Maldito agosto

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Agosto es un mes divertido para todo, en especial para no hacer nada, una de las cosas más divertidas que conozco. Pero este agosto arruinó la fiesta nada más empezar: corren malos tempos para el audiovisual gallego. Y no lo digo porque en la TVG estén con los viernes negros o porque le hayan abierto un expediente a Tati Moyano, que también; va por la pérdida de tres personas bien queridas en la profesión: Ernesto Chao, Xosé Lois González y Luís Gayol. Me marea pensar en la pila de años que pasaron desde que los conocí. Con Ernesto compartí días inolvidables en Teatro Artello; con Xosé Lois, noches de vino y complicidad; con Luís, las mañanas de la TVG. De todo hace treinta años. Por lo menos.

En 1984 se fundó el Centro Dramático Galego, y Ernesto y Xosé Lois brillaron en los elencos de los primeros montajes. Xosé Lois interpretó al poderoso Capitán en Woyzeck, la adaptación de la obra teatral de Georg Büchner con dirección de Julio Lago. En las estupendas escenas que compartió con Morris formaban una pareja imbatible. Ernesto subió a los escenarios ese mismo año con Agasallo de sombras, escrita y dirigida por Roberto Vidal Bolaño, y creó un formidable Benito Vicceto, auténtico regalo para quienes disfrutamos con el teatro.

Antonio Durán Morris y Xosé Lois González en Woyzeck.

En 1985 llegó la TVG. Y ahí, en el equipo de realización, estaba Luís Gayol, un hombre con una ternura infinita, capaz de transmitir calma en el estudio hasta en los momentos de más tensión.

Ernesto, Xosé Lois y Luís participaron en el nacimiento de los dos organismos culturales, CDG y TVG, fundamentales en el fomento y regularizaron del gallego a mediados de los ochenta. Los tres ahora son parte de nuestra historia.

Luís Gayol.

La TVG ayudó a que el espectador conociese a Xosé Lois fuera del teatro. A toda máquina (1987), un invento de Xaime Fandiño, se grababa en un original escenario de Suso Montero que simulaba un submarino, del que, casualidades de actor, Xosé era el Capitán.

En cine, recuerdo su intervención en Continental (1990), el thriller de Xavier Villaverde sobre el negocio de la prostitución y el contrabando de tabaco en los anos 50. Y el papel de Patrón en Matías, juez de línea (1996), la película dirigida y escrita por La Cuadrilla. La mayor parte de su carrera la desarrolló Xosé Lois como actor de doblaje. Nos deja la huella de su voz en El fugitivo (1993), donde llenó de matices al forense que interpreta Joe Guastaferro; o en La tapadera (1993), donde le presta su hablar desgarrado a Wilford Brimley.

Xosé Lois González.

La única vez que recuerdo a Xosé Lois y a Ernesto juntos en escena fue cuando el crítico gastronómico Gómez Lambón entró en la de Miro Pereira, el Bar Suízo de Pratos combinados. Durante once años Ernesto vistió la piel de Miro, un personaje memorable que le brindó el cariño de toda Galicia. Y cuando sabíamos que la comedia no guardaba secretos para él, sus apariciones en la serie Aquí no hay quien viva nos confirmaron que el idioma no le suponía barrera alguna para hacer reír. Pero Ernesto tenía también un registro dramático que emocionaba: su Ramón Sampedro de Condenado a vivir (2001) posee fuerza y sentimiento hasta las entrañas.

Se entregaba en cada papel, siempre había algo diferente en sus trabajos, ese sello único de los actores que enriquecen con matices los caracteres que interpretan. Esperanza (1986), de Chano Piñeiro; Divinas palabras (1987), de José Luís García Sánchez; o Los muertos van deprisa (2009), de Ángel de la Cruz, son algunas de las más de treinta series y películas en las que mostró toda su profesionalidad. No había personaje pequeño para Ernesto, supo exprimir cada uno de ellos dejando poso.

Ernesto Chao como Ramón Sampedro.

En la serie Fariña (2018), de la productora gallega Bambú, interpretó a un Xerardo Fernández Albor colosal. Ernesto, en la vida real, fue un buen presidente para la profesión, tanto en la Asociación de Actores de Galicia como en la Academia Galega do Audiovisual.

Cuando los actores visitaban la TVG se encontraban con un trabajador tan curioso como buen comunicador: Luís Gayol. No pasaba inadvertido, era un contador de historias que provocaba sonrisas en los tiempos aburridos de plató. Con la jubilación dedicó las horas a su pasión: la fotografía. Congeló retratos que respiran.

Yo admiraba a los tres. Hoy guardo de ellos mil anécdotas, de las que ya no ven futuro, latiendo. Buen viaje, compañeros. No volveré a desatender la vida.

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