Cary Grant, Frank Sinatra, Sofía Loren y el cañón de Arbo

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Mil veces paramos delante de cualquier mirador o panorama y quedamos asombrados. Respiramos y retratamos esos lugares para que no se nos escapen de la memoria. En Galicia es especialmente fácil pasmar sin fin con la naturaleza: los colores, el grito del mar y la piedra enamoran. Los que nacemos con la boina y crecemos con el acento calado en los huesos estamos acostumbrados a abarcar con todos los sentidos esos paisajes del fin del mundo, paraíso para las gentes sensibles de otros lugares.

Galicia es, de hecho, el escenario escogido por muchos cineastas desde que José Gil dirigió Miss Ledyia (1916), la primera película de ficción rodada en nuestra Arcadia. Miss Ledyia es una señorita americana que viaja a Pontevedra con su tío adinerado. Paran en el balneario de la isla de A Toxa donde se han refugiado los Reyes de Suabia, huidos de los anarquistas. Además de en A Toxa, la curiosa trama de espionaje que cuenta el film, de veinte minutos escasos, se grabó en Monte Porreiro, A Caeira y Portosanto.

Esta singular promo de Galicia se la debemos a José Gil, fotógrafo de As Neves afincado en Vigo. Desde entonces, directores ajenos al grelo y la nécora llegaron aquí seducidos por tanta preciosura. Y para que vivieran en ellos, como si fueran el Morris Charlín de Fariña, le regalaron los decorados naturales de nuestros acantilados, plazas y pazos a actores que ni sabían lo que había entre A Gudiña y Estaca de Bares.

En Orgullo y pasión (1956) Stanley Kramer hizo pasear a Cary Grant por la plaza del Obradoiro en un carruaje de caballos. El capitán inglés de las tropas aliadas contra Bonaparte en la Guerra de Independencia Española que interpreta Grant pasa por delante de la Catedral y del Pazo de Raxoi -donde hay una buena montada- antes de detenerse en el Hostal de los Reyes Católicos, convertido en cuartel de los insurrectos. La acción transcurre en 1810, cuando el ejército inglés y un grupo de sublevados españoles liderados por Manuel, Frank Sinatra, evitan que un cañón caiga en las manos de los franceses. Por allí anda también Sofía Loren, en el papel de una guerrillera hispana racial -llamada Juana, nada menos- que poco más da que para que el capitán Grant tenga con que chuparse en tecnicolor y poner celoso al rebelde Sinatra. Mucho Cary Grant, mucho Frank Sinatra y mucha Sofía Loren, pero no nos engañemos: el verdadero protagonista de la película es el cañón.


Por los rápidos del Miño, perfectamente vigilado por Grant y Sinatra, baja la pieza de artillería protagonista. En esa parte del río, donde toda la villa de Arbo aguarda cada año el remonte de la lamprea, Kramer decidió rodar la batalla fluvial. Para grabar esos planos casi de rafting -en el que los figurantes arbenses, le roban protagonismo a las estrellas norteamericanas- emplearon una réplica del cañón de metro y medio.

Santiago y Arbo acogieron secuencias de la primera superprodución de Hollywood en España, una historia que se pasa el rigor histórico polo forro y en la que no destrozaron la Muralla de Ávila a cañonazos de milagro porque alguien le puso sentido a ese San Quintín americano y decidió que era mejor construir una fortificación falsa con placas de corcho.

El encanto de Valdoviño quedó retratado en La muerte y la doncella (1994) de Roman Polanski. Sigourney Weaver -inmensa, como casi siempre- se mete en la piel de Paulina Escobar, una mujer torturada durante la dictadura de un país imaginario que el espectador identifica fácilmente con Chile. Años después, Paulina se reencuentra con su verdugo, interpretado por Ben Kingsley, y acaba vengándose empujándolo por el acantilado que rodea el faro de A Frouxeira. Y ya me perdonaréis este spoiler espontáneo, pero intuyo que, veinte y pico años después de su estreno, pocos espectadores le quedan hoy en día a este Polanski más teatral que cinematográfico.

Martin Sheen aparece como un peregrino cualquiera frente a la Catedral compostelana en la película The Way (2010). Sheen, dirigido polo su hijo Emilio Estévez -que alguna gota de sangre gallega lleva- decidió rodar en el Camino de Santiago y emocionar con su aventura a los millares de personas que también se animan a coger la mochila y caminar hasta el botafumeiro.

Martin Sheen, durante un momento da rodaxe de The Way no Obradoiro. EFE/Lavandeira jr.

Repasando The Way, pensé en ver bailar otra vez el incensario santiagués y entré en la Catedral. Conocí tascas con gente que chillaba menos después de siete vasos de más: ni en las fiestas de la Ascensión hay tal confusión. Pero, entre el escándalo, caí en la cuenta de que lo único que había hecho Kramer en Orgullo y pasión fue a sacar semejante ferión de la Catedral al Obradoiro. Y a lo mejor no inventó nada: la historia, nuestra historia, es exactamente así.

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