El amor oculto de Juan Ramón

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Hay historias que empiezan a contarse desde el final, incluso a riesgo de desenfocarlas. La de Marga Gil Roësset, escultora e ilustradora, comienza muchos años después de su muerte. La publicación de sus escritos más íntimos desveló su amor hacia el poeta Juan Ramón Jiménez, una pasión oculta, incluso para él, que la llevó al suicidio con tan sólo 24 años. Cumplidos los 85 de su fallecimiento, diversos actos celebrados en su memoria recuperan a Marga escultora, dibujante, pionera, precursora. Su obra parece adentrarse en lo invisible y se hace grande, sobrepasando su tragedia vital. 

Mayo de 1930. En Madrid se celebra la Exposición Nacional de Bellas Artes. El Retiro alberga la obra de muchos artistas contemporáneos. Son tiempos convulsos en la política española. Unos meses antes, en enero, finaliza la dictadura de Primo de Rivera, y Alfonso XIII nombra a Dámaso Berenguer presidente del Gobierno. Se inicia la llamada por los periodistas de la época «dictablanda» que culminó, tras muchos avatares, con la proclamación de la Segunda República en 1931. A la Exposición acudirían artistas e intelectuales que vivían en un Madrid «vanguardista» en el que coincidieron Ortega, Unamuno y los jóvenes del llamado grupo del 27.

Marga Gil Roësset, escultora e ilustradora madrileña, tiene entonces solo 21 años y ya exponen una de sus obras. La titula Adán y Eva, y la crítica queda impactada ante una escultura sin precedentes. En junio, la entrevista para la revista Crónica Rosa Arciniega de Granda: «Yo siempre intento operar sobre mis esculturas de dentro afuera –afirma la artista–, trato de esculpir más las ideas que las personas. Mis trabajos, en cuanto a la forma, podrán no ser muy clásicos; pero, por lo menos, llevan el esfuerzo de querer manifestar su interior». Y continúa describiendo lo que quiso expresar en la obra: «En sus caras he reflejado el dolor del paraíso perdido, dolor de sentirse solos en medio del planeta, dolor por todos los dolores que habrán de arrastrar sus hijos a través de los siglos».

La periodista se refiere a Marga como una «chiquilla afable y bondadosa en cuya cabecita bullen ideas tan trascendentales como esta». Una pregunta sorprende: «¿Piensa usted casarse?». Pero aun más la respuesta de una chiquilla: «Yo creo que no. No creo en el amor simultáneo de dos corazones. (…) Yo, por ejemplo, puedo enamorarme de un hombre sencillamente porque me gusta; pero me parece difícil que él al mismo tiempo se enamore de mí, completando así el amor. Me parece que en esto hay siempre un sacrificado».

‘Adán y Eva’. Escayola, 1930

Julio de 1932. El nombre de Marga vuelve a la prensa. El 29 y el 30 de junio de 1932 seis diarios madrileños recogieron la noticia del suicidio de una joven en Las Rozas, camino de la sierra de Guadarrama. Los titulares eran parecidos: todos se referían la ella como «una señorita» y ninguno aludía a la palabra «suicidio». En la noticia, pocos datos: la joven tenía 24 años, se llamaba Marga Gil Roësset, era escultora e iba «elegantemente vestida». En La libertad se aventuraron a contar algo más de los hechos: «Alquiló un taxi y ordenó al chófer que lee condujese a Las Rozas. Al llegar a este pueblo dijo al chófer del vehículo que esperara, y después de pedir la llave de un hotel propiedad de unos tíos suyos, entró en dicho hotelito. Pasaron unos instantes y se oyó una detonación. Al ruido acudió la familia de la joven y los vecinos, que vieron él cuerpo en el suelo exánime. También se incautó el juez de una carta escrita por la señorita Margarita Gil Roecer (sic) y dirigida a su madre, en la cual tal vez explique los motivos que la indujeron a quitarse la vida».

