Reyezuelos

Este artigo tamén está dispoñible en: Galego

Había una vez un rey viejo… Había una vez un rey y una reina…. Había una vez el hijo de un rey… (Es war einmail ein alter König… Es war einmal ein König und eine Königin…  Es war einmal ein Königssohn…). Muchos relatos de los Hermanos Grimm comienzan así, narrando historias donde casi siempre el monarca no sale bien parado. Hace muchos años, cada Navidad, mi padre me regalaba libros de cuentos. Me obsesioné con los clásicos alemanes. De algún modo, con su crueldad y sus tramas perturbadoras, sus relatos se me hacían cercanos y familiares. Nosotros también recogíamos frambuesas y paseábamos por bosques mágicos en los que, con frecuencia, nos encontrábamos con brujas disfrazadas de viejas, que constantemente nos hacían preguntas.

Como en aquellas narraciones, yo también tenía tres hermanos a los que, a través de mis lecturas, comencé a mirar con curiosidad, pensando si seguramente, como decían las historias, sería el más joven el que nos salvaría, el que encontraría el anillo mágico o, si bien, tendría que rescatarlos yo casándome con un príncipe, etc. Además, en este país teníamos un rey. Nuestro monarca a mí se me parecía mucho a un agricultor del pueblo, que tenía vacas, conejos, gallinas, un campo de maíz y un hijo con el que jugábamos al fútbol. Aquel agricultor como el rey emérito, también acabó siendo un fraude. Resultó ser un ogro maltratador que a punto estuvo de matar a su mujer. El rey de entonces me parecía un monarca de los cuentos, solamente, cuando salía vestido de militar, con alguna banda azulona o roja cruzándole el pecho lleno de medallas. Si no llevaba uniforme era solo el labrador, el marido de Manola, un gigantón con cara de pánfilo, manos de pelotari y cerebro de chicle.

Décadas antes de descubrir las palizas que se sucedían en casa de nuestro amigo, los niños intuíamos que aquel jayán no era trigo limpio. Nuestro compañero de juegos a veces llegaba llorando porque su padre lo había hartado a puñetazos. Sin embargo, no fue hasta hace muy poco, cuando por fin el canalla se murió, que confirmé lo que realmente pasaba tras las puertas de su casa. Durante años molió a su esposa. El hombretón le pegaba a su mujer, a sus hijos, a sus animales; a toda la familia. Mi padre me contó que una vez, se ofreció a arrearle un escopetazo a mi perro. Ringo, era un setter inglés, juguetón y completamente inútil para ser perro de guardia o para dedicarlo a la caza, en un hogar donde solo cazábamos moscas. El perro no servía para nada más que para sacarles risas a los niños y según el abusón, lo mejor era matarlo. Mi padre le agradeció su interés, pero rechazó su oferta de buenas maneras. Unos años después mi canciño murió envenenado.

Ahora me parece que el matón abusador no solo era físicamente idéntico al emérito Juan Carlos, sino que efectivamente sí fue un rey de verdad, uno de cuento, de esos seres engreídos y caprichosos, que no dudan en arruinar a quien haga falta para lograr su objetivo. Hace unos días leyendo que un grupo de altos cargos militares se regocijan con la idea de fusilar a media España, pensé que como mínimo, Felipe VI los amonestaría. Sin embargo, cuando escribo esto, han pasado varios días y estos señores de uniforme a los que les gustaría lincharnos a balazos, siguen tan campantes, cobrando un salario de jubilados proporcionado por el Ministerio de Defensa. Es más, hasta le han escrito una carta al rey denunciando, según ellos, el estado de emergencia y caos que se vive en España. La misiva y los comentarios sobre fusilamientos (porque les parecerá que no servimos para nada), serían un escándalo en cualquier democracia, pero parece que aquí estamos curtidos. No obstante, lo que me resulta un ESCÁNDALO con mayúsculas, es que el rey no haya dicho ni mu. Cuando los catalanes hicieron un referéndum, o sea, salieron a votar, su alteza Felipe VI estuvo a punto de soltarles a los galgos castellanos. Sin embargo, cuando ex altos cargos militares se entretienen divagando sobre asesinar a la mitad de la ciudadanía, el rey hace mutis por el foro. Cuanto más lo pienso, más segura estoy de que este reino absurdo e impuesto sigue siendo una aldea de los Hermanos Grimm. Un burgo disparatado en la que su alteza, Rey de los Desatinos, se comporta muy en su papel, como un rey cliché. Lo que supongo que será normal porque un rey demócrata es una paradoja o al menos un oxímoron. ¿Cómo se va a comportar un rey? ¡Pues como el puto amo! Pero por si en el villorrio nos faltaran bribones, ha salido por ahí otro personaje clásico: un juez que, (¡pardiez!), criminaliza la blasfemia. Así que continúen leyendo atentamente, porque cualquier día volveremos a la tradición torquemadesca de quemar brujas (que ya quisieran los Grimm). La única duda que me queda es que si por Navidad, el monarca regalará cuentos de reyezuelos a su hija Leonor.

 

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