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Para cualquier monárquico hay algo aun más descorazonador que los datos de la encuesta de la Plataforma de Medios Independientes analizados según lo que votaría la gente a día de hoy, más deprimente aún que el vídeo de la Fundación Libres e Iguales donde exun-poco-de-todo y celebrities van diciendo «¡Viva el Rey!» como si fuesen monárquicos anónimos rehabilitados que hubiesen decidido dar testimonio de su adicción.
Ese algo peor es mirar los datos en perspectiva y proyectando las tendencias que marcan para el futuro de la institución. Hoy los datos no salen buenos para una monarquía que divide a una sociedad a la que debería de unir. Pero proyectando al mañana los datos se vuelven inexorables. Si hoy se celebrara un referéndum sobre la monarquía seguramente ganaría, en cinco años la cosa andaría muy justa y dentro de diez años perdería sin remedio; no tanto porque muera la institución, sino porque desaparecen los monárquicos.
Esta cruda verdad lo es para los monárquicos españoles y para los monárquicos gallegos. El tamaño de la muestra en nuestro país no permite extraer datos fiables pana Galicia, pero sí evaluar hipotéticas desviaciones sobre las tendencias que acredita el conjunto de la muestra. La edad es la variable que más impacta en la posición frente a monarquía. Los monárquicos suman mayoría entre los nacidos antes de los setenta. A partir de esa década comienza un inexorable declive que los convierte en una especie en extinción entre los menores de veinte años. Los datos gallegos apuntan tendencias ligeramente más favorables para la monarquía porque aún somos mayoría los nacidos con el franquismo.
La mala noticia es que eso va a cambiar en unos pocos años y será exactamente al revés. Entre los menores de 40 años, gallegos y de fuera, la demanda de referéndum es mayoritaria, igual que la voluntad de votar por la república, igual que una valoración media de claro suspenso a la institución y aun más a las personas que la encarnan, igual que la certeza de que el hijo sabía de los negocios del padre, o la percepción de que la monarquía debería ser neutral, pero los dos reyes son claramente de derechas, o debería de representar la visión descentralizada del Estado, pero a los dos se les localiza en la pulsión centralista.
Para superar una perspectiva tan desfavorable, Felipe VI debería estar recibiendo hoy valoraciones de notable alto, tanto para satisfacer las expectativas mayoritarias sobre su trabajo, como para controlar los daños causados por la crisis territorial o los negocios del Emérito. El problema es que no pasa del aprobado raspado; entre los nacidos antes de la Transición le gana su madre y suspende sin remedio entre los nacidos en la democracia. Las expectativas tampoco mejoran cuando se le pregunta a la gente por las reformas que la mayoría de la muestra demanda en la institución.
La gente quiere una monarquía que sea responsable y juzgable por sus actos, que rinda cuentas públicas de lo que hace y de lo que gasta, que no se meta en el proceso de formación de gobierno y en la que hasta el papel de jefe de las fuerzas armadas solo sale apoyado por una clara minoría. Dicho en cristiano y para entendernos todos: un presidente o presidenta a quién reclamar responsabilidades y exigir explicaciones; pero eso no es un monarca constitucional.
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