Además de esa carta, Marga dejó otras dos. Una para su hermana Consuelo, escritora y editora, tres años mayor que ella, y otra para Zenobia Camprubí, la esposa de Juan Ramón Jiménez. La de esta última estuvo oculta durante 65 años. Los mismos que tardaron en salir a la luz las páginas de un diario que escribió durante los últimos meses de su vida y que dejó en la casa de Juan Ramón Jiménez la mañana en la que se quitó la vida. Los «motivos» se mantuvieron ocultos hasta que en 1997 el diario ABC publicó parte del cuaderno en el que Marga escribió de manera desgarradora la causa que la llevó al suicidio: su amor hacia el poeta Juan Ramón Jiménez.

En ninguno de los periódicos de aquel verano del 32 se hablaba de que esa señorita era escultora, ilustradora, una de las más brillantes del momento según los críticos de la época. En 2017 se cumplieron 85 años de su muerte. Recuperar su obra, colocar la Marga Gil Roësset en el lugar de la historia del arte que le corresponde, más allá de su relación con el poeta, es uno de los empeños de familiares y estudiosos. Pero no fue una tarea sencilla. La historia de Marga, por su final a destiempo e inesperado, marcó su memoria. Al silencio de un final trágico y doloroso se sumaron otros silencios: lo de la causa de su muerte voluntaria, lo de los años oscuros de la guerra y la dictadura, el impuesto de forma sutil por tratarse de una mujer…

La historia de Marga Gil quedó aplastada bajo el dolor y las incógnitas. Marga Clark, fotógrafa y poeta, y su sobrina, lo reconoce: «su trágico final fue tan doloroso para toda la familia, que no sólo provocó la muerte prematura, algunos años más tarde, de sus padres, mis abuelos paternos (mi abuelo murió dos años más tarde que su hija, y mi abuela poco después) sino que condicionó la actitud de sus dos hermanos, Consuelo y Julián, mi padre, que la mantuvieron oculta en el olvido, tal vez con la buena intención de protegerla de murmuraciones y de falsos moralismos tan propios del ambiente social en el que se movía su familia».

Marga Clark escribió en su libro Amarga Luz (Funambulista, 2011) como fue su particular proceso de descubrimiento. Su tía Marga era «una ausencia muy presente» que marcó entre el misterio y la admiración la infancia y adolescencia de su sobrina. Se impuso un largo silencio por parte de la familia de Marga y por parte de la familia de Juan Ramón. Mientras, sus dibujos y esculturas seguían protegidos en las casas de sus hermanos, escondidos esperando el momento de salir a la luz.

Y esto no ocurrió hasta mayo de 2000. Ana Serrano, amiga íntima de la familia, fue la comisaria de la primera exposición antológica que daba a conocer la obra de Marga Gil y que se celebró en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Cuenta que fue «un clamor». La crítica volvía a utilizar calificativos como los empleados en las crónicas de los años 30. El empeño era mostrar a la Marga artista, aunque no era fácil desligarla de la Marga herida de muerte por un amor imposible hacia un hombre esencial en la historia de la cultura. Pero su obra se alzó por encima del drama.

Marzo de 1908 Marga Gil Roessët nació en 1908, en una familia burguesa, de las que se calificaban entonces como «distinguida», acaudalada y con grandes inquietudes culturales y artísticas. El apellido Roësset proviene de su abuelo materno, un ingeniero francés que se afincó en España junto a su hermano en la primera mitad del siglo XIX para construir la red ferroviaria entre Madrid y Oporto. Ambos se casaron con dos hermanas descendientes de una familia gallega ilustre. Margot, la madre de Marga casó con Julián Gil, general de ingenieros y tuvieron cuatro hijos, dos varón y dos mujeres.

Marga Gil, de nova. Arquivo Ana Serrano

Las mujeres de esta familia fueron todas brillantes, cuenta Ana Serrano. María (su tía) y Marisa (su prima) fueron reconocidas pintoras y Consuelo (su hermana) escritora y editora de las revistas Chicos y Mis chicas, títulos esenciales en la cultura popular española de la posguerra. La importancia de las Roësset queda recogida en el libro Artistas y precursoras, un siglo de autoras Roësset que Nuria Capdevila-Arguelles, catedrática de Estudios hispánicos y de género de la Universidad de Exeter, en el Reino Unido, publicó en 2013. Habla del carisma de estas mujeres «influyentes y olvidadas», jamás mencionadas en los libros de historia, sin las que no se puede entender la historia de la cultura femenina en España.

