Del 23F al activismo. La vida plural de José Antonio

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Los guardias civiles de la foto desconocen un dato que para el caso es irrelevante: el hombre que están desalojando, activista de la Plataforma Sarriana polo Río, es un antiguo compañero. José Antonio Iglesias, que nació en Monforte de Lemos (Lugo) y tiene 67 años, trabajaba de agente de tráfico en Arganda el 23 de febrero de 1981. El día que lo llevaron a Madrid para asaltar el Congreso a las órdenes de Tejero y actuó, sin quererlo, de secundario de lujo en aquella película. Fue los ojos y los oídos del ministro Rosón, otro lucense, durante el secuestro.

Sarria, 25/03/2014, 11:10. La villa lucense de Sarria (13.500 habitantes) amaneció tomada por la Guardia Civil. La Plataforma Sarriana polo Río lleva un mes acampada en la isla del Malecón para oponerse a un plan de encauzamiento fluvial que incluye la destrucción de patrimonio histórico y arbolado. La Confederación Hidrográfica había anunciado el día antes la aceptación de varias demandas de la Plataforma. Los activistas iban a levantar el campamento en pocos días. Pero no les dan tiempo. Medio centenar de guardias rodea el área de obras y saca a los acampados a la fuerza. La presencia de vecinos indignados eleva la tensión. El jubilado José Antonio Iglesias, el primero en encadenarse a los árboles en el inicio de la acampada, es de los últimos en ser desalojado.

Foto Alberto López

Madrid, 23/02/81, 18:25. El agente de tráfico José Antonio Iglesias, destinado en el cuartel de Arganda del Rey (Madrid), corre hacia la puerta de entrada del Congreso de los Diputados. Sólo lleva otro guardia por delante; al mirarle la manga, descubre el distintivo de teniente coronel. Iglesias entra de segundo detrás de Antonio Tejero. A la mañana siguiente, será el último en salir. [Llegar en cabeza y resistir incluso el final puode ser indicativo de un carácter testarudo y por veces impetuoso. Días antes de esta entrevista, le pregunté a Iglesias cuáles eran sus ideas en 1981. Quería saber si hay un arco evolutivo entre el golpista de ayer y el activista de hoy. «Pensaba lo mismo que pienso ahora», dijo. Luego no hay arco evolutivo, hay una línea. La diferencia es que al Malecón de Sarria fue por voluntad propia].

Arganda del Rey, 23/02/81, 16:30. El guardia Iglesias terminó el servicio a las seis de la mañana. Va a dedicar el día de descanso a estudiar; cursa BUP en el nocturno y tiene entre manos un comentario de texto de Pío Baroja. La mujer se ha ido de compras. El crío está en el colegio. Y justo ahora le vienen a decir que hay que ir a Madrid. Iglesias y siete compañeros suben a dos Seat Ritmo con una papeleta de servicio. Pero nadie sabe cuál es el servicio; solo que tienen que ir al parque móvil de la Benemérita en Príncipe de Vergara. «Llegamos allí y aquello parecía un mercado persa. Un desmadre de la hostia», recuerda José Antonio.

Lugo, 1976. Un Iglesias de pelo largo, pantalón de campana y botas de tacón se presenta para la prueba de ingreso en la Guardia Civil. Él es un hijo del Cuerpo, su padre cruzó Galicia de cuartel en cuartel: A Mariña, Sarria, A Cañiza… «A mí, en el fondo, el tema no me tiraba; si no, habría ido antes», admite. Tiene 26 años y lleva ocho emigrado en el Reino Unido.

