Los gallegos que vencieron a los nazis

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Víctor Lantes, hijo de unos taberneros de A Coruña, manejó un mortero en los bosques de Francia frente a los tanques Panzer del ejército alemán. Ángel Rodríguez Leira, apodado Cariño López, tomó parte en la liberación de París y en el asalto de la residencia del Führer. Lucharon una guerra de nueve años contra el fascismo. Combatieron a Franco y la Hitler. Perdieron en casa y ganaron fuera. Nunca volvieron a estar al sur de los Pirineos.

Ángel Rodríguez Leira nació en Cariño en 1914. Trabajó como percebeiro y marino, fue militante de la CNT, se casó y tuvo dos hijos, Ángel y Marina. Y luego estalló la Guerra Civil. Fue reclutado a la fuerza por los sublevados y obligado a vestir su uniforme. Pero fue por poco tiempo, ya que desertó en cuanto pudo para luchar con el bando leal a la vez que otro cariñés, Antonio Yáñez, O Gharepo.

En marzo de 1939 se vieron acorralados en Alicante, una de las últimas provincias en caer. Con otros cinco compañeros, salieron de Guardamar del Segura en una barquita que era «casi una patera», según cuenta uno de los nietos de Ángel, Andrés Alonso. La llenaron de naranjas y cruzaron el Mediterráneo en catorce días, hasta llegar a Beni Saf, en la Argelia francesa. Como muchos otros exiliados republicanos de aquel entonces, fueron considerados peligrosos por las autoridades e internados en el penitenciario de Suzzoni.

Según recoge Alicia Alted en el libro La voz de los vencidos, Suzzoni era una antigua fortaleza convertida en cárcel, carente de todos los servicios básicos, donde fueron recluidos unos 300 republicanos. Uno de ellos, el aviador Joaquín Tarazaga, recordaba: «El régimen era muy austero, solo nos daban un pan para cada cuatro, lentejas y rutabaga —un tipo de nabo—. Cuando me internaron, en abril de 1939, pesaba 67 kilos, y en diciembre, cuando me evadí, solo 35».

También los dos amigos gallegos intentaron escapar de aquel infierno en dos ocasiones, sin éxito. La salida no les llegó hasta 1942, cuando los alistaron, de nuevo por la fuerza, en los Cuerpos Francos de África. El ejército de los EUA acababa de desembarcar en Marruecos y Argelia y las colonias francesas se habían apresurado a vaciar los campos de prisioneros para formar este batallón con el que plantarle cara al Afrika Korps de Rommel.

El país galo vivía entonces una esquizofrenia, entre la sumisión colaboracionista del régimen de Vichy y la resistencia de la Francia Libre de los partidarios del exiliado De Gaulle. La llegada de los americanos hizo que nadie quisiera ser tomado por vichista. Sin embargo, estos Cuerpos Francos se disolvieron enseguida, tras algunos combates en Túnez. Ángel y Antonio escogieron entonces alistarse con el general Leclerc, que venía de luchar por toda África bajo la bandera de la Francia Libre. Por su prestigio ganado en la batalla, fue escogido para comandar la 2ª División Blindada, una unidad de nueva creación dentro del ejército del general Patton. La formaban 14.000 hombres de 32 nacionalidades, y unos 2ª000 eran republicanos españoles. Los dos huidos de Cariño acabaron en la 9ª Compañía, La Nueve, casi toda formada por veteranos de la Guerra Civil.

Ángel Rodríguez Leira pasó a emplear el nombre de Cariño López, para ocultar su identidad y dejar señalado su lugar de origen. Era una práctica habitual entre los soldados, e incluso en los mandos. El propio Leclerc escondía su nombre real, Philippe de Hauteclocque, para ahorrarle a su familia posibles represalias de los vichistas.

La 2ª División Blindada se trasladó a Escocia, antes de desembarcar en Normandía a comienzos de agosto de 1944, dos meses después del Día D, con la zona ya asegurada para permitir el paso de los blindados. La 9ª Compañía, integrada por hombres con experiencia en combate, fue siempre en la vanguardia. Era una unidad motorizada, que transportaba armamento antitanque en unos veloces half- tracks todoterreno. Los soldados les pintaron la bandera de la República española y los bautizaron con nombres de batallas de la Guerra Civil, como Madrid, Ebro, Guadalajara o Brunete. Cariño López viajaba en la Guernica, y no tardó en hacerse un nombre por su puntería con el cañón del 57.

