Al fondo a la derecha

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 «Imagínalo sentado en el váter», le dijo María. Olalla había concertado para el día siguiente una entrevista de trabajo y el posible empleador era un jefazo que, con sólo pensar en tenerlo delante, le imponía. Pero fantasear con alguien importante en una situación tan íntima lo transformaba en un mortal más, y a ella eso le provocaba una sonrisa y la ayudaba a estar más tranquila.

El cuarto de baño es un espacio íntimo de la vida cotidiana prácticamente olvidado en el cine hasta Psicosis (1960). Hitchcock abrió la tapa del inodoro en el Motel Bates y filmó sin pudor el retrete en el que Jane Leigh, para ocultar las huellas de su robo, tira el papel de las cuentas hecho pedacitos. Pero todos recordamos alguna vez Psicosis al correr la cortina y abrir el grifo. Tras aquella puerta, el maestro convirtió en ansiedad la tranquilidad de una ducha. Quizás sea la secuencia entre azulejos más icónica, junto a la de la bañera de American Beauty (1999), de Sam Mendes: el guionista Alan Ball hizo realidad el capricho sexual de Lester, Kevin Space, quien imaginaba a Ángela, Mena Suvari, en una bañera de pétalos de rosas rojos.

La narrativa cinematográfica respeta la norma clásica del cuarto de baño como lugar íntimo, espacio reservado para confidencias, asesinatos, drogas, sexo o grandes fugas. Una secuencia en el baño siempre es clave en el relato. El baño del cuarto 237 del hotel Overlook da sentido a El Resplandor (1980), de Stanley Kubrick. Para calmar su mente destructiva y violenta, un escritor ex alcohólico acepta encargarse del mantenimiento de un hotel de montaña, maldito. Pero el personaje que interpreta Jack Nicholson se ciega con la belleza de una mujer saliendo de la bañera que se transforma, en sus brazos, en un cuerpo consumido y decrépito. Un paso de la luz inicial al terror: su regreso a la destrucción tras el resplandor. Nicholson volvería a rodar en una bañera en A propósito de Schmidt (2002); en este caso, dentro de ella y para recrear La muerte de Marat (1793), cuadro de Jacques-Louis David.

La norma estalla en El fantasma de la libertad (1975), de Luis Buñuel. La escena en el comedor, en la que todos se bajan con absoluta normalidad las bragas y calzoncillos para sentarse en los váteres alrededor de la mesa, es desconcertante. El surrealismo alcanza la cumbre cuando los invitados, a la hora de comer, se levantan del retrete y cogen la puerta del fondo a la derecha.

John Travolta tiene experiencia en excusados y urinarios cinematográficos. En Mira quién habla también (1991) Kristie Alley le obliga a enseñarle a usar el retrete portátil al niño protagonista. Pero será Quentin Tarantino quien siente en el sanitario a Travolta como Vincent Vega en Pulp Fiction (1994). En las tres ocasiones en las que el personaje descansa en la taza su universo se derrumba: es como el aviso de la tempestad. En la primera escena en la que vuelve del baño se encuentra con Mia, una colosal Uma Thurman, en plena sobredosis. En la segunda ocasión, Butch Coolidge, Bruce Willis, dispara hasta acabar con él. Y en la tercera, retrospectiva, tiene que echar mano de la pistola para defenderse de un atraco en un restaurante. De la íntima tranquilidad del inodoro Vincent vuelve, cada vez, al mundo más peligroso. Puro contraste, en esta cinta de humor y violencia.

Un hombre decide aislarse del mundo y vivir durante once anos en el cuarto de baño. Es el ingenioso punto de partida de El anacoreta (1976), una idea de Rafael Azcona convertida en una mordaz comedia por Juan Esterlich, director y coguionista, y protagonizada por un Fernando Fernán-Gómez convincente en cada línea, desde las más sarcásticas hasta las más feroces. Esterlich, que nunca volvería a dirigir, demostró también una gran destreza al rodar en un escenario único.

Madrid, 1987 (2011). El escritor y guionista David Trueba compone un eficaz diálogo entre un maduro y exitoso articulista, José Sacristán, y una joven universitaria, María Valverde, en el que refleja el abismo generacional entre el hombre que vivió en el franquismo y la estudiante que despierta en democracia. Para mantener la tensión dialéctica y sexual entre ambos, Trueba los deja encerrados en un baño, sin posibilidad de auxilio, durante un fin de semana. El festival de Sundance reconoció el valor de esta estupenda cinta que en España pasó inadvertida.

Olalla superó la entrevista. El primer día en el trabajo el pestillo del baño se atrancó con ella dentro. Media hora tardó en abrirla el manitas de la oficina, y al salir, Olalla, que ya era la más popular de la empresa, vio como su jefe arrancaba un aplauso con una sonrisa burlona y pensó: «Empate, 1 a 1».

 

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