Londres, 05/07/69. Tres días y dos noches de espera, resistiendo a base de helados, para conseguir entrar en Hyde Park. Los Rolling Stones en concierto, nada menos; cuando no hace una semana que Brian Jones, guitarrista de la banda, apareció ahogado en su piscina. Iglesias está en primera línea, rodeado de 500.000 personas. «Mick Taylor sustituyó a Jones. El concierto más grandioso que vi en la vida», recuerda. Ama el rock. Pero nunca logró aprender en la guitarra «más de tres acordes». En Inglaterra, entre los 18 y los 26 años, fregó platos en hoteles y fue celador en hospitales. Hizo de mayordomo para un psiquiatra en una granja del condado de Essex, «donde escuchaba discos de los Beatles y me emborrachaba con sherry mientras limpiaba el polvo». Trabajó de camarero en un club de alterne de lujo, haciendo cócteles, en hoteles… A Inglaterra llevó a Carmen, su novia, después de casarse en 1970. En Inglaterra nació su único hijo.

01:49-02:20 «Entro por la derecha de la tribuna de oradores, siempre pegado a ella. Una vez que llego a la escalera que va a la tribuna, saco el anorak y meto la cartuchera debajo. Luego vuelvo a poner el anorak». 02:56-03:01 «Estoy entre dos compañeros, el de la derecha tiene un chaquetón de cuero y el de la izquierda, barba y anorak. Estoy de lado y el cargador de mi arma lleva otros dos cargadores pegados con cinta aislante, era algo habitual de aquella». 04:23-04:36 «Soy el que está más cerca de la tribuna, saco un pitillo, no llego a fumarlo. Son minutos muy, muy tensos». 05:22-05:42 «Voy hacia la escalera de en medio, la que sube al gallinero. El que está a la derecha del primer escalón, sentado con traje claro, es Juan José Rosón, ministro de Interior en funciones». 09:18-09:25 «Vuelvo a aparecer, bajo por una escalera y subo por la otra. Manda carajo, vaya movida!»

Congreso de los Diputados, 23/03/81. Los guardias civiles invaden el corredor de entrada. Iglesias escucha una ráfaga de ametralladora. «Los primeros disparos no fueron en la Cámara, esto nunca se dijo», advierte. «Yo me metí en el wáter a fumar un pito. Cuando entré en el hemiciclo, Tejero estaba subiendo a la tribuna». En el famoso vídeo de TVE, Iglesias es el guardia flaco de anorak situado al pie del estrado. El que, en un determinado momento, quita el anorak y mete por dentro los cargadores de la metralleta. Está muy nervioso, sube y baja por las escaleras varias veces. Enseguida ve a uno de Becerreá, Juan José Rosón, ministro de Interior en funciones, luciendo traje claro en la primera bancada. «Conocía a su hermano Luis, el general interventor del Ejército de Tierra. Había Estado con él dos días antes. Me ofreció una recomendación para el cuartel de Sarria, pero yo le dije que estaba bien en Madrid». Iglesias no conoce el ministro en persona, pero se acerca: «Manda carallo, dónde nos vamos a ver usted y yo».

Arganda del Rey, 1978-1981. El destino de Tráfico en Arganda era más entretenido que las villas asturianas donde Iglesias había servido antes. Patrullas en un radio de 70 kilómetros, con el poblado chabolista de El Pozo como punto caliente. Coches robados, chorizos. Una mañana desmantelaron un grupo de información del Grapo en un bar próximo al cuartel. José Antonio recuerda «un ambiente de compañerismo muy bueno». Son los años de plomo de ETA; los guardias caen como moscas. Muchos van destinados a Euskadi nada más salir de la Academia, jóvenes solteros que cobran un buen plus y a veces descuidan la seguridad. Iglesias, como el resto de los compañeros, mira el rosario de muertes con una mezcla de cólera e impotencia: «Tenías la sensación de ser un Kleenex. Los jefes nuestros ya ni tenían cojones de ir a los entierros de los asesinados».

Madrid, 23.03.81, 17:30. Cuando el jefe de sector de Tráfico, Luis Abad, arengó a los guardias que se agolpaban en el parque móvil, cuando dijo que la situación era «insufrible», todos se identificaron con el discurso. Pero subieron a los autobuses y seguían sin saber a dónde iban. «O a lo mejor algunos sí», especula Iglesias. «Vi compañeros con la bandera de España en el cargador, era raro. Y cuando escuchamos por la radio del bus a Carrillo, uno dijo: ‘Te vamos a afeitar en seco’».