Así lo cuenta el capitán Raymond Dronne, el oficial francés al mando de esta compañía de exiliados. En sus memorias, Carnets de route d’un croisé de la France Libre, reivindicaba el papel de los republicanos españoles en la lucha por la liberación de Francia, «impulsados por un enorme deseo de revancha y de victoria». En ellas elogia la habilidad de Cariño López para reventar blindados alemanes, y lo define como «un hombre de gran sangre fría». Tuvo que demostrarlo bien temprano. El 19 de agosto, La Nueve contuvo una división entera de la SS en la villa de Écouché, en una durísima batalla. Cariño López estuvo 24 horas sin alejarse de su cañón, en el que «grababa una esvástica por cada tanque que destruía», según su nieto Andrés.

En la noche de 24 de agosto, esta unidad sería la primera en entrar en París y llegar hasta el Hôtel de Ville, el ayuntamiento. Allá, un sorprendido teniente valenciano, Amado Granell, se encontró con el líder de la resistencia, Georges Bidault, y la foto del encuentro apareció en la portada del periódico Libération. En dos días, la capital fue liberada, en una victoria que marcó el principio del fin de la Guerra. Aquellos half- tracks de extraños nombres tuvieron un lugar destacado en el desfile triunfal por los Campos Elíseos.

Del Nido del Águila de Hitler, Cariño López trajo un reloj de oro que conservan sus nietos en su villa natal

En las semanas siguientes, la compañía pagó un alto coste en vidas para contener los alemanes en la orilla del río Mosela, cubriendo el avance del resto de la división. El cabo Cariño López volvió a tener un papel destacado: destruyó cinco Panzer en cinco disparos. El 26 de septiembre de 1944 fue condecorado en Nancy junto al subteniente Miguel Campos y el sargento Fermín Pujol, por Charles De Gaulle en persona. El mismo De Gaulle que luego afirmaría que en la liberación de París solo participaron franceses. La condecoración le debió ser amarga al gallego: cuatro días después vería morir a su amigo Antonio Yáñez, en un ataque sobre la villa alsaciana de Vaqueville, con otros dos compañeros.

El percebeiro llegó a sargento y luchó aún en la liberación de Estrasburgo, donde el frío era un enemigo tan peligroso como los alemanes. Quedaban ya pocos de los hombres que se habían alistado en Argelia. Raymond Dronne explicó que «tras cada combate, los vacíos se llenaban con jóvenes franceses, casi todos carentes de instrucción militar. Los viejos luchadores tomaban bajo su protección estos reclutas inexpertos, formándolos y protegiéndolos; se comportaban como padres preocupados». Al final de la guerra, solo 16 de los 156 de La Nueve volvieron a la casa con vida.

Orden del día del general Leclerc después de liberar Estrasburgo. Foto cedida por Andrés Alonso

Su última parada bélica estuvo en el Nido de Águila, el refugio de los altos cargos nazis. Estaba situado en la villa alpina de Berschtesgaden, al sur de Salzburgo, y defendido por los últimos efectivos de las SS. Muchos de ellos eran poco más que adolescentes animados por el fanatismo, pero no por eso la batalla resultó más suave. Los americanos llegaron primero a la villa, pero los hombres de Leclerc fueron los que tomaron el Nido de Águila, y hicieron ondear en él la bandera francesa el 5 de mayo de 1945. El artillero cariñés estuvo presente, y salió de allí con un reloj de oro que aún hoy sigue en la casa de una de sus hijas.

Ángel ganó en Europa su gran guerra contra el fascismo, pero este seguía en casa. No retornó nunca a España, sabedor de que aquí lo esperaba un pelotón de fusilamiento o un tiro en la nuca. Quedó en Francia, donde se casaría y tendría otras dos hijas antes de morir en París en 1979ª Desde 2010 una placa recuerda en Cariño a este veterano de la lucha por la libertad. En la villa viven aún sus hijos gallegos y algunos de sus nietos.

Carta de refugiado de Cariño López. Foto cedida por Andrés Alonso

Dos veces exiliado, tres veces prisionero

Víctor Lantes nació en A Coruña en 1919, y falleció en 2007, en París. En los últimos años de su vida fue entrevistado por la historiadora Evelyn Mesquida, para su libro La Nueve. Los españoles que liberaron París. Contaba que sus padres tenían «una posada» cerca de la estación de tren de San Cristóbal, donde pasó «los años felices de la primera infancia». Sin embargo, ya en 1923 tuvo que huir con su familia. En aquel tiempo la ciudad vivió una dura huelga general, convocada por los anarquistas, que fue brutalmente reprimida por la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Los padres de Lantes, aquellos taberneros, habían dado cobijo y ayuda a varios líderes sindicales, por lo que se vieron obligados a escapar.

