tuvo en la isla un efecto paralelo al que pudieron tener en la España de los 80 las pelis de Almodóvar. Aquí, recién salidos de la dictadura, fuimos entregándonos al creciente consumismo y a los cánones liberales de la restauración borbónica. Renegamos enseguida de los comportamientos franquistas que perseguían maricones, invisibilizaban lesbianas y caricaturizaban la cultura trans, relegándola casi en exclusiva a la prostitución.
En la isla caribeña el film puso el relato LGTB ante las leyes que su propia democracia fue generando: Si en los años 70 el partido iba dejándose llevar por la tendencia machista heredada de antes de la revolución, en los 80 se reconoce que la homofobia es inaceptable, comenzando un proceso de normalización que hoy está a punto de lograr la equiparación matrimonial.
Es cierto que se ha hecho mucha propaganda contrarrevolucionaria, magnificando la supuesta marginación o boicot oficial a la expresión LGTB. Tendríamos que preguntarnos, para opinar en justicia, si toda persecución a un gay tiene que ver con su condición sexual, o si las personas gays nos podemos servir para todo de nuestra condición sexual. O lo que es lo mismo: soy un agente de la CIA, pero como son gay, me persiguen por maricón, y no por espía americano. Venga ya. Cuba tuvo y tiene que tener todas las alarmas encendidas, mirando siempre de reojo a su inmensa amenaza, que se viste de lo que haga falta con tal de mover mercados, países y conciencias (véase Irak, Libia y ahora Siria).
Viva Cuba gay y viva Cuba libre. Esa que en su momento olvidó lo bueno por atender a lo excelente y la que hoy, de la mano de la hija del Comandante, Mariela Castro, está a punto de dar nuevas lecciones al mundo haciendo legal el matrimonio igualitario. Una importante conquista simbólica por mucho que algunos aún digan que no sería preciso, pues en la isla las personas solteras tienen idénticos derechos que las casadas. O matrimonio para todos y todas, o para nadie.
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