El caso Juan Merlo

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El diputado de En Marea Juan Merlo decía que era ingeniero y no lo era. Cuando se supo, primero pidió disculpas y luego dimitió. Perdió el tiempo. Podía haberse ahorrado el esfuerzo si pensaba que eso iba a provocar que una ola de dignidad recorriese las instituciones, que diputados y diputadas de todos los rincones ideológicos iban a seguir su ejemplo, sus compañeros de partido lo iban a despedir como se merece, sus competidores políticos se lo iban a reconocer y la opinión pública y publicada le iba a aplaudir.

Lejos de provocar un efecto depurativo en las instituciones, lo que suscitó fue que el PP aumentase la fuerza y la potencia del ventilador de mierda que esparce por todos los ámbitos e instituciones que no gobierna o no controla. La dimisión de Merlo tenía que venir acompañada de la dimisión de todos/as los señalados por el dedo acusador del PP y su medio sicario mejor pagado: La Voz de Galicia. Porque es el PP, el partido de la Gürtel y la Púnica o el caso Cifuentes, quien pone la línea que separa a los decentes de los indecentes.

La izquierda y el nacionalismo no aprenden. Cuantos más sacrificios le ofrecen a la derecha para calmarla, más sangre demanda

Lejos de animar a que sus compañeros de partido lo convirtiesen en un ejemplo a seguir, no ha hecho que parasen un segundo de pelearse entre ellos para rendirle tan siquiera un mínimo tributo. Aun peor, ha pasado a ser mas munición en la absurda pelea que tienen en En Marea por ganarse el respeto y el aplauso del PP y de sus medios afines. La izquierda y el nacionalismo no aprenden. Cuantos más sacrificios le ofrecen a la derecha para calmarla, más sangre demanda.

Qué decir de los competidores políticos de En Marea, de una parte y de otra. Lejos de callar y tomar nota discretamente sacan pecho por la pieza cazada mientras protegen, aplauden y disculpan a compañeros y camaradas que corren a purgar a escondidas sus currículos, sin tener ni la decencia de pedir disculpas.

En cuanto a la opinión pública y publicada, resulta inquietante comprobar cómo el hecho rarísimo y casi milagroso de que alguien dimita por mentir en su currículo no sólo no se convierte en una prueba de que hay diferencias entre unos y otros, sino que se transforma en la prueba de cargo definitiva de que todos son iguales; así que para qué vamos a cambiar a los que siempre estuvieron.

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