Franco, mi madre y yo

Este artigo tamén está dispoñible en: Galego

La silueta de mi madre tiene un esbozo fascistoide. Hace muchos años sentada en un cuarto insípido, disfrazado de habitación acogedora, en un apartamento del West Village neoyorquino, le decía a mi psiquiatra que, con el tiempo y la distancia, había descubierto que mi madre era la sombra del Generalísimo Franco. Cuando le soltaba joyas como esta, mi doctora judía se llevaba la mano a la boca, alarmada, o reía entre dientes. Sus padres habían sobrevivido al holocausto, pero a mí siempre me recordó a una de las monjas católicas, escolapias, que trató de arruinarme la infancia. Ese insólito parecido se agudizaba sobre todo cuando ponía cara de póker e intentaba controlar el espanto (como cuando le comuniqué que me mudaba a Berlín) o la guasa que le provocaban algunas de mis rocambolescas historias familiares, a pesar de que nunca llegué a decirle que mamá lloró más el día que murió Franco, que cuando falleció papá. (Que levante la mano quién se ocupa de contabilizar el peso de las lágrimas).

De cualquier modo, aunque durante aquella época en NY disfrutaba como un faquir viendo las muecas de malabarista que, por momentos, le adornaban el rostro a mi psiquiatra para evitar desternillarse, a mí nunca me hizo ni pizca de gracia que a mi madre le lavaran tanto el cerebro en las escuelas falangistas hasta dejárselo almidonado como una patata virgen, pulcra, uniformada, religiosa y fascista. Uno de los muchos crímenes de la dictadura franquista, además del terror, el sometimiento de las mujeres y los asesinatos que se cometieron impunemente es que no destruyó solo a una generación sino a dos, por lo menos.

Muchas buenas gentes, como mi madre, que tuvieron la desgracia de nacer bajo el régimen fueron obligadas a mamar de la estupidez, el fanatismo religioso, el sexismo, el antisemitismo, la xenofobia, la homofobia, el odio rampante a lo diferente y la ignorancia atroz que, durante 40 años, divulgaron el enano ferrolano y sus secuaces. A algunos les resbaló esta instrucción fundamentalista y se pasaron las enseñanzas falangistas por el forro. Sin embargo, otros con espíritu de esponjas disciplinadas, quizás por querer ser aplicados y no defraudar a sus mayores, se empeñaron en absorber todas las sandeces que les transmitió el régimen. Pero que les voy a contar. Lo peor de adoctrinar hasta convertir a los niños en verdaderos adultos imbéciles es que cuando el lavado y centrifugado cerebral tienen éxito, las propias víctimas, ahora reconvertidas en superhumanos impolutos, insistirán en transmitir sus “conocimientos” a sus hijos.

Odio tanto a Franco no solo porque era un psicópata y un sinvergüenza nacional, sino por haber intentado arruinar mi vida usando la educación que recibí en las escuelas Pías y la que casi obtuve a través de mi madre, nada menos. Mi infancia fue un partido de tenis ideológico contra un enemigo que me daba cucharadas de doctrina franquista para desayunar. Mi madre venga a lanzarme pelotas infectadas de machismo y sexismo, y yo venga a devolvérselas con la intuición de un sentido común, que en algunos niños resulta innato. Así pasamos años debatiendo a raquetazos, portazos y coleccionando sellos de Franco, hasta que crecí y me harté de hacer de frontón.

Con el tiempo me di cuenta de que la gran perversidad del franquismo, era la idea faraónica de querer transmitir esa ignorancia del régimen, de generación en generación, como la receta de las filloas de la abuela, por los siglos de los siglos, como si fuera un Borbón. Obviamente, en muchos casos los churumbeles consiguieron romper ese eslabón de injusticias y sinsentidos. En otros, como en la familia de Adolfo Suárez, de los Grandes cazurros de España, realezas, privilegiados y etcéteras, los vástagos salieron más papistas que el papa. Mientras que muchas mujeres humildes, como mi madre, evolucionaron paso a paso, despacio pero sin duda más inteligentemente que esas alimañas de VOX, por ejemplo, que con todos los medios para informarse y educarse que tienen a su alcance, aún insisten en continuar celebrando la doctrina y las sinestras «hazañas» de aquel lunático. Y eso, sí que es para hacérselo mirar.

 

Este artigo tamén está dispoñible en: Galego

cool good eh love2 cute confused notgood numb disgusting fail