Machirulada facha, erotismo gay

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La iconografía Village People del tipo más fotogénico del asalto al Capitolio trae consigo una cierta inquietud: repasar la explotación que hace la ultraderecha de la machirulada. De lo que también da en llamarse «hipermasculinidad», una derivada de la sexualización social, que tantos detractores tiene entre ciertas capas ilustradas, pero que tan presente está en la mayoría.

Imaxe do Instagram de Santiago Abascal

Una veta que también explota con éxito el neofacha Santiago Abascal. Mensajes puramente emocionales basados en el culto al cuerpo, la potencia muscular y deporte constante. Un estilo de vida donde convive el tabaco puro, las montañas nevadas y las sentadillas, con una estética castrense combinada con el catolicismo militante y una épica de batalla… Looks variados pero siempre estudiados e impolutos con alta calidad fotográfica. Quizá algo torpe a bordo de un despacho, pero incluso eso tiene mensaje: «tranquilos, no seré un burócrata al uso, sino vuestro guía, vuestro héroe, vuestro hombre de acción». Hombre. Y de acción.

Neo Búffalo Bill. Torso al aire, casco, aventura, simpática cornamenta de bisonte, generosamente tatuado. Una dulce cara nórdica pintada con la bandera imperial, pródiga en gestos desbordantes. Se hace llamar el lobo de Yellowstone. Uno más de entre la Corte de los Milagros que entró sin demasiada dificultad en la cámara americana. Ex militares, gamers, proarmas, freaks variados, hombres y mujeres de reparto con Trump en la mirada, y hasta un ex del Barça de basket, David Wood, que estaba allí para rezar. Jake Angeli, el rubiales preocupado por la red de pederastia demócrata, era muy consciente de regalar al mundo un espectáculo mediático político categoría premier. Puro solomillo, del que más mola la cualquier cámara global.

O ex barcelonista David Wood tocando o corno (un shofar, instrumento litúrxico xudeu)

Por qué el Instagram de Abascal bien podría ser un perfil de Grindr? Por qué Angeli, con su atrezzo camel, podría subirse a la carroza del Orgullo sin cambiar ni un pelo de su cuerpo? Molestan esas coincidencias?

Claro que molestar no molestan a nadie, por supuesto. Cada persona es dueña de su aspecto, de la imagen que desea ofrecer de sí misma, sea consciente o inconsciente de ella.

Pero existen paralelismos evidentes entre la machirulada ultra y la hipermasculinidad gay. La diferencia reside en el comportamiento infantiloide del facherío, mientras que la nación gay hace de esa bandera un juego erótico divertido, inocuo y morboso. Si acaso, algo consumista, es cierto. Pero la diferencia es abismal. Propaganda neofascista vs. líbido alterada. Lo que para nosotros es un ingrediente del placer, para ellos es potenciar su absurda visión supremacista.

«Todos los líderes políticos aportan en sus perfiles públicos una cierta dimensión sexual», me dice un querido amigo, «pero a casi todos les falta un arguento: lo camp, que es lo que convierte a Abascal en singular. Lo que pretenden es crear imágenes heteronormativas, pero siempre hay detalles de la cultura LGTB presentes». Sobre Buffalo Bill «resulta sexy porque es un tipo aguerrido, básico, físico, que se presenta en el centro del poder mundial con un disfraz propio del carnaval de Cádiz, y a muchos se les nubla la vista porque está tan excitado que marca paquete, una imagen básica de animal que te lleva directo a los genitales».

El género facha tiene necesidad de mirar siempre para arriba. Para Dios, para el líder, que es como la encarnación de Dios, aunque ahora no se atrevan a tanto. Es el sustento de sus verdades irracionales, de sus argumentos, de su sentido de la autoridad bruta, que siempre conduce a dogmas irreprochables. Y hoy, por supuesto, una deidad compartida con el poder del dinero, por eso son liberales a morir, anticomunistas viscerales.

