Un País en Blanco

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«Sabiamos que estábamos abriendo una ventana para que entrase aire fresco».

Fernando Blanco sobre el Plan Eólico en Faro de Vigo (20 de junio de 2008).

 

Hace unos días, Gerardo Tecé escribía en uno de sus Tecetipos:.«El cine español le debe una película a José Antonio Ortega Lara. Una película sobre uno de esos referentes sociales que marcaron los últimos 20 años». Me hizo gracia porque yo llevaba días pensando en otra peli biográfica, bien distinta: una de esas en las que la historia del protagonista trasciende su epopeya personal y sirve como metáfora del tiempo que le tocó vivir. Más modesto que Gerardo, nuestro docu –porque sería un docu– tendría lugar en Galicia y contaría la vida y milagros de Fernando Blanco.

Nuestro hombre nació en Lugo, en 1959. Trabajador de Telefónica, dio el salto a la política autonómica como consejero de Industria en el ala nacionalista de ese bipartito del que seguro ya nos habríamos olvidado si no fuera porque Feijóo no deja de recordarlo. Antes, había sido concejal de Economía y Turismo en Lugo en aquel otro Gobierno bicolor en el que el BNG fue fagocitado por el abrazo de oso de López Orozco, el ex-alcalde socialista que, curiosamente, tendría en estos últimos años una trayectoria judicial paralela a la de Blanco.

Blanco era un tipo afable y campechano. Tenía la voz ronca, el flequillo ingobernable –un eco de aquella juventud en la que se granjeara fama de guaperas–, un hermano músico y un proyecto estrella, ese con el que muchos consideran que se comenzó la cavar a tumba del bipartito: el Plan Eólico, el más ambicioso del Estado. La adjudicación de más de 2300 nuevos MW, el doble de los que había en Galicia, que debían de mover una inversión de 6.000 millones de euros para crear doce mil puestos de trabajo.

La anulación del Plan Eólico fue de las primeras cosas que hizo Feijóo tan pronto entró por San Caetano. Las consecuencias aún las estamos pagando. El año pasado, la Xunta tenía que dedicar casi tres millones de euros a indemnizar a las empresas perjudicadas

El plan fue torpedeado desde lo primero momento. No solo, como era de aguardar, por la oposición, sino también por la parte socialista del Gobierno y por los que llevaban toda la vida cortando el bacalao. «Un enfermero de Allariz no puede venir a cambiar el marco económico de Galicia», contó Anxo Quintana que le advirtieron antes de meterle una cabeza de caballo bajo el edredón en forma de foto en el yate de un empresario beneficiado por varias concesiones. Ni uno ni otro tenían crema solar en el hombro ni condenas por narcotráfico.

En 2011, dos años después de perder el Gobierno, Blanco era diputado de la oposición en el Parlamento. El nacionalismo intentaba recomponerse tras la marcha de Quintana (aun faltaban unos meses para la asamblea de Amio) y el ex-consejero salía en las quinielas como uno de los posibles sucesores. Fue entonces cuando su nombre aparece en una de las múltiples ramificaciones de la Operación Campeón. Blanco decide dimitir y dejar de ser aforado para defender su inocencia, convencido de que su juicio se celebrará así mucho más rápido.

Casi ocho años después, y tras varios «retrasos injustificados» en la instrucción, ese juicio nunca tuvo lugar. La Audiencia Provincial de Lugo archivó el caso mientras el CGPJ le abría un expediente a la jueza responsable, Pilar de Lara. «Es evidente que la justicia llega tarde», diría un viejo Blanco en su comparecencia en un hotel compostelano. Para sus abogados, «las consecuencias políticas y personales de esta pena de banquillo son irreparables».

Yo estoy convencido de que la historia de Fernando Blanco representa como pocas la historia de este país, un país en el que estamos acostumbrados a preguntarnos que sería de nosotros si las cosas hubieran sucedido de otro modo; de esa otra manera –segura, la correcta? que siempre parece estar ahí, a punto de llegar– pero que nunca lo hace.

Igual sí que le debemos una peli.

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