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Muchas familias guardan los trajes de baño de un año para otro, algo impensable en la mía. Algunas mañanas de inverno nos bañábamos en la playa de O Vao, así helase o lloviese. Nadar hasta la isla de Toralla era nuestra travesía favorita. Aún non existían el puente ni la monstruosa torre, y no quedaba otra que bracear de nuevo para regresar. En aquel recorrido conocí la bravura de las corrientes, el frío del agua que corta la circulación y la valentía casi temeraria de mi padre y mis hermanos, que escoltaban, protectores, a aquella renacuaja de seis años que era yo. El mar es generoso pero canalla; da y quita vida sin consentimiento.
Con Mareas Vivas (1999), la ficción gallega le dio voz al mar. En Portozás, la villa marinera imaginada hace 20 años por Antón Reixa y los guionistas Carlos Ares, Xosé Castro y Andrés Mahía, vivían el percebero furtivo Currás (Miguel de Lira), el sabio Melgacho (Manuel Lourenzo) y Manghui (Xaquín León), un pescador real entre actores que faenaba desde los trece anos. La serie reivindicó la Galicia costera y la diversidad del habla: las redes y el seseo son parte de su éxito.
El drama de Ramón Sampedro, encarnado por Ernesto Chao, llegó a la televisión en Condenado a vivir (2001). Tres años después, Alejandro Amenábar rodaría para el cine, en la playa de As Furnas, la terrible historia de Sampedro: en Mar adentro, la imponente belleza del paisaje, de las olas de Porto do Son y de las imágenes cenitales filmadas por Javier Aguirresarobe son tan protagonistas como Javier Bardem. Fariña (2018) también eligió la belleza de las Furnas para localizar el bar de Terito. El director, Carlos Sedes, retrata la fiereza de la marea, subrayando su relevancia en las tramas.
Pero la historia televisiva del narcotráfico gallego arrancaba con el rugir de las planeadoras en la ría de Arousa en Entre bateas (2002). Jorge Coira acierta al reflejar en imágenes el inspirado guion de Carlos Portela y de Ramón Campos, quienes años más tarde retomarían las historias de contrabando y fardos en dos series de gran éxito: Portela, como creador de Matalobos (2009); Campos, como máximo responsable de Fariña.
Sentimos la tristeza del mar con el hundimiento del Santoña, el barco de Sada que deja viudas a las protagonistas de A vida por diante (2006), bravas mujeres que luchan por salir a flote después del naufragio y muerte des sus maridos. De esa valentía va también el telefilme de Antón Dobao A mariñeira (2008), donde navegamos por un relato de Darío Xohan Cabana sobre la Guerra Civil ambientado en el pueblo costero de Quilmas.
De los productores gallegos de Vivir sin permiso (2018), y dirigida por Dani de la Torre, es Mar Libre (2010), una estupenda miniserie sobre la lucha contra la explotación de los pescadores que vivían de la industria conservera de la sardina en la Galicia del siglo XVIII.
En la Segunda Guerra mundial dos niños hermanos y una vaca se salvan de una riada que los arrastra hasta los acantilados de Loiba. Allí crecen en un mundo de fantasía, viviendo de las crebas, los pecios que vomita el mar. Hasta que, obligados por la huida de la vaca, emprenden un viaje hacia no saben bien donde que acaba en el lugar de donde vienen. El entrañable argumento de Crebinsky (2011) les valió el premio a mejor guion novel en el Festival de Málaga a Quique Otero, también director de la cinta, y a Miguel de Lira, uno de los hermanos protagonistas.
La belleza del mar se apodera de la pantalla, pero no salva historias. Piratas (2011), de Telecinco, no pudo sortear la fuerte marea que envolvió la serie, de manufactura gallega. La entretenida novela de Domingo Villar A praia dos afogados (2015) nos dejó fríos como una inmersión en las Cíes en la versión cinematográfica de Gerardo Herrero. Y la serie Viradeira (2017) tiene fugas imposibles de achicar y se hunde como el barco de Dorneda junto al botín que esconde.
Nunca volví a la isla de Toralla. El mar no merece la sombra de la torre amenazante que le plantaron en medio. Sueño con una ola justiciera que la devore. Ese día regresaré. A nado, claro.
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