Este artigo tamén está dispoñible en: Galego
Hay dos mantras desmovilizadores que son trending topic en la sociedad española desde la década de los 40 del siglo pasado: «No te signifiques» (o «No te metas en nada») y «Protestar no vale para nada». Los dos estaban y están basados en la experiencia, en experiencias trágicas, pero también hay una enorme serie de excepciones, aquí y fuera, que desmontan esa regla. El 1 de Mayo se conmemora una de ellas. Si en teoría la jornada es de ocho horas (aunque en la actualidad, más que un tope legal, en la mayoría de los casos ese es un objetivo a conseguir), los niños no trabajan en las minas (que ahora no hay) y hay derecho a descansar los festivos (o por lo menos a cobrarlos o a compensarlos) es porque algunos, algunos bastantes, no hicieron caso de esos sabios consejos.
Habrá quien diga que aquellas luchas estaban claras, que era mucho lo que se podía ganar y poco lo que se podía perder. A mí quedar sin empleo en tiempos de hambre o enfrentarse la una patronal que utilizaba como guardia propia a las fuerzas de seguridad me parece que es arriesgar mucho más que poco. Quizás lo que tenían era la esperanza de que acabarían ganando porque tenían la razón de su parte, ya que dios y la ley estaban de la otra.
Las últimas protestas cogieron fuerza y fermentaron sin estar guiadas por bandería alguna, sino por la suma de distintos esfuerzos organizativos, en red
Exactamente eso es lo mismo que galvaniza las movilizaciones con más éxito de los últimos tiempos. El fuerte convencimiento de tener la razón. El tsunami de las mujeres, sea el del 8 de marzo, sea el de la protesta contra la sentencia de La Manada, no tiene reclamaciones concretas (aunque las haya), sino el hartazgo de aguantar una situación de facto que muchos -y muchas instancias- niegan que exista. La puesta en pie de los pensionistas fue también una revuelta motivada no por otro recorte de derechos, sino contra la desvergüenza, contra una tomadura de pelo. La huelga de los funcionarios de justicia, acabe como acabe, es también una apuesta por la dignidad.
Las tres -y otras que se me pasan- se caracterizaron porque cogieron fuerza y fermentaron sin estar guiadas por bandería alguna, sino por la suma de distintos esfuerzos organizativos, en red. El riesgo, como le pasó a la protesta de los viejos, como le está pasando a la de los trabajadores de la justicia es cuando se quiere llevar esa riada a cada canal. Si hay algo que le siente mal al un movimiento de protesta popular es, como evidencia la misma palabra, que lo capitalicen.
Este artigo tamén está dispoñible en: Galego