El niño Víctor Lantes creció en Bayona (Francia) con su abuela y unos tíos. Los padres siguieron el camino abierto por tantos otros gallegos y marcharon para Cuba, a hacer dinero. «Mi madre volvió cinco años después. Había tenido otros dos hijos, un chico y una chica. Poco después marchamos para Argel. Mi padre se fue para Nueva York, y desde allí mandaba dinero de vez en cuando. Luego volvió con nosotros. Mi madre ya tenía un comercio de comestibles y trabajaron juntos», cuenta en el libro de Mesquida.

Cuando los militares se sublevaron contra la República, un Víctor Lantes de 17 años trabajaba en una fábrica como mecánico ajustador y militaba en las juventudes del Partido Comunista. A comienzos de 1937 Víctor Lantes fue movilizado para la artillería,  pero pensó que ya había pasado tiempo bastante en el ejército español y escapó. Llegó en barco a Marruecos, donde fue detenido nada más poner un pie en tierra.

Acabó de nuevo en prisión, en el penitenciario de Oudja, controlado por simpatizantes del régimen de Vichy. Pasadas unas semanas, le hicieron una oferta: o se alistaba en la Legión Extranjera, o de vuelta para España. Escogió la primera opción y lo mandaron contener el avance de los ingleses y americanos. Pasó así tres meses antes de tener ocasión de desertar.

Víctor Lantes, con unos compañeros, sentado. Foto cedida por Evelyn Mesquida

En agosto de 1943, con el apodo de Vedrune, Lantes se alistó en la 2ª División Blindada del general Leclerc, «un hombre extraordinario». Condujo un half- track americano, el Catapulte, al que subió en Casablanca y del que ya no bajó hasta que lo licenciaron. Se integró en la Compañía de Apoyo del Tercer Batallón, donde un tercio de los soldados eran españoles.

Tras desembarcar en Europa, su unidad se midió contra los alemanes en Laval y Argentan, cerca de Normandía, y sobre todo en las batallas de Écouché y del bosque de Écouves: «Allí vi como un chico quería salir de un tanque ardiendo y no podía. Chillaba y chillaba, y el tanque ardía, y no pudimos hacer nada por él», recordaba Víctor Lantes. Vencieron, y recorrieron 270 kilómetros en dos días para llegar a Anthony, en los arrabaldos de París, donde sorprendieron a las fuerzas alemanas y las dispersaron con fuego de mortero. Ese día el coruñés disparó más de veinte obuses. Así ayudaron a abrir el camino para que La Nueve entrara en la capital francesa y tomara el ayuntamiento esa misma noche.

«¿Miedo? No, sinceramente no tenía miedo. Viví momentos muy difíciles, pero siempre confié en que tendría suerte», le aseguró Víctor Lantes a Evelyn Mesquida, pocos años antes de morir en su casa, con su familia. Casó en Francia y tuvo dos hijos, que hoy viven en Toulon, en la Provenza. Nunca volvió a su Coruña natal, donde nadie sabe su nombre, pero había hasta hace poco una calle de la División Azul y una avenida para el general Sanjurjo.

Víctor Lantes en 2005. Foto cedida por Evelyn Mesquida

Unos casos raros en el exilio gallego

La mayoría de los gallegos que huyeron durante la Guerra Civil miraron hacia la otra orilla del Atlántico. «Al fin y al cabo, Buenos Aires, La Habana, Montevideo o Nueva York podían quedar más cerca que Francia o Argelia para un campesino o marinero gallego, debido a las redes microsociales tejidas por la emigración durante el siglo XIX», explica el profesor Xosé Manoel Núñez Seixas, catedrático de Historia Contemporánea en la USC y autor junto a Pilar Cagiao del libro Itinerarios del destierro. Era más fácil ir a buscar la ayuda de un tío, primo o pariente en las Américas que lanzarse a probar suerte al otro lado de los Pirineos o en el norte de África. Especialmente se tenemos en cuenta que Galicia cae en manos de los sublevados en cuestión de diez días.

