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Con glitter verde en la cara, la nena dice que se siente emocionada: «Porque hoy estamos haciendo Historia. Todas juntas nos estamos revolucionando». Puede tener 12 ó 13 años y cuenta que fue esa tarde con su mamá y otras amigas de su edad. «Para poder ser mujeres libres y con más derechos», agrega. La periodista Luciana Peker, una de las mayores especialistas en temas de género de la prensa argentina, bautizó a esta marea de chicas y mujeres muy jóvenes que salieron a la calle a exigir el aborto legal, seguro y gratuito como «La revolución de las hijas». Esas hijas que no lograron la aprobación de la ley el miércoles 8 de agosto aunque fueron más de un millón en las calles gritándole al Senado del país: «Aborto legal, en el hospital».
Si no es hoy, será otro día.?
Son ellas. Es de ellas.#abortolegal #seráley pic.twitter.com/XftNEwJiSX— Fundación Huésped (@FundHuesped) August 11, 2018
Nunca la Argentina había estado tan cerca de despenalizar el aborto que, según una ley casi centenaria -es de 1921- solo está permitido en pocos casos: para salvar la vida de la mujer, se la madre es «idiota o demente», o en el caso de una violación. Con todo, siempre es necesaria la autorización de un juez y la Justicia argentina no se caracteriza ni por la celeridad ni mucho menos por la laicidad. Así, el único camino es el aborto clandestino.
Datos no existen como pasa con toda actividad ilegal. Pero el ministro de Salud del país, Adolfo Rubinstein, explicó en el Congreso de la Nación por qué el apoya el proyecto de ley que legaliza el aborto. «Tenemos registrados 47 mil internaciones y 43 muertes por aborto en el año 2016, de las que 31 son por abortos clandestinos. Esos son los datos oficiales. Considerando los nacidos vivos, la tasa de fecundidad y los egresos hospitalarios, se puede extrapolar el número de interrupciones de embarazos estimados en el país. Hicimos ese cálculo y nos dio 350 mil casos», explicó el día en el que el Senado rechazó el proyecto.
El ministro de Salud, Adolfo Rubinstein, habla en la sesión del Congreso que aprobó el proyecto
Casi mil abortos por día. Aunque que, claro, hay mujeres que pueden pagar los 1400 euros que cuesta la intervención clandestina en condiciones sanitarias seguras. Otras, mucho mejor informadas, pagan algo más de cien euros por una droga llamada Misoprostol que se puede aplicar en casa pero que siempre requiere la asistencia médica para controlar o interrumpir las hemorragias. Por último, también están las que no pueden pagar nada. Entonces, ya se sabe: agujas de tejer, perchas, palos, el tallo de un apio… las consecuencias son las que siempre fueron: órganos perforados, infecciones generalizadas sin retorno, niños y niñas huérfanos.
El proyecto de ley, que ya había sido presentado siete veces antes en el Parlamento y nunca había sido tratado por los legisladores, llegó a la Cámara de Diputados y fue debatido entre el 13 y el 14 de junio. Se semejante cosa fue posible solo se explica por el movimiento de mujeres que, desde 2003 con el Ni una menos, salió a la calle a exigir derechos.

Mujeres de todas las edades, de todo el país. Mujeres peronistas, radicales, de derecha y de izquierda. Actrices, cantantes, periodistas, escritoras, músicas, pintoras, médicas, abogadas, contadoras, ingenieras, arquitectas, fotógrafas, vendedoras, empleadas, funcionarias, profesoras, jubiladas, psicólogas y estudiantes. Estudiantes sobre todo. Chicas que no están dispuestas a tener menos derechos que ellos.
La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito -nacida en los Encuentros de Mujeres- eligió como emblema un pañuelo verde que, en pocas semanas, estaba en todas partes. Las carteras de las mayores, las mochilas de las jóvenes, las muñecas, los cuellos, el pelo…
La sesión duró 23 horas y fue acompañada en la calle por más de un millón de mujeres (también hombres) que no se movieron de ahí aunque fue la noche más fría de todo el invierno. Una marea de pañuelos verdes. Y globos verdes. Y velas y luces verdes. Y ropas verdes. Y glitter verde. Mucho glitter verde. Los cálculos previos indicaban que los apoyos no eran suficientes, pero la presencia masiva en las inmediaciones fue determinante y el proyecto consiguió 129 votos contra 125 que se manifestaron en contra, más una abstención.

Celebración en la calle de la aprobación en Diputados
El impensado triunfo disparó todas las alertas de la Iglesia que no contaba con esto. Las semanas que van desde el 14 de junio a la noche del 8 de agosto, las presiones a los senadores y senadoras fueron explícitas. También los ataques de los católicos y evangelistas a no pocas mujeres y chicas que llevaban su pañuelo verde. La violencia de un poder desafiado. El resto ya es sabido: el Senado rechazó el proyecto la noche del 8 de agosto aunque afuera del Congreso, de nuevo, un millón de personas exigían lo contrario. En los días previos, mientras los legisladores daban entrevistas en la televisión, una mujer de 35 años con cinco hijos agonizaba en la provincia de Mendoza como consecuencia de un aborto clandestino. Pocos días antes, a sus 22 años, Liliana Herrera murió por la infección posterior a un aborto.
Sin embargo, la revolución ya está en marcha. Y el antecedente de Uruguay, el primer país en legalizar el aborto en la región, es claro: en el año 2002, los diputados y diputadas uruguayos aprobaron la ley y el Senado no. En el año 2007 las dos cámaras del Parlamento lo aprobaron y fue el presidente Tabaré Vázquez quien vetó la norma. En el año 2012, finalmente, las mujeres de ese país ganaron el derecho a elegir cuándo y cómo ser madres.

En la Argentina, la revolución verde está claro que no para. El Gobierno de derecha de Mauricio Macri, poco generoso en materia de derechos y garantías, anticipa que va a despenalizar el aborto. Así, las mujeres seguirán abortando en la clandestinidad pero sin ir presas. Con la medida, pretenden quedar bien con el Papa argentino y calmar «a las verdes». No parece que vaya a funcionar. El proyecto rechazado ahora volverá al Parlamento el año que viene -año de elecciones legislativas- mientras los pañuelos, lejos de desaparecer, se multiplican en las carteras de las mayores, las mochilas de las más jóvenes, en las muñecas, en los cuellos, en el pelo… Con glitter verde en la cara, la nena dice que, de grande, ella quiere decir que estuvo: «Quiero decir que yo luché por los derechos de las mujeres. Si no es hoy, va a ser otro día», cierra segura.
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