Un Mestre Mateo para Consuelo

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Supe de ella cuando ya había cumplido los noventa: Alexandra compartía en las redes sociales vídeos entrañables y divertidos en los que su abuela regalaba sabiduría y mucho sentido común. Consuelo transmitía emoción con los ojos y con palabras que tenían el poso de una vida pasada dura, pero también la felicidad de compartirla con su nieta y rescatar para ella -y para todos los que la mirábamos en el Facebook- coplas que le salían de las entrañas. Seducía su ternura, la manera de hablar y su belleza.

Así comenzó una historia sin trampas, sólo dos mujeres y la cámara de un móvil: no necesitaban nada más para hacernos vibrar a quienes estábamos atentos cada semana. Ellas solas eran la luz; los efectos de sonido, los golpes de nuestro corazón en sincronía con los diálogos cotidianos de una joven y su abuela.

Entonces llegó el primer giro: Álex le cuenta a Consuelo que la familia va a aumentar y la abuela reacciona con una frase de quien sabe que araña días a la vida: »Solo quiero vivir para conocer la novedá». La verdad de sus palabras espontáneas conmueve tanto como las líneas de guion más cuidadas. Así me atraparon abuela y nieta, así me enganché a la serie y comencé a vivir la trama del embarazo de Álex, de la salud de Consuelo y de las primeras carantoñas a Moraima, La novedá. Porque las entregas tenían los elementos de una buena ficción: un gran reto, los obstáculos del camino y el viaje vital de unas protagonistas contundentes. Todo contado con emoción, humor y humanidad.

El impacto de alguno de los episodios me caló en la memoria. Imposible olvidar el día en el que La novedá juntó sus primeros pasos mientras la bisabuela, que ya dejaba de caminar, la recibía en la residencia estrenando silla de ruedas. Las dos, Moraima y Consuelo, vivieron esa nueva etapa crucial del relevo generacional con un inmenso vínculo afectivo, jugando juntas, por ejemplo, a rodar el aro. Esa secuencia narra plásticamente el círculo vital con tanto encanto que universaliza la vida de cada familia. Son imágenes profundamente evocadoras que construyen una emocionante metáfora visual sobre el relevo en la vida.

Benedicta ganó el Goya por reflejar verdad en la pantalla. Pudimos conocerla, gracias a Oliver Laxe, en la vibrante O que arde (2019), y ella, con una naturalidad desbordante, encandiló a un país. Consuelo también le regala tanto a la mirada del espectador; y seguramente sería la misma frente a una cámara profesional que frente al móvil de Alexandra: interesante, enérgica y categórica. Ya no estaría para seguir un guion, pero su presencia poderosa para contar la vida a su manera ya es una preciosa narración de premio grande: creó e interpretó el personaje de Consuelo, el más real de toda ficción, con la indomable Moraima de coprotagonista, dándole la réplica a las improvisaciones de la bisabuela con sonrisas, lloros y arrumacos.

Benedicta Sánchez con Moraima, durante la presentación de O que arde en Navia de Suarna. Foto: Xoán Xegunde.

Hay mucha complicidad, amor inquebrantable, superación y vida en esta serie que ha tenido hace poco su peor fin de temporada. Ya no compartiremos más cantigas y risas con Consuelo, pero la carrera de su biznieta progresa adecuadamente y hasta pudimos verla en el regazo de Benedicta y de Oliver, paseando por Navia de Suarna, cuando el estreno de O que arde: Moraima, La novedá, vive nuevas historias, pero en todo el cuerpo y en la memoria lleva guardados, bien grabados para verlos cuando quiera, los episodios más hermosos, los de su infancia con Consuelo.

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