Congreso de los Diputados, 23/03/81, atardecer. «Esto es un golpe de estado. Yo me quiero ir de aquí», le murmura Rosón a ese guardia que se acababa de identificar cómo amigo de su hermano. «Usted verá», replica Iglesias, nervioso. La prudencia más bien aconseja estar quieto. Iglesias le va a buscar al ministro dos paquetes de Marlboro. «Todo el tiempo me moví como me dio la gana», relata. «Salí fuera, quería ver lo que había para contárselo a Rosón. Vi muchos guardias que conocía, y algunos me pidieron que no contara que estaban allí. Discutí con un teniente coronel, le dije: ‘Yo estoy ahí dentro y ustedes, a dos aguas: si sale bien, entran y si no, se quedan».

Monforte-Sarria, años 60. «Siempre fui un bala. Nací en Sindrán, Monforte. A los diez años me matricularon en los Escolapios. Luego destinaron a mi padre al cuartel de Sarria y allí empecé el bachillerato. Pero era mal estudiante. Creo que mi padre se llevó una alegría cuando decidí entrar en la Guardia Civil. El pobre murió con 59 años, atropellado por un camión en A Cañiza». En este punto, Iglesias tiene que callar y contener las lágrimas.

Congreso y alrededores, 23/02/81, noche. Iglesias se asomó a la entrada del Hotel Palace, eran aún las nueve de la noche y «todo estaba tranquilo». Llamó a la mujer desde una cabina. Volvió al hemiciclo. Ya había tenido ocasión de saludar el diputado sarriano Antonio Díaz Fuentes; tampoco se conocían en persona, pero Iglesias se identificó como paisano y se ofreció a ayudarlo. No iban a hablar más en toda la noche. Volvió a tranquilizar a Rosón: «Mejor deje que transcurra el tiempo. Mis compañeros y yo no estamos por esto». Rosón fumaba como un carretero. Iglesias también. «No comí ni bebí, sólo fumaba mis winston de batea». Entró en la sala de los relojes y vio confinados a Felipe, Guerra, Carrillo, Gutiérrez Mellado y Rodríguez Sahagún. «Carrillo y Gutiérrez eran los más enteros», recuerda. Un sargento se acercó a Tejero: «Mi teniente coronel, quiero pegarle un tiro a Carrillo». «Pues pégaselo», dijo Tejero. Pero Iglesias y otro compañero agarraron al sargento y lo sentaron en las escaleras. Tuvieron que tranquilizarlo cuando se puso a llorar.

Madrid-Valdemoro, 24/02/81, mañana. A las siete y media de la mañana, Luis Abad, el jefe de Iglesias, certifica que todo acabó. «A veces se pierde», dijo. Iglesias le da la mano a Tejero —«Era mi superior allí»—. Se despide de Rosón —en lo sucesivo, su protector—. Los guardias que salen del Congreso vuelven a subir a varios autobuses. «No sabían qué hacer con nosotros», relata José Antonio. «Nos llevaron a un colegio de Valdemoro, y al llegar me dio una lipotimia y me desmayé a consecuencia de la presión». Pasaron allí una semana, aislados de los medios. Pero podían ir a la piscina y recibir visitas de familiares. De vuelta a Arganda, echa dos meses retirado del servicio y sin salir de casa. Lo obsesiona la desaparición de la orden que lo llevó la Madrid. «La tenía uno que saltó por la ventana cuando salimos del Congreso», asegura. Lo irrita la obediencia debida que impide a los guardias ser responsables de sus hechos. Le van a ofrecer el ascenso a cabo; pero no le interesa. Son meses incómodos. «Mi vida de guardia empezó a ir mal, estaba dolido con los jefes», resume. En mayo del 82 deja el cuerpo, después de romper de un golpe la culata del fusil en reacción a una orden que le parece insensata. «Querían corregirme. Y a mí no me corrigen».