Marga y su hermana Consuelo crecieron rodeadas de lujos y sensibilidad artística. Fueron muy poco al colegio, se educaron en la casa con distintos preceptores y era su madre quien cuidaba personalmente de su formación, algo no infrecuente en las familias adineradas de la época. Acudía con ellas a museos, conciertos y conferencias. Hablaban cuatro idiomas, a menudo viajaban por Europa y las fotos que se conservan de ellas muestran unas niñas vestidas de forma poco convencional, haciendo teatro, siempre riendo.

 

Consuelo escribía y Marga dibujaba. A los siete años Marga escribió e ilustró La niña curiosa, «un cuento que regaló a su madre –cuenta Ana Serrano–, y en el que se adivina la genial mano de esta niña precoz». A los doce años publica junto con su hermana un libro, El nido de oro, en el que aparecen unos dibujos sutiles, inesperados en una niña de tan corta edad. Así los describe Nuria Capdevila: «peculiares, y tristes, tienen poco de infantiles y mucho de desconcertante dibujo adulto».

‘El niño de oro’, libro que ilustró a los 12 años

Dos años más tarde, publican otro libro, Rose de Bois, esta vez en francés. Los dibujos están hechos a tinta china y siguen en parte el orientalismo de moda en Europa, pero sólo en parte, porque tienen una fuerza enigmática original, un estilo que Capdevila denomina precursor y que se manifiesta sin influencias externas aparentes.

Marga parece dar forma a lo enigmático. Son cuerpos contorsionados, con rostros angustiosos, a veces demacrados, llenos de una expresividad impactante.

Rose des Bois’, 1921

Su madre decidió que acudiese a las clases del pintor José María López-Mezquita, mas por poco tiempo, ya que a los catorce años, se interesó por la escultura y empezó a modelar. Parece que, de nuevo, su madre le mostró sus obras al escultor Victorio Macho con la intención de que la enseñara. Pero al ver los trabajos dijo, «deje usted a su hija que siga sola» y se negó a darle clase para preservar su genialidad. Así fue cómo inició una carrera autodidacta.

Eran muy pocas las mujeres que hacían escultura en aquellos años en España. María Pérez-Péix (mujer del escritor Eugenio d?Ors), Eva Aggerholm, Eulália Fábregas de Jacas, Helena Sorolla… Fueron verdaderas pioneras que en los años de la Segunda República fueron conformando un nuevo modelo de mujer que se incorpora activamente a los ambientes artísticos. Muchas eran de clase acomodada, pero posiblemente todas sufrieron los perjuicios de la crítica por adentrarse en un campo considerado aún «no apto» para ellas.

Marga Gil, en su taller. Archivo Ana Serrano

La producción artística de Marga se concentra en solo 12 años. Sorprende su dominio de diversas técnicas: acuarela y tinta en las ilustraciones; escayola, madera y granito, en sus esculturas. Lo que podríamos llamar su última etapa se lleva a cabo en una época de esplendor cultural en el Estado, la llamada Edad de Plata. La Residencia de estudiantes y la Residencia de señoritas se convierten en verdaderos epicentros de la creación artística y en 1926 se crea el Lyceum Club Femenino. Su primera presidenta fue María de Maeztu y en su primera junta directiva figuraron, entre otras, Isabel Oyarzábal, Victoria Kent y Zenobia Camprubí, ya esposa de Juan Ramón Jiménez.

Durante sus años de existencia, el Lyceum Club organizó muchas actividades: conferencias, exposiciones, funciones teatrales, conciertos, fiestas a las que acudían Carmen Baroja, Victoria Kent, Clara Campoamor, María de Maeztu, Concha Méndez, Ernestina de Champourcin, Elena Fortún, María Teresa León o Carmen Conde, entre otras. Todas participaron activamente en la explosión cultural que invadió los primeros años treinta, pero el su labor quedó injustamente oscurecida. Trabajos como los de Nuria Capdevila o el reciente libro y reportaje de Tania Balló, Las sinsombrero, intentan «completar la historia» recuperando la obra y la vida de estas mujeres.

