Alicia G. Montano

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Acaba de morir Alicia G. Montano. Los dioses cogen para sí a los mejores. Alicia fue muchas cosas en TVE, y muchas buenas. Una defensora firme de la televisión pública. Directora de Informe semanal, y la persona más votada en esa carrera de fondo que está siendo la elección de director general de RTVE. Promotora de los viernes negros con las que las periodistas de TVE exigían poder informar libremente. Fue también mi amiga, y la única en aquella casa que me dijo que me quedase, que hacía falta gente como nosotros. Quien hacía falta era gente como ella, y TVE, la cadena, y mucha gente en ella, la va a echar mucho de menos. En Luzes la requerimos de vez en cuando para que nos escribiera algo, y estas son dos muestras de que ella nunca fallaba


Ley electoral, del olvido al no me acuerdo

La campaña para las elecciones generales volvió a poner en evidencia a Ley electoral, aprobada en 1985 y parcheada, con reformas parciales, en varias ocasiones. La última, en 2018, cuando se eliminó la prohibición del derecho al voto de las personas con discapacidad. Pero pasado el fragor de la batalla, lo más probable es que la reforma legal caiga en el olvido y que solo nos acordemos de ella, como de Santa Bárbara, cuando vuelva a tronar.

El barullo ocasionado en torno a los debates electorales en televisión; la existencia de una jornada de reflexión, –regulada cuando no existía Internet y la información no llegaba al instante al aparato inteligente que llevamos encima–; las limitaciones temporales que la Ley impone a la publicación de encuestas y el papel que puede jugar la televisión pública, 30 años después del nacimiento de las privadas, invitan a adaptar la norma a la era digital.

La Ley pretende garantizar el pluralismo político y la igualdad de oportunidades entre todas las formaciones, pero el infierno está adoquinado de buenas intenciones. Un ejemplo son las limitaciones informativas durante la jornada de reflexión. La Ley electoral prohíbe las actividades políticas y ese día los líderes enmudecen mientras la información circula a través de Internet y de las redes sociales. Se prohíbe la información electoral, –con el ingenuo propósito de que los ciudadanos reflexionen–, pero paradójicamente pueden celebrarse manifestaciones, siempre que, –Tribunal Constitucional dixit– «la capacidad de influir en el electorado sea remota». Otro ejemplo de ingenuidad electoral, ya que las manifestaciones siempre van contra alguien.

A veces la realidad se impone a la ley. Es lo que sucedió en mayo de 2011, cuando el movimiento del 15 M abarrotó las calles la víspera de las elecciones municipales y autonómicas. La Junta Electoral prohibió, en vano, las concentraciones y en TVE tras un largo debate, decidimos emitir en Informe Semanal, y en jornada de reflexión, un reportaje sobre los indignados en el que se repartía estopa a diestro y siniestro al bipartidismo y, en especial, al partido gobernante. TVE se dirigió a la Junta Electoral que no dio respuesta y ante el silencio administrativo, se impuso la necesidad informativa. Y no pasó nada.

Los debates electorales no son obligatorios, pero se convirtieron en el becerro de oro de las campañas electorales. Los spin doctor creen que pueden mover en torno a un 5% de indecisos. La Junta Electoral controla especialmente los medios audiovisuales. Los impresos digitales o en papel y las radios privadas pueden organizar debates en el formato que decidan. Con todo, los medios públicos y las televisiones privadas están sometidos a un régimen estricto. La televisión pública, durante las campañas, está parcialmente intervenida.

Con la vista puesta en el 28 A y tras reyertas y rumores, los españoles pudieron asistir a dos grandes debates. ¿Podríamos concluir que vamos avanzando? O que no. Estamos en la era de la telecracia y nadie dudó de que los principales candidatos tenían que exhibir su telegenia y dotes de convicción ante el llamado homo videns: el que, seducido por el poder de la imagen y el lenguaje no verbal, dio el sorpasso al homo sapiens y a su capacidad de entendimiento.

¿Por qué cuesta tanto reformar la Ley electoral? Habría que preguntar al legislador. No parece que el problema esté en el papel a jugar por los medios de comunicación, sino en el reparto de votos y escaños. Porque si se abre el melón para actualizar el rol de los medios, ¿por qué no abrirlo para establecer un sistema más proporcional y de circunscripción única? Ese es el nudo gordiano. A los grandes partidos no les interesa un reparto que beneficie los pequeños. Un solo ejemplo: el PSOE, con el 29 % de los votos obtuvo el 35% de los escaños. Y Vox, con el 10% de las papeletas, el 7% de los diputados. Visto así, muchos pensarán que casi es mejor dejar las cosas como están.

