Siempre Chano

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El tocadiscos sonaba en el salón. Mi padre barajaba una docena de vinilos de música clásica a 33 revoluciones y a los hijos nos dejaban pinchar a Karina o a Los Pekenikes en aquellos 45 rpm que regalaban Mirinda o el coñac Fundador. Y ahí se acababa la riqueza musical de nuestra casa en los años 60. No recuerdo ningún disco en gallego. Cuando íbamos los fines de semana a coger el barco a Cangas, frente al puerto, pasábamos por la terraza del Hotel Universal, donde en primavera y verano, en sesión vermú y de tarde noche, amenizaba alguna orquesta que sacaba melodías de instrumentos de los que yo no sabía ni el nombre y que me hacía soñar con bailar durante horas. El final del sueño era siempre el mismo: azote en el culo, risas del público y yo llorando mientras mi padre me tiraba de la coleta para sacarme de allí. En la terraza del Universal de Vigo actuaron la cupletista Olga Ramos -a la que nunca escuché- y los fenómenos de las orquestas de la época, como Los Tamara del gran Pucho Boedo, el primer artista que vi cantar en gallego. Hasta que, en los 70, descubrí el pop de Andrés do Barro y, en los 80, el rock de Reixa y Os Resentidos.

Terraza del Hotel Universal. Foto: Magar.

Con el cine me pasó parecido. Nunca imaginé que alguien arriesgaría y rodase ficción en gallego. La primera película que vi en nuestra lengua se titulaba Eu, o tolo (1982), protagonizada por Xosé Manuel Olveira, Pico. No conocía a su director, Chano Piñeiro -sólo sabía que despachaba en la farmacia cercana a la casa de mi abuela-, pero recuerdo que copaba los créditos: director, guionista, cámara, montador y productor. Y ese hombre idealista se convirtió en un ídolo para mí. Eran tiempos de teatro en gallego, pero no había llegado aún la televisión autonómica y el cine en nuestro idioma aparecía como algo exótico.

Mamasunción (1984).

Chano resultó un ídolo perfecto, sin fisuras. Con Mamasunción (1985) alcanzó el reconocimiento internacional por veinte minutos en los que condensa quilos de nostalgia, soledad y ternura. Mamasunción, una mujer de aldea, acude cada día durante 40 años al reparto del correo a esperar carta de su hijo emigrado en México. La vejez, los años y la tristeza de la emigración están retratados hasta encoger el alma en este relato inspirado en el de una anciana real de Forcarei.

Chano captaba la realidad a través del cristal y tocaba las emociones con historias cotidianas. En el corto Esperanza (1986) muestra toda la crudeza del alcoholismo: «Qué amargo es tener que beber las propias lágrimas», escribe sobre el fundido a negro final.

Su primer largometraje, Sempre Xonxa (1989), cala el alma con un viaje emocional e histórico por la emigración gallega en los años 40 y por las consecuencias que arrastra hasta bien entrados los 80. Estructurada alrededor de las cuatro estaciones del año -que se corresponden con los ciclos de la vida de los personajes: infancia, juventud, madurez y vejez-, nos lleva por la vida y los sentimientos de Xonxa, Pancho y Birutas. Siempre con el prisma del rural gallego, brillante en cada plano. Las salas de cine colgaron aquel invierno el cartel de “No hay localidades”, la actriz Uxía Blanco floreció como la dama del cine gallego y el público reconocía al fotógrafo Manuel Ferrol entre los habitantes de ese hermoso entorno que inmortaliza Piñeiro.

Sempre Xonxa (1989)

O camiño das estrelas (1993), su último trabajo, es un corto por encargo, un documental que busca vender Galicia en el Xacobeo 93 y en el que Chano ofrece una imagen del país muy diferente a la de los panfletos que circulaban entonces. Como buen boticario que era, dio con la fórmula que tenía la dosis justa de tradición y modernidad para mostrar la identidad cultural del momento, tan arraigada en nuestras costumbres. Una propuesta imaginativa y personal.

Tengo una deuda pendiente con el director: nunca pude ver Os paxaros morren no aire (1978), el corto con el que su fantasía empezó a volar, porque el cine para él, lo dejó dicho, era como volar. Voló alto muy pronto y quiero pensar que está componiendo un plano general de la vida en Galicia. Era sensible y gran conocedor de la tierra que pisaba; creía en ella y sabía iluminarla y transmitirla. De Chano Piñeiro aprendí a sentir orgullo de lo nuestro; su voz va siempre conmigo: «Siendo gallegos podemos llegar a ser universales».

* La foto de apertura es de Tino Viz (La Voz de Galicia).

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