El hipster Valle-Inclán

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Montar barberías es el negocio más in en la capital. En lo que va de año, solo en mi  barrio abrieron tres. A la última, los vecinos más castizos non le ven futuro porque, además de rebosar modernidad, tiene la carta de servicios en inglés. Cada vez que entro en la frutería, que luce un recorte de periódico de cuando rodaron allí escenas de Cuéntame, está de oferta la retranca:

-Las mandarinas subieron mucho, Antonio.

-Boh! Cinco céntimos. Voy a tener que poner los precios en extranjero para que no te fijes tanto.

Y, después de las carcajadas, empieza en la cola el repaso a los barberos modernos, mientras yo me imagino a Cortázar, Cela, Dickens, Zola, Unamuno, Chejov o Quevedo pidiendo vez.

Hoy vi entrar a don Ramón María del Valle-Inclán. Vestía sombrero, capa y bufanda. Al llegar, saludó, guardó los lentes y se sentó en el sillón, con la cabeza hacia atrás cerrando los ojos: «El ciego se entera mejor de las cosas del mundo, los ojos son unos ilusionados embusteros», escribió en Luces de Bohemia. Tengo la frase clavada con la voz de José María Rodero en el  montaje teatral que dirigió Lluís Pasqual. Rodero me hizo vibrar como pocos actores con su Max Estrella.

Max Estrella y Don Latino, en Luces de Bohemia.

La adaptación al cine de Luces de Bohemia (1985) firmada por Mario Camus, con dirección de Miguel Ángel Díez, no fue bien acogida. El cambio de Camus a la estrutura teatral original no conseguió transmitir la potencia de los personajes, a pesar de contar con un reparto estelar.

El cine español siempre buscó la obra de Valle, pero llevar a la pantalla ese universo -tan ingenioso como feroz- es meterse hasta su alma, y pocas veces una versión para el cine consigue el aplauso. El genial Juan Antonio Bardem lo intentó con Sonatas (1959), una producción hispano-mexicana, con la actriz María Félix. La película le llevó a la ruína económica y, en lo artístico, no conseguimos reconocer en Paco Rabal al marqués de Bradomín.

María Félix y Paco Rabal en Sonatas.

En El amor (1948), Roberto Rossellini  une dos episodios protagonizados por Anna Magnani. En el segundo de ellos, El milagro, escrito y tamén interpretado por Federico Fellini, reconocemos  Flor de Santidad de don Ramón, una novela de la que Adolfo Marsillach hizo en 1972 unha versión cinematográfica muy atrevida. El guión, escrito a cuatro manos con Pedro Carvajal, es una traslación tan libre que practicamente deja como trama secundaria la historia contada por Valle.  En la composición de cada plano se percibe la mirada teatral de Marsillach, quien, con la que era súa ópera prima, abandonó los platós para centrarse en una reconecida carrera como director y actor de escena.

Anna Magnani, en El amor, de Rossellini.

Con los cuentos Beatriz, Mi hermana Antonia e Rosarito, Gonzalo Suárez montó la película Beatriz (1976), en la que la visión de religión y erotismo de Valle-Inclán, encarnada en la pantalla por Nadiuska, suponía un gran atractivo para una España en la que empezaba a correr brisa de libertad. Suárez captó la atmósfera asfixiante, la sensación de soledad y unos magníficos retratos del pazo de Tor en la comarca de Lemos.

José Luís García Sánchez y Rafael Azcona llevaron a los cines Tirano Banderas (1993) con incuestionable acierto narrativo: la crueldad del tirano, bien traducida a lenguaje cinematográfico, fue bendecida por seis premios Goya. García Sánchez ya estaba entrenado, no era la primera vez que se atrevía con Valle-Inclán: la adaptación de Divinas Palabras (1987) le obligó a empaparse del peculiar mundo de don Ramón, pero en esta ocasión faltó en la película el alma del novelista.

Escena de Divinas palabras.

Don Ramón seguía en la barbería, era él, aunque los chicos le abrieron ficha de cliente con el nombre de Juan Carlos Sánchez -acababa de verlo interpretando a Valle-Inclán en la segunda temporada de El Ministerio del Tiempo-. Para disimular, entré en la frutería a comprar unos melocotones. Antonio, que es un tipo con mucha sorna y que se las sabe todas, me calzó: «¿Vas a pedir vez para llevarlos a afeitar?». «Cráneo privilegiado», pensé.

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