De todas formas, hay varios casos de gallegos que lograron huir o se encontraban en la zona leal en el rato de la sublevación militar, por lo que hicieron la guerra con el bando leal. Mismo hubo un batallón de Milicias Populares Gallegas, formadas por campesinos que hacían la siega en Castilla, que tuvieron un papel relevante en la defensa de Madrid. «Los que sobrevivieron al conflicto se vieron abocados a seguir un destino de exiliados. Pasaron la frontera francesa en los primeros meses de 1939. A los que no pudieron embarcar hacia América no les quedó otra que sobrevivir en la Francia de Vichy o participar en la Resistencia», señala Núñez Seixas.

Solo entre enero y abril, más de medio millón de personas cruzaron los Pirineos para huir del régimen de terror de los vencedores, según la cifra que más consenso parece tener entre los historiadores. El gobierno francés no les dio un gran recibimiento. Todos aquellos que tenían historial de combatientes o activistas políticos fueron recluidos en prisiones y campos de concentración, donde sufrieron hambre, frío y maltrato. Muchos murieron dentro de aquellos vallados, algunos escaparon, otros fueron reclamados por familiares. Muchos de ellos se vieron forzados a alistarse en el ejército galo. Hitler estaba ensayando la blitzkrieg y no era cuestión de desperdiciar veteranos.

Geneviève Dreyfus-Armand calcula que en junio de 1939 había 170.000 internos en los campos, pero en noviembre ya eran 53.000. El Repertorio Biobibliográfico del Exilio Gallego identificó en esa situación 1.320 gallegos. «Su número puede estar infravalorado, pero no representaban, en ningún caso, más del 6% del conjunto de exiliados republicanos en Francia al final de 1939», calcula Núñez Seixas.

Uno de ellos fue José Romero, un pescador y militante anarquista de Boiro, a quien el golpe de estado de 1936 cogió trabajando en el puerto de Pasaia, en Guipúzcoa. Hizo la guerra en la frente norte hasta que huir tuvo más sentido que luchar. Estuvo en el campo de refugiados de Barcarès, en Francia, del que logró salir en 1940, durante la invasión nazi. Tras la rápida derrota del ejército galo, se unió a los maquis que presentaban resistencia a los alemanes, y permaneció en sus filas hasta 1945. Con el tiempo, le escribió desde Marsella a su hermana, emigrada en Argentina, para pedirle ayuda, y llegó a Buenos Aires en 1950. Su nombre aparece en el repertorio, junto con el de muchos otros gallegos que estuvieron en los campos de Argelès sur Mer, Bezièrs, Sepfonds, Tarne- et- Garonne, Le Vernet…

Hace falta recordar también a un tal Gayoso. Luchó en Noruega, y fue condecorado por su valor. Formó parte de la 13ª Semibrigada de la Legión Extranjera, destinada a Escandinavia en mayo de 1940 para contener el ataque alemán. Luchó en la batalla de Narvik, una villa pesquera de gran importancia estratégica. Los diarios de campaña recogen la hazaña de 40 hombres, a los que se les encargó la misión suicida de expulsar a los nazis de la cuota 220, un paso de montaña desde el que estaban dominando el campo de batalla. Tuvieron que atravesar un torrente de agua y hielo, saltando de piedra en piedra y bajo los disparos de cuatro armas automáticas, y luego escalar la pendiente. Con bombas de mano lograron deshacerse de tres de los nidos de ametralladoras, pero el cuarto requirió un asalto frontal.

Explica Erwan Bergot en el libro La Légion au combat, que «uno tras otro, los hombres fueron cayendo bajo el fuego alemán. El último intento lo hicieron tres legionarios españoles —Málaga, Pepe y Gayoso—, los dos primeros no tardaron en caer barranco abajo, segados por los tiros de la cuarta ametralladora; pero el tercero logró poner un pie en la cornisa, derribar la máquina de una patada y reducir el oficial alemán de un culatazo. Así fue ocupada la cuota 220». Gayoso fue condecorado con la medalla militar al valor, y poco más sabemos de él. La 13ª Semibrigada fue uno de los cuerpos militares que siguieron a De Gaulle al exilio inglés, para luchar por la Francia Libre.

A fe que que hay más historias semejantes, pero es difícil seguirles la pista. Ya vimos que en su cadena de huidas, deserciones y saltos de frontera los exiliados solían cambiar de nombre para evitar represalias. Sumémosle a eso que los franceses tenían tendencia a enredarse con esa manía ibérica de tener dos apellidos, y veremos por que los registros oficiales son confusos. Algunos, como Víctor Lantes y Cariño López, sobrevivieron para contarlo. Muchos otros quedaron en el camino, sin que nadie tuviera ocasión de averiguar quiénes eran, donde habían nacido o por qué luchaban.

 

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