En su cosmovisión hay un orden natural de las cosas: «En el código fascista, los hombres son superiores a las mujeres, los soldados a los civiles, los miembros del partido a los que no lo son, la propia nación a las demás, los fuertes a los débiles y los vencedores de la guerra a los vencidos», tal como recoge el politólogo William Ebenstein alguno de sus retratos del fascismo.

Es ahí donde entra en juego a exaltación de la hipermasculinidad del líder convertida en puro mensaje emocional. Conviene subrayar que estamos hablando del relato que acompaña a la persona, no de la persona en sí. Sólo recordando la leyenda del Generalísimo Franco, Caudillo por la Gloria de Dios, comparada con su voz de pitiminí se puede entender esta diferencia.

Folletos madridistas coa imaxe de Sergio Ramos

Pero ¿qué ocurre cuando los líderes son capaces combinar su propio cuerpo con los valores de la bestial dulzura suprema? Pues que el personaje tiene ganado parte de su argumento. Por eso al potenciar su visibilidad explotan al máximo esos valores. Un relato importante en este tiempo político, con el periodismo desaparecido y batallas que se libran en Twitter o Instagram. Cuerpo, actitud, estilo de vida y look que conecta las tendencias vitales más actualizadas con el tradicionalismo más ultra.

Los y las fachas nunca se reconocen como tales. Lógicamente, les molesta que les llamen así, pues la palabra está muy llena de mierda, que intentan compensar con detalles de digestión rápida como introducir un inmigrante negro en las listas electorales o hablar de la «mujer, mujer», esa que siempre está detrás del superhombre. Pero en el fondo, viven en el fascismo eterno, en aquel que desconfía radicalmente del otro y se cree superior a todo.

Paloma Parra, culturista nas listas de Vox por Leganés

Ya no hablamos de las opiniones en torno a grandes asuntos como la desigualdad humana, el derecho a la salud y a la educación, las brechas de género, el cambio climático, la explotación del sur, los estragos económicos de la globalización, el comportamiento bélico de Tío Sam destrozando países enteros o las experiencias disidentes del capitalismo. No.

Trituran los nobles conceptos feministas culpando a las propias mujeres de sus violaciones; se oponen al matrimonio igualitario o a impedir la adopción. Criminalizan la eutanasia o el aborto. Piden sin rubor a ilegalización de partidos. Sienten calentamientos paranoides con el dominio de las lenguas peninsulares sobre el español. Babean con los borbones y las herencias sanguíneas que dieron continuidad al franquismo. Sueñan con potenciar todavía más el estado nacionalcatólico.

Y sobre todo, explotan lo que Isaac Rosa llama «la cantidad de fascismo que consiguieron inocular» a muchas capas sociales no fascistas: la hostilidad ante las personas refugiadas, las deportaciones, el rechazo de la pobreza, el sálvese quien pueda, el qué hay de lo mío, el convertir en negocio la salud, la seguridad o la educación, poniendo el lucro cesante siempre por encima de las condiciones de vida de la gente. El odio, en definitiva.

Un comportamiento infantilón y supremacista que tiene sus propias turbas: los ejércitos de salvación que a lo largo del mundo patean antifas, maricas, emigrantes pobres o sindicalistas, exhibiendo ese poderío brutalista, tatuado y macarra.

El lobo de Yellowstone, aullando

Ahí es donde coinciden el cincelado Abascal y el morbosísimo Angeli. Uno, convertido en audaz instagramer de testosterona desbocada, en lenguetero de taberna. Otro, prota de un asalto al Capitolio, emulando a algún héroe cinematográfico en un privilegiado plató de acción. Convertidos en tiarrones, transformados en carnaza para públicos masivos. Caras de un machismo actualizado que se refugia en las viejas trincheras contra lo políticamente correcto, aprovechando las renuncias y las contradicciones de la política de mayorías.

Abascal y Angeli reinarían en el ecosistema gay sexualizado (un ecosistema en el que existen otros muchos prototipos, aunque no lo parezca). Dos caras que quieren representar los valores de un mundo épico y grandioso. Con ese toque militarista, imperial, que a la vez encarna todos los valores clasistas, racistas, homófobos y machistas. Cuerpos que, como tales objetos, coinciden con la deslumbrante iconografía sexual de miles de hombres gays.

