Cuadernos de cine

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Hace algún tiempo, el director Jorge Coira me enseñó un cuaderno en el que apuntaba títulos de películas: tenía uno por día, con anotaciones sobre cada cinta que veía. Me pareció la mejor de las ideas para recordar diálogos o escenas de impacto y ahorrarme el trabajo de, con el tiempo, andar buscando en la memoria. Me prometí copiarle y compré un bonito cuaderno con un diseño muy cinematográfico. Estos días necesitaba uno y, cosa rara en mí, lo encontré y comprobé que el ansia me había durado dos entradas contadas, lunes y martes: la del lunes, El pequeño mago (2013), de Roque Cameselle; la del martes, Martes, después de navidad (2010). No recuerdo nada más de ese drama rumano porque solo fui capaz de discurrir este apunte: «Hoy es martes, como en la película». Y a partir de ahí, unas treinta páginas en blanco. Podría ver un filme cada día de la semana y repetir esa misma nota, que es como escribir nada. Siento envidia de las personas ordenadas y metódicas capaces de llevar hasta el final lo que se proponen: Jorge apuntó meticulosamente 365 cintas, mientras que yo pasé más tiempo escogiendo el cuaderno que escribiendo en él.

El director Jorge Coira.

La reconversión industrial es el escenario de Los lunes al sol (2002), de Fernando León de Aranoa. Los años ochenta golpearon duramente en