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Foto Adolfo Luján
Hora y media de sentada para impedir el paso de unos jetas en el desfile del Orgullo de Madrid generó un momento insólito: la expulsión de Ciudadanos del lugar que no tenía que ocupar dentro de la expresión política suprema del movimiento LGTBI, la auténtica Semana Santa del mariconeo hispano, que saca a sus sudorosos y manoseados cuerpos tal Macarenas por Prado y Recoletos, entre animadas saetas a ritmo clubbing.
Algunos progres nostálgicos de cierta izquierda casposa se quejan de que la marcha del Orgullo carece de simbolismo político, que fue entregada a los bares, la fiesta y las marcas, que la peña va de juerga olvidando la reivindicación. Pues ya ven que no. La marcha tiene más poder que los aburridos manifiestos, pues fue capaz de crear uno de los episodios más espléndidos para desenmascarar a la nueva derecha: «–¡Fuera de aquí, hipócritas, no se os quiere!». Y hora y media después allá se fueron, protegidos por la policía y con su pinkwasing a las catacumbas, a llorar por los platós. Madrid es vuestro, fachas y arrimados. Pero hoy podemos entonar el genuino «no pasarán», como vosotros desplazasteis la bandera arco iris de su lugar de honor en el palacio de Cibeles, sustituyéndola por la rojigualda, profundizando en la identidad franquista y el simbolismo opresor de la enseña borbónica… después os quejáis.
La marcha de Madrid cada primer sábado tras el 28J había caído en cierto letargo tras la normalización legal de buena parte de las reivindicaciones del movimiento LGTBIQ+. Todavía quedan algunas cuestiones relacionadas con el género y ahí estamos todos, tras las pancartas trans, reclamando la libertad de que cada uno viva su vida como desee y no como marque ningún canon sagrado. Y luchando contra las fobias todavía habitan las cabezas de algún pobre ser.
Por fortuna, quienes no se identifican con la fiesta principal de Madrid Orgullo participan en el Orgullo Crítico, en el Orgullo Vallecano, o acuden a Madrid tras moverse en sus ciudades el finde anterior en manifestaciones más tradicionalmente reivindicativas.
La actitud macarra de los naranjas –provocar a toda costa y ejercer de víctimas, como hicieron en Alsasua y en no pocos lugares de Cataluña– nace de una idea desfasada del liberalismo, propia del XIX: yo hago lo que me da la gana, sin que nadie pueda pararme.
Pues no. Tu libertad, churri, no es tuya. Tu libertad no es tu coche o tu piso. La cosa es algo más compleja. Tú sólo eres una pequeña parte de la libertad de quienes compartimos sociedad y vivimos en colectividad e interdependencia, aspiramos a la armonía y luchamos por mejorar el mundo. Tienes la opción de seguir viendo sólo españoles que hacen lo que les sale del culo. Nosotros vemos el arco iris. Es otro nivel. Quizá no lo entiendas, pero es lo que hay.
Esta gente no diferencia entre maricones alterados y multinacionales sedientas de beneficios. El caso es hacer valer el derecho al éxito personal, a la iniciativa individual, a que uno mismo sea lo único importante, no la sociedad a la que pertenece. Lo privado contra lo público. Por eso proponen contratos únicos y sin cargas empresariales y tratan de eliminar los convenios colectivos, u opinan que los impuestos son malos. Por eso les estorban las garantías laborales de los curritos, por eso, en nombre de la libertad individual, potencian la enseñanza religiosa y entregan la sanidad al mercado. Por eso quieren legalizar los vientres de alquiler para convertir a las mujeres en mercancía. Lo del orgullo no coló, porque algunas veces, la gente protagoniza episodios maravillosos que llenan la calle de poesía.
El «porque yo lo valgo» sirve para la intimidad del champú, pero no para las relaciones sociales más complejas, cari. Si no entiendes eso, nunca entenderás por qué te hicieron salir por patas. Quienes se sentaron en el Prado para impedirte el paso se perdieron por Madrid más tarde disfrutando de sus cuerpos en oscuros clubes llenos de sexo, morbo y placer, de fiestas hedonistas, nudistas o exhibicionistas, de exuberantes espectáculos llenos de color y brillo, de juegos sadomasoquistas, de saunas llenas de sugerentes instantes. De románticas veladas con sus parejas felices o disfrutando su soltería como desean, porque viven en el arco iris, no en la histérica elocuencia, como tú. Pero antes de eso, hicieron lo que tenían que hacer: mandarte a paseo con la lengua entre las piernas.
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