¿Marga Gil Roësset tuvo relación con ellas? Quizás no, porque todo parece indicar que vivía en un círculo familiar estrecho, pero era amiga de Ernestina de Champurcín, afirma Marga Clark, y es probable que visitara el Lyceum. La falta de documentación sobre su relación con otros artistas hace aún más interesante su original estilo. Así lo dice Marga Clark: «Marga era una artista única, independiente, trabajó sola sin maestros para desarrollar su propia voz, ella trabajaba con la mirada dirigida cara dentro, a cuyo objeto no creo que su naturaleza la llevara a pertenecer a grupo». En La ardilla y la rosa: Juan Ramón en mi memoria, de Ernestina Champourcín, hay una foto en la que sale Marisa (su prima), no Marga, pero parece que sí que conoció a Maruja Mallo, a Bauer y a Concha Méndez. Con Ernestina posiblemente trabó una amistad más estrecha.

Ser artista y mujer en los años veinte era un verdadero desafío. A pesar de que la sociedad española estaba empapada por un irrefrenable espíritu renovador y de apertura a las corrientes vanguardistas europeas, prestigiosos intelectuales, entre ellos el amigo de la familia, Gregorio Marañón, veían en ellas «rasgos del sexo masculino, adormilado en las mujeres normales». El Premio Nobel Jacinto Benavente fue más explícito: no aceptó la invitación a dar una charla en el Lyceum alegando que él no podía dar conferencias «a tontas y a locas». Según Nuria Capdevila, las mujeres artistas de la familia Roësset fueron partícipes de esta corriente renovadora, liberal de tradición krausista, pero no abandonaron una mentalidad conservadora y católica que las situaba en un espacio moderado a respecto a muchas de sus coetáneas. Eran vanguardistas e innovadoras en la arte, pero tradicionalistas en su educación y costumbres.

Agosto de 1929. Marga y su hermana eran conocidas y reconocidas ya en 1929. José Francés, el crítico de arte con más predicamento de la época, habló elocuentemente de ellas en un extenso artículo publicado en La Esfera el 17 de agosto de 1929. Recuerda las dos hermanas como niñas «silenciosas, tímidas y graves» y se refiere a la escultura de Marga como «enérgica, vibrante y misteriosa». Habla de una «mujercita» (el diminutivo choca con adjetivos tan contundentes) que no espera aplausos «no tiene prisa de ecos ni impaciencia de lauros. (…) De ahora en adelante, cuando se hable de la escultura española, hay que citar el nombre de Marga y el arte de Marga». Marga Gil no viaja a París o a Roma para formarse como hizo su prima Marisa, se mantiene al margen: «trabajó sin influencias de nadie y eso la convierte en una artista genial», afirma Ana Serrano.

Capdevila, a su vez, defiende esta originalidad extrema: ya en las ilustraciones de Rose de Bois, realizadas a los 13 años: «el rasgo físico más importante de los personajes se consigue a través del juego con nociones de fealdad y deformación física». Los protagonistas son personajes de extrema delgadez, demacrados, con manos y pies enormes…, son la obra «de una subjetiva autora con la seguridad suficiente para jugar confiadamente con monstruosidad y belleza, subjetividad de carácter precursor o agonista, que muestra en su obra a expresión de una paradoja», continúa Capdevila citando a Poggioli.

Noviembre de 1931. Marga conoció a Juan Ramón Jiménez y a su esposa Zenobia Camprubí. Carmen Hernández Pinzón, prima nieta del poeta, sitúa el encuentro en el mes de noviembre, en una cena organizada por una amiga común, Olga Gunzburg, como homenaje a la pianista Amia Dorfmann. A partir de entonces, las visitas de las hermanas, pero sobre todo de Marga, a la casa del poeta se hicieron habituales.

