Matonismo homófobo en Riazor

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Parece que las últimas palabras que Samu escuchó no fueron cabrón o hijoputa, sino maricón, y seguramente maricón de mierda.

Un sustrato profundamente machista y homófobo al pie de las olas del Orzán aquella madrugada de sábado en que una turba de asesinos mataron a Samu, 24 años, un tipo lleno de luz y de futuro. Al parecer, solo intentaba que el grupo de descerebrados que lo mataron entrasen en razón.

De los testimonios que van saliendo, todos de parte de las víctimas, podemos deducir una situación bastante verosímil. Es fácil deducir que la policía y la Justicia corroborarán, detalle arriba o abajo, estas primeras impresiones.

Inicialmente, la discusión era sobre la orientación del teléfono móvil. Si estaban utilizando la cámara frontal o la trasera. La panda de alimañas, envalentonada y cobijada en su comportamiento  gregario, se pone farruca y ataca. Se genera la pelea. Entre el grupo agredido está Samu, que con varias amigas, tratan de defenderse.

Por alguna razón, los agresores supusieron o notaron que era gay, con lo que, además de la pantalla telefónica, localizaron un nuevo argumento para su espiral violenta. Viene un maricón a decirnos lo que tenemos que hacer. El chaval recibió golpes que le causaron el final terrible que conocemos. El fin de una vida llena de energía, alegría y proyectos.

Con papel de fumar

Durante el fin de semana se pone en marcha la maquinaria de la indignación. La gente se divide en considerar o no homófobo el crimen. No es homofobia. Que Samu fuera gay no fue determinante, lo matarían igual. Fue homofobia. Proferían gritos de «maricón» mientras lo ejecutaban. Incluso algún periodista inventó lo de que «estaba con su novia», en un alarde de audacia profesional.

Si algo tiene la homofobia es un profundo componente machista, matonista, ese rescoldo mental que tardaremos lustros en superar. Un  supremacismo de la fuerza bruta, de la sinrazón y del odio. Horroriza imaginar una turba de unos cuántos garrulazos contra un joven y dos colegas. Resulta tan insoportable como cualquier crimen repugnante, lleve la palabra que lleve y tengan la orientación sexual que tengan las víctimas. El matonismo de siempre, con las víctimas de siempre y con los verdugos de siempre.

 

Difícil entender la actitud higiénica ante el uso de la palabra homofobia en un episodio en el que, aunque fuese con una motivación previa, se mezclaban golpes criminales y la palabra maricón. Ese higienismo es una poderosa rama del árbol violento que ahoga nuestras vidas hasta límites insospechados. El relato de la extrema derecha negando machismo y homofobia se vislumbra tras esas reservas.

Distintas verdades

Cada persona es libre de ubicar donde quiera el umbral de la paciencia. El que le permite establecer, en este caso, lo que es homofobia y lo que no.

Un debate que está relacionado con la verdad jurídica o policial, pero no solo. Los atestados describen lo que han visto los testigos y reconstruyen la realidad, algo útil y muy necesario para aproximarse a la objetividad y aplicar las leyes. Viven en su mundo, que a veces es el nuestro y otras no, aunque haya que aceptarlo como bueno.

Existe otra verdad, la periodística, la que recoge los datos relevantes a partir de sus fuentes, más o menos sólidas, oficiales o no, con muchas dificultades en especial cuando el sumario es secreto. Una verdad que confiere al periodismo una enorme responsabilidad en la interpretación de lo que pasa, ya que se basa en el principio de la verdad selectiva (los datos que el o la periodista elige y prioriza para escribir su relato).

En el caso de este asesinato, algunos medios locales fueron extremadamente cautos a la hora de relacionar el crimen con la homofobia. Se fijaban únicamente en la motivación inicial y negaron valor a los testigos presenciales, quizá porque solo existían de la parte de las víctimas, como si los gritos de «maricón» no tuviesen importancia alguna. Ojalá mediten sobre si el argumentario LGTB sirve únicamente para conmemoraciones retóricas o es necesario incorporarlo al ejercicio de una profesión que puede haberse quedado algo anclada en la esclerosis objetivista.

Pero por encima de todas ellas está la verdad que percibimos, la que compartimos, la que nos permite expresarnos y formarnos nuestra propia opinión. Imaginad que Samu fuese negro y que esta discusión telefónica con resultado letal acabase con gritos de «negro de mierda vuelve a la selva». Quien se atrevería a decir que eso no era racismo? Alguna duda?

Homofobia y  matonismo, con todas las letras, sin gota de victimismo. El asesinato requiere una respuesta rotunda por asesinato. Y una respuesta rotunda por utilizar argumentos insoportables en pleno patíbulo. Porque puede que las últimas palabras que Samu escuchó de sus asesinos no  fuesen cabrón o hijoputa, sino maricón, y seguramente maricón de mierda, un apelativo mucho más frecuente de lo que parece, y que aportan a este crimen un plus de ese veneno que tenemos que desterrar, por muy difícil que sea.

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