Para independientes, nosotros

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Siempre se dijo que era fuera donde los gallegos demostrábamos lo que podíamos dar de sí (o de nosotros). Sea o no cierto, Alberto Núñez Feijóo es un claro caso a favor. Más que salir fuera, es que «echa por fuera». No es raro que por ahí lo miren como la gran esperanza blanca del PP, sobre todo los que no son del PP. Como, por ejemplo, en esa gira internacional (Madrid-Israel-Barcelona) que hizo para demostrar que sigue siendo marianista hasta las cachas, y al tiempo deslizar que está en el mercado, y que dentro de tres años queda libre y sin cláusula de rescisión, dijo cosas que nadie creería. O más bien cosas que nadie creería que iba a escuchar de boca de un dirigente del PP, después de que gente de boca fácil como Esperanza Aguirre se fuera de la pista y de que Aznar ejerza de Darth Vader de Albert Rivera.

Lo que dijo en Barcelona, por ejemplo, es algo inaudito: «Yo tengo el mismo derecho a declarar la independencia de Galicia que Puigdemont la de Catalunya. Con una diferencia, yo tengo mayoría absoluta y Puigdemont necesitó a un partido como la CUP, que hace una enmienda a la totalidad del sistema democrático». Aquí se precisan un puñado de albertólogos entreverado de semiólogos para descifrar qué quiso decir. ¿Que ni él ni Puigdemont tienen derecho a declarar independencias? Si así fuera, tanto da necesitar el apoyo de la CUP o de los baltarianos, no se puede y punto. ¿No será más bien que lo que está diciendo es: «Yo puedo declarar la independencia de Galicia si me da la gana, porque tengo la confianza y el apoyo de la mayoría de la ciudadanía, y no como otros, que tienen que andar haciendo pactos con el demonio»? Y si lo dijo, ¿eso quiere decir que se le pasó por la cabeza? No soy un experto en albertología, pero mirándolo desapasionadamente, desde su punto de vista no tendría más que ventajas.

De entrada, pasar de presidente de una CeCeAA a presidente de un estado es ascender en el escalafón como un cohete. Hacer la foto de familia con el resto de los colegas primeros ministros, haciendo bromas mientras se sitúan en las escaleras. Poder ir a Davos como jefe de estado electo (y no como otros) a exponer el milagro de contener el gasto y no tener pufos (y no como otros). Y después están las consecuencias de orden interno. A ver a qué discurso se agarra la mayor parte de la oposición. Hasta Rafa Cuíña tendría que pedir el reingreso (sin la antigüedad, claro) en el partido.

Alguien podrá argumentar que si tal cosa hiciese, su electorado dejaría de serlo. Lo dudo mucho. En primero lugar, porque el electorado conservador es fundamentalmente obediente y bien mandado, y está acostumbrado a ser acarreado ideológicamente del alfa al omega sin perder la compostura. De querer el gallego (el idioma) incluso hasta el paroxismo a denunciar la imposición de los del gallego, y de acusar a los demás de basar toda su política en fastidiar a Galicia, a justificar cualquier cosa porque no vamos a ser como los catalanes. Y además, si total, en las últimas elecciones, Feijóo ni se presentaba por el PP, o por lo menos, las siglas venían con el mismo cuerpo tipográfico que el pie de imprenta.

Allá él pero yo, desde luego, preferiría ser el primer ministro de la República de Galicia que el vicepresidente del Gobierno de España con Albert Rivera.

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