39 escalones con Norman Foster

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En Madrid es imposible aburrirse. Claro que yo soy fácil de enredar. Después de siete años pisando asfalto por la capital tengo marcados para las tardes de invierno ciertos lugares fav. En la Gran Vía, en la mítica torre trazada por Ignacio de Cárdenas, está uno de ellos: Espacio Fundación Telefónica, un ámbito cultural lleno de vida.

Desde este hermoso edificio habló Alfonso XIII con el presidente de los Estados Unidos en la que fue, en 1928, la primera conferencia telefónica ultramarina; un hito recogido en la serie Las chicas del cable, de la productora gallega Bambú. En esa ficción de los creativos Ramón Campos, Teresa Fernández -Valdés y Gema R. Neira, cuatro mujeres jóvenes viven romances, amistades y cambios sociales: tramas vestidas con curiosos detalles sobre la historia de la telefonía en España, como el desarrollo del sistema rotary, en la primera temporada, o la implantación de las cabinas que cambiaron el panorama físico y sentimental del país, en la segunda. Los amoríos inventados en los corredores del inmueble ya poco me interesan: soy más de imaginar las huellas reales que dejaron John Dos Passos, Ernest Hemingway o Saint-Exupéry cuando iban a transmitir sus crónicas desde el primer rascacielos construido en Europa.

Norman Foster al pié de la escalera helicoidal del Edificio Telefónica de Madrid.

La escalera helicoidal del Edificio Telefónica, donde dialogan cristal y acero, es uno de mis rincones favoritos. En ella me siento una diva del cine clásico. En ella fui Escarlata O’Hara, con Andrés Perruca, el responsable de Contenidos de la Fundación, en el papel de Rhett Butler. Y en ella viví un encuentro que superó todas mis fabulaciones. Acababa de visitar la exposición Norman Foster. Futuros comunes -fascinada por unas infografías bestiales de Javier Tascón sobre la huella de la arquitectura de Foster en el cine-, cuando me quedé sin respiración al ver subir aquellos escalones al arquitecto del 30 St Mary Axe londiniense, conocido popularmente como The Gherkin (el Pepinillo). La asociación fue inmediata: ahí había un «Enfoc/Arte».

En Match Point (2005), la primera película de Woody Allen rodada en Londres, Scarlett Johansson compite en protagonismo con el centro de trabajo de Chris (Rhys Meyers), que el director de Manhattan filma desde dentro, un lugar inaccesible para los mortales. Aunque Sharon Stone y David Morrissey sí vagaron de vivos por los pisos diseñados por Foster en ese bodrio de película titulada Instinto Básico 2 (2006).

Sharon Stone en el interior del Guerkin en un fotograma de Instinto Básico 2.

El broker Russell Crowe gestiona dudosas transacciones desde el rascacielos neofuturista de la City en la comedia romántica de Ridley Scott Un buen año (2006), en la que además podemos admirar pinturas de Van Gogh o esculturas de Rodin. La cinta es un paraíso de arte que entra también por el paladal: su temática y los paisajes de viñedos que fotografía obligan a saborearla con una copa de buen vino.

En la película de fantasía La brújula dorada (2007), de Chris Weitz, descubrimos el Gherkin en el viaje al mundo paralelo de Lyra Belacqua. De que el edificio apasiona a los cineastas tenemos más pistas: en Harry Potter, en Thor o en uno de los carteles de la saga Star Trek.

Las infografías que acompañan este artículo fueron creadas por Javier Tascón para la Fundación Telefónica.

Incluso en series de éxito luce el vidrio de colores del icono arquitectónico londinense. La última temporada de Skins no pode arrancar en mejor escenario, con la enigmática Effy Stonem (Kaya Scoledario) caminando hacia el Gherkin. Los planos aéreos de este capítulo son lo más cerca que estuve de la cumbre del Pepinillo.

Pero el más intrépido fue James Hawes. El director de La invasión de navidad (2005), uno de los especiales de la estupenda serie de ciencia ficción Doctor Who, se atreve a hacer añicos los cristales del edificio en un ataque extraterrestre de intriga a lo mejor no muy redonda, pero sí entretenida.

Parte de todo este escándalo bailaba en mi cabeza cuando quedé perpleja al ver a Norman Foster en la escalera del Edificio Telefónica. «Perdón, ¿sube o baja?», me preguntó. Y mi Clark Gable, Andrés Perruca, entre risas, respondió: «Imposible saberlo: es gallega!». Así que me giré y remonté, junto a los dos, los 39 escalones de vuelta a la exposición.

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