Luzes Nº 68 Mayo 2019


Orígenes y horizontes de la manipulación en RTVE

Acostumbradas a que la propaganda del franquismo echara raíces en RNE y en TVE, ninguna persona cayó en la cuenta, a finales de los años 70, de que la libertad había llegado para todas, excepto para la radiotelevisión pública. El cambio fue de tal magnitud —democracia frente a dictadura, partidos políticos donde había un régimen militar— que nos debió parecer suficiente y la sociedad española, lejos de empoderarse, aceptó con mansedumbre que el control de los medios públicos quedara en manos de los partidos políticos. Nadie vio que una cosa era cambiar la naturaleza del poder —democracia por dictadura—, y otra distinta que la pluralidad política fuera garantía de independencia informativa.

En ningún lugar estaba escrito que RTVE dependiera del partido en el Gobierno, pero legislatura a legislatura asistíamos a la misma liturgia: nombramiento de responsables afines a los inquilinos de la Moncloa y establecimiento de una cadena de mando a su servicio. El objetivo siempre era el mismo: poner en valor las actividades del Gobierno; minimizar u ocultar los errores cometidos y mandar a los ciudadanos el mensaje de que estaban en buenas manos. En definitiva, pensar por ellos.

Sabedores de que los intereses de los partidos políticos y los del periodismo son contrarios, —los primeros tienden a ocultar y los segundos a contarlo—, los profesionales de los medios públicos vivieron el eterno dilema de tener que elegir entre ponerse de perfil y proteger su carrera profesional o inmolarse en el altar de los grandes principios incumplidos: la independencia, el criterio profesional, las buenas prácticas y la rendición de cuentas a la ciudadanía, su única propietaria.

Durante décadas, la manipulación fue asumida con naturalidad y el modelo se propagó a las televisiones autonómicas. El punto de inflexión llegó con la mayoría absoluta del Partido Popular y con las cuotas de desinformación de las que hizo gala RTVE en asuntos como el hundimiento del Prestige, la guerra de Irak, el llamado «decretazo» o la gestión de los atentados del 11-m.

El vuelco electoral inesperado y la llegada de José Luis R. Zapatero a la Presidencia del Gobierno desencadenaron la reforma más profunda que vivió RTVE hasta ahora. Se tomaron decisiones arriesgadas; se aprendió a decir no y a argumentar que nadie podía imponernos lo que había que contar y, aun menos, lo que se tenía que omitir.

Y no pasó nada y todo el mundo siguió en sus puestos y creció la audiencia y el respaldo social. Con todo, fueron 8 años que recordamos mejor de lo que los vivimos, porque no faltaron las presiones.

En el partido del Gobierno, el PSOE, hubo voces contrarias y algunos nos advertían del mal futuro que nos esperaba cuando ganara el Partido Popular. En el principal partido de la oposición, había un doble discurso: cuando se apagaban los focos, reconocían sin pudor que nunca habían sido mejor tratados, pero hacia fuera, afirmaban que había manipulación. No obstante, entre la utopía y la distopía del audiovisual público, hubo margen para trabajar con libertad, para acertar o equivocarse con criterio propio.

Un Real Decreto convirtió en papel mojado, en 2012, la mejor ley que hubo sobre RTVE. Quedaron en pie los Consejos de Informativos, con su trabajo riguroso y constante y comenzó a forjarse un movimiento de mujeres feministas a lo que no fueron ajenas las de RTVE. Denunciábamos el machismo, la precariedad, la brecha salarial, pero también la visión parcial de la realidad por falta de presencia de las mujeres. Creíamos y creemos que el feminismo mejora el periodismo. De aquel grupo que quería profundizar en la perspectiva de género nacieron los Viernes Negros. Fue una solución de urgencia; el resultado de nuestra indignación al ver que no había voluntad de cambio en RTVE. Los apoyos que recibimos fueron conmovedores. Dicen que lo imposible es aquello que cuesta un poco más de tiempo. María Zambrano lo dijo mejor: «No se pasa de lo posible a lo real, sino de lo imposible a lo verdadero». En esas estamos.

Luzes Nº 57 Junio 2018

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