Marga entró a formar parte diera grupo de jóvenes artistas que acudían con frecuencia a la casa de Juan Ramón. Así la recuerda él en Españoles de tres mundos: «Marga era morena pálida, de verdoso alabastro, con ojos hermosos grises, y pelo liso castaño. Sentada tenía una actitud de enerjía, brazos musculosos, morenos, heridos siempre de su oficio duro. Y al mismo tiempo ¡tan frágil! Llevaba él alma fuera, él cuerpo dentro». Pese a que tenía el encargo de ilustrar un Quijote, Marga se embarcó en los retratos de Juan Ramón y Zenobia. El de ella lo finalizó. El de Juan Ramón no llegó a comenzarlo. El propio Juan Ramón cuenta que pasaba muchas horas trabajando allí: «Nos traía jenerosa el regalo de cada día, de cada hora: rosas, libros, frutas, papeles, cintas de colores (…) Era un ejemplo de vitalidad exaltada, de voluntad constante, de capricho enerjético. Se iba ya de noche, corriendo».

Marga se enamoró de Juan Ramón. Comenzó a imitar su letra, a no distinguir las grafías j y g como hacía él, a estar pendiente de sus opiniones, sus deseos. Más adelante Guerrero cuenta que el poeta le confesó que quería recuperar los poemarios Ninfeas, Rimas y Arias tristes porque le parecían imperfectos, demasiado «juveniles». Marga debió de hablar con el poeta de esta cuestión y decidió buscar esos ejemplares por librerías, bibliotecas particulares (llegó a entrar en la de Gregorio Marañón, amigo de la familia) e incluso en la Biblioteca Nacional: falsificó un carné que hoy se conserva para sacar de allí los ejemplares disponibles de estas obras. Hizo un paquete con todas ellas y se las entregó al poeta para que las destruyera: «me trajo para que yo los viera todos o casi todos los que había en el Ateneo, en las bibliotecas públicas, incluso en la Nacional. Yo no sé con que habilidad los cambiaba por otros volúmenes y los sacaba sin ser vista».

Durante los últimos años de su vida, escribió sus sentimientos en un diario. Son notas de irregular extensión, escritas de forma casi automática. Montones de puntos suspensivos, tonemas de suspensión, como las emociones que allí deposita. No son poemas, ni revisten interés literario, pero conmueve el lirismo de su brutal sinceridad. No es el diario de alguien desesperado, sino de alguien la quien la tristeza lo va invadiendo como una mala hierba. Se esfuerza por exponer la lógica de su dolor: «ya no quiero vivir sin ti… no… ya en el puedo vivir sin ti… tú, como sí puedes vivir sin mí, debes vivir sin mí», y la muerte parece una y otra vez como la única manera de seguir amando y de seguir creando: «Quiero morirme pronto, ahora mismo… ¿la obra? ¿para qué?… y tú, ¡ay de mí! Desánimo… metal frío, ácido, vacío… no quiero así… ¡no!».

Las palabras de Marga son el flujo de conciencia de alguien que está desarraigándose. En medio de la descripción de su universo amoroso deja colar algunos datos que nos hacen pensar que su familia estaba muy pendiente de su trabajo: «Mi padre me ha dicho, serio… irrevocable.. Marga, vas a terminar la cabeza de Zenobia… pero terminarla… para ya empezar inmediatamente con El Quijote y… hasta acabarlo… no haces ninguna otra cosa en absoluto… estamos». No llegó a terminar las ilustraciones para el libro de Cervantes, pero sí dejó otras para Canciones de niños, con letra de su hermana Consuelo y música de su cuñado José María Franco, que según muchos podrían haber inspirado el autor de El Principito, Antoine de Saint-Exupéry, diecisiete años después.

Las palabras de Marga fluyen descompasadas en su diario. Pasa de un sentimiento exaltado a la tristeza de quien sabe que no podrá ser correspondida: «y eres que como eres bueno, te da pena ver que no guarda proporción mi amistad… amor… con tu amistad… afecto» y cada página que avanza, aparece con más frecuencia a idea de la muerte. Estas son las últimas palabras escritas: «Noche última… que querría… tanto la tu lado… y estoy sola… ¿sola?… no… estoy contigo. Pero en la muerte, ya nada me separa de ti… solo la muerte… y es ya… vida ¡tanto más cerca así!… muerte… ¡cómo te quiero!».