Madrid-Ourense, años 80. Juan José Rosón nunca olvidó a Iglesias. En los 80, el ex-ministro está en la presidencia de Sintel, la empresa de montaje de telefonía participada por Telefónica. José Antonio entra de su mano a trabajar en la compañía, primero en Madrid como chófer de directivos, más tarde en el departamento administrativo en Ourense. En Ourense ponen en marcha la sección sindical de la UGT, será delegado sindical —«El primero de la UGT en Galicia»— y miembro del comité intercentros de la empresa.

Madrid, 2000. Sintel está privatizada y en quiebra. Vendida en el 96 al magnate cubanoamericano Mas Canosa, perdió las contratas de Telefónica y puso en marcha un ERE brutal. Los trabajadores acampan seis meses en Madrid, en el Paseo de la Castellana, para reclamar reubicaciones en Telefónica y subsidiarias. Iglesias también. La solidaridad, desde los vecinos del barrio a colectivos internacionales, se hace patente. «Un mes y medio más y habríamos conseguido lo que queríamos», lamenta. «Levantado el campamento, no se cumplieron los compromisos. Hubo 14 muertos, entre infartos y alguna especie de suicidio (sic). Sólo conseguimos las prejubilaciones». José Antonio se ve jubilado a los 50. «Lo llevé mal, y tirando por lo alto coincidió que me saqué de fumar. Estaba todo el tiempo de mal humor».

Sarria, 2013. En Sarria se reclama un plan de encauzamiento del río desde las grandes inundaciones del 2000. Las obras se inician por fin en el 2013. Pero la primera fase afecta a una área urbana de 300 metros, el Malecón, que no es precisamente un punto crítico de inundaciones. El proyecto contempla talar 178 árboles, destruir una isla natural, reemplazar dos puentes en buen estado, afectar un tercero de origen medieval. Casi siete millones de presupuesto, entre obras y expropiaciones, solo para esta fase. La Plataforma por el Río Sarria nació a finales de 2012. Proclaman que el plan, tal y como está redactado, no resolverá las inundaciones. Recuerdan que los máximos históricos de riadas están aguas arriba y aguas abajo del Malecón. Denuncian que la actuación en curso destruye patrimonio histórico y natural y dilapida fondos públicos. José Antonio Iglesias, ahora vecino de Sarria, se une a la plataforma al poco de constituirse. Pasa el mes de marzo en un campamento de la isla del Malecón, con chavales que casi podían ser sus nietos. «Fui a echar una mano con lo que yo sé, con mi trayectoria sindical», explica. «Y encontré unos chavales con una capacidad de trabajo de la hostia». La Confederación Hidrográfica, vista la movilización vecinal, asegura que respetará el arbolado y el puente medieval. Pero el compromiso queda en lo verbal, el resto de las obras continúa una vez desmantelado el campamento de protesta. No se abre un diálogo para la modificación global del proyecto. La plataforma sigue activa, quiere la retirada del plan tal y como está concebido. Salvar también los puentes. Que el dinero, aunque vengan de Europa —80% del presupuesto—, no se derroche.

Epílogo sarriano. Iglesias vive en Sarria desde 2005. Sigue yendo a menudo a Monforte, donde conserva la casa y las tierras de la familia. «Limpio las fincas de Sindrán. Tengo una huerta. Me enfado con los vecinos. Converso. Los viernes salgo de copas y me pongo algo contento», resume. Se define como una persona de izquierdas. Dice que es «republicano 100%». Cree que la Plataforma por el Río, pase lo que pase en el futuro, significó algo en Sarria, donde nunca se había vivido un movimiento cívico de este calado. «Hermosa villa», reflexiona. «Se jodió por el tema urbanístico, y eso a lo mejor fue culpa de todos. Pero ahora germinó una flor. Y valió la pena. En lo sucesivo, el poder que venga tendrá que pensarse dos veces lo que hace».

 

 

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