Maldita casa

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Uno de los hijos del realizador Valerio Lazarov cuenta que, de niño, cuando acababa la primera visita a la casa de algún amigo, preguntaba siempre: «¿Y dónde tenéis la sala de edición?». Con cinco años, Sergio creía que, igual que había una cocina y un baño, todas las casas tendrían, como la suya, un cuarto para editar. De hecho, en la vivienda familiar era la pieza más importante: de allí salían los programas musicales de la televisión de los 70, aquellos zooms en blanco y negro con los que cenábamos la mayoría de los españoles. Sergio, que encontró en esa habitación mágica su vocación, heredó de su padre el talento Lazarov para ver el mundo y crear fantasías a través de un cristal.

Hay casas, como la de los Lazarov, diseñadas alrededor de la sala de edición, y otras que, una vez que un director coloca las cámaras en su fachada, se convierten en codiciadas casas de cine. O en las que vivir resulta desesperante.

En la casa de Albuquerque donde se rodó Breaking Bad (2008) llueven pizzas desde que a los fans les dio por hacer su particular remake de la famosa escena en la que Walter White, después de una bronca con su mujer, lanza una pizza al tejado. La propietaria de la vivienda en la vida real, Frances Padilla, se pasó meses sintiendo caer delante de la puerta, cuando no en su sombrero, pedazos de jamón empapados en salsa de tomate. Era tal el disparate que hasta el creador de la serie, Vince Gilligan, salió a defender a la mujer que vestía «moda italiana» por culpa de la ficción. La pobre señora, harta, levantó un muro para poner su tejado a salvo de los frikis .

La casa dos Padilla no es la única donde se ha vuelto incómodo vivir. El 66 de Perry Street, en Nueva York, pasó del glamour al infierno cuando solo se había emitido una temporada de Sexo en Nueva York (1998). Los verdaderos inquilinos del apartamento de Carrie Bradshaw tienen que soportar los hocicos de los turistas pegados a los cristales de sus ventanas. Mientras, Sarah Jessica Parker reside en la misma manzana, a escasos setecientos metros, pero a salvo del acoso de los seguidores de la serie. Hastiados, los vecinos han colgado en la entrada del edificio una cadena con un cartel de “No pasar”: la primera en saltarla fue la Parker, para hacer promoción de su línea de zapatos en la escalera; y sin permiso del propietario, lo que encabronó a todo el edificio. Esos peldaños, pisados con garbo por los tacones de Manolo Blahnik, destrozaron los de la actriz.

Expediente Warren: The Conjuring (2013) y Expediente Warren: El caso Enfield (2016), de James Wan, trasladaron la maldición de dos casas reales -una granja de Rhode Island y un inmueble del norte de Londres- al set de rodaje. Las películas cuentan la historia documentada de Ed y Lorrain Warren, un matrimonio de cazadores de fantasmas famoso por investigar casos paranormales. Los actuales dueños de la vivienda donde transcurre Expediente Warren: The Conjuring, ajenos a la presencia de los espíritus vengativos que convivieron con la familia Perron en los años 70, demandaron a la productora, la Warner Bross, a la que hacían responsable de la invasión de su finca por manadas de fans. La pareja -que nunca sufrió embrujo alguno desde que se hizo con la propiedad en los 80- alegó amenazas violentas y pánico desde el estreno del film.

Expediente Warren: El caso Enfield se basa en las experiencias parapsicológicas padecidas por Peggy Hodgson y sus cuatro hijos en el 284 de Green Street. Las leyendas sobre lo ocurrido en el estudio de rodaje superan la ya fascinante y terrorífica historia real: muebles que vuelan, voces, golpes y todo tipo de fenómenos paranormales. Patrick Wilson y Vera Farmiga, los actores que interpretan a Ed y Lorrain Warren, aseguran que vieron volar objetos, sin explicación racional. Ante tanto poltergeist, la Warner decidió matar al diablo y mandó llamar a un sacerdote para que bendijese el set.

El ático en el que viví hace años en Vigo fue campamento base para el rodaje de La matanza caníbal de los garrulos lisérgicos (1993), del amigo Antonio Blanco. Allí pasamos noches reinventando secuencias, escogiendo attrezzo y preparando litros de sangre. Me dolió dejar aquel piso invadido por el gore, sobre todo porque allí sucedieron tantas cosas para que Toñito consiguiese acabar su película. No sé si será sugestión, pero tal vez haberme mudado no fue mala idea.

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