28 de julio de 1932. Podemos reproducir el relato del último día de su vida gracias a los testimonios que Juan Guerrero, amigo íntimo del poeta y albacea recogió en Juan Ramón a voz en grito (Pretextos, 1999). El 28 de julio de 1932, Marga se levantó temprano. Acudió a la casa de Juan Ramón y le dejó una carpeta con varios papeles con la indicación de que lo leyera más tarde. Después, y según una doncella, salió con lágrimas en los ojos. Parece que se dirigió a su taller, situado a las afueras de Madrid y destruyó la mayoría de su obra, incluidas las fotografías. Después se dirigió a la casa («el hotelito») que su tío Eugenio tenía en Las Rozas; allí decidió quitarse la vida con un disparo en la sien.

Según el testimonio de Juan Ramón, Zenobia y él llegaron la Las Rozas y encontraron a Marga en la Clínica Omnia agonizante. Describe con un inusitado realismo sus últimos momentos: «vendada la cabeza como una fe, tenía una exaltación serena y fija…, con la belleza no destrozada, descompuesta».
La carpeta amarilla con las páginas del diario que Marga le dejó al poeta permaneció oculta hasta 1997, cuando el diario ABC, dirigido entonces por Luis María Ansón, publicó parte de los textos en un extenso reportaje firmado por Blanca Berasátegui. Para la familia de Marga fue algo «inesperado y estremecedor», afirma Marga Clark. ¿Por qué no se avisó a la familia de la existencia de estos textos? ¿Por qué tardaron 65 años en ver la luz?

Enero de 2015. Las páginas del diario completo de Marga junto con las cartas que dejó antes de morir a sus padres, hermana y a Zenobia y algunos poemas de Juan Ramón, se publicaron hace sólo dos años a cargo de la Fundación José Manuel Lara. El libro sigue fielmente el corpus del proyecto que pensaba publicar el poeta. Carmen Hernández Pinzón, cuenta en el prólogo la peculiar peripecia de los papeles. Juan Ramón pensaba publicar el diario de Marga junto con algunos poemas suyos y otros escritos en otoño de 1932, pero la edición del libro se fue retrasando por distintas razones; después vino la Guerra, el exilio y el robo de gran parte de sus papeles y manuscritos que hicieron que esa carpeta amarilla haya permanecido en paradero desconocido.

Después de la muerte de Juan Ramón, en 1958, la mayoría de los objetos robados fueron devueltos a la viuda de Juan Guerrero que se los entregó al primo y albacea del premio Nobel. Su hija, Carmen, quiso rescatar estos papeles con la intención de sacar del olvido a Marga, siguiendo las palabras con las que Zenobia se expresa en los cuatro relatos incluidos en sus diarios dedicados a Marga Gil Roësset: «Marga, quiero contar tu historia porque tarde o temprano la contarán quienes no te conocieron o no te entendieron».

Carmen se puso en contacto con Consuelo Gil Roësset, ya anciana, que ignoraba la razón que había llevado a su hermana a quitarse la vida. Hernández Pinzón dice textualmente: «sentí una gran empatía hacia Consuelo y su dolor y no me atrevía a hablarle de los escritos que tenía de y sobre Marga». Pensó esperar unos meses, pero Consuelo falleció poco después. Decidieron dar a conocer la historia de Marga a través del Cultural de ABC con el permiso del mayor de sus primos.

Cuando el 85 aniversario de la muerte de Marga, Las Rozas bautizó una biblioteca pública con su nombre, la hizo hija adoptiva y durante el mes de mayo se celebró una exposición y un ciclo de conferencias en la Biblioteca León Tolstoi, a donde acudieron casi todos los que tuvieron algo que ver con el redescubrimiento de Marga. Su obra, lo que queda de ella, tiene suficiente fuerza como para ocupar un puesto en la historia de la arte española.

Julio de 1932. Juan Ramón cuenta que Marga fue enterrada en un pequeño cementerio en Las Rozas. Hoy, ese espacio de silencio se profanó por la autopista, pero la sierra de Guadarrama sigue siendo un lienzo impresionista. Buscamos en el cementerio la tumba de Marga. El encargado municipal cuenta que una bomba cayó en los primeros años de la Guerra Civil y creía que afectó a una tumba familiar, posiblemente la de la escultora. Hoy, no queda rastro de ella.

 

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