La hipermasculinidad está muy extendida en los rangos de admiración y autoadmiración del mariconeo. Sin embargo, lo que aquí se persigue no es, como en el caso de los fachas, el delirio épico en torno a su modo de ver el mundo, sino un ideal de hombre con rotundo rigor masculino, alejado de los estereotipos feminizantes que cultivan y manifiestan otra parte considerable del universo gay. Las personas que admiran la pluma, por ejemplo.

Un fenómeno que no se circunscribe al momento cachas, definición corporal o cirugía plástica. Una interesante variedad de la hipermasculinidad es la que representa el mundo bear, compuesto por múltiples familias que admiran la evolución natural del hombre, sin servidumbres de gimnasio. Ambas tendencias confluyen en la etiqueta «musclebear», que suele ocupar los rangos más altos del retablo catedralicio.

Y visitando aún territorios más intelectualizados, quizá más minoritarios, pero de altísimo nivel de exquisitez, llegamos a las tribus fetichistas. Una extraordinaria estela de códigos que hacen del ocio homosexual masculino un mundo lleno de posibilidades y situaciones de placer y satisfacción.

Por supuesto, hay quien dramatiza en exceso todo este abanico de comportamientos. Las actitudes, los escenarios para desarrollar las más variadas fantasías. Aquellos prototipos que genera la cultura de club, las fiestas autoorganizadas, el cruising, incluso los estilos de vida. Hay quien todo lo viste de tormento y ve en la libertad de los demás una dimensión patológica, pero lo cierto es que la inmensa mayoría de los gays sexualizados llevan aquí y ahora una vida bastante poco problemática.

También es frecuente preguntarse porqué buena parte del público gay «compra» esa aguerrida fisonomía, quizá también producto de la cultura heteropatriarcal, de los valores educativos que heredamos de las tradiciones familiares y sociales. Sea como fuere, estos estereotipos conviven con nosotros y nos gusta que así sea. Puede ser que las generaciones futuras no entronicen de tal manera la masculinidad extrema, pero eso sólo lo dirá el tiempo.

Sabido es que una parte del universo gay se entrega a esos modelos supermachotes huyendo de la clásica estigmatización heredada del tradicionalismo —el binomio «homosexual-afeminado»—. Reprimir la parte femenina del hombre, la pluma o lo que se llama la «sensibilidad», motivaría esa supuesta huida.

Touko Laaksonen (1920–1991) alias Tom of Finland. Public Domain

Sea como fuere, el mariconeo de los 80 adoptó rápidamente como alegorías sexuales las caricaturas de Tom of Finland, artista de cabecera de la biosfera gay desde aquel momento. Una estética popularizada por los Village People, que para muchos jóvenes son pura arqueología musical. Pero por mucho que los nuevos fachas alimenten sus redes con testosterona parecida, el mundo marica es la antítesis de estos cerebros-miseria.

Los precursores gays cultivaron la iconografía de la masculinidad con esfuerzo, creatividad y contra el viento dominante, adorando a sus propios dioses y tratando de parecerse a ellos llenando sus propias vidas de armonía, con lenguajes distintos al dominante. Urdieron nuevas formas de relación, alejadas de los clichés del momento, aunque ahora formen ya parte del imaginario social. Fueron conformando el mundo que les apetecía, buscando con valentía, orgullo y pasión la vida que querían vivir, y creando símbolos que los representan.

Símbolos situados a años luz de las banderas supremacistas, de la nostalgia imperial de la Hispanidad, y de todo ese modo de visibilizar los escapularios de siempre que exhibe el nuevo facherío.

Foto de Chabal na época de xogador de rugby

En fin, que ser fan de Sebastien Chabal no es lo mismo que si este animal del rugby, hetero y portentoso, integrase las listas de Le Pen, en vez de currar como modelo para los perfumes Chabrol o la firma Ruckfield.

Chabal no Hong Kong Stadium, en abril de 2019. Foto August Liu.

 

 

 

 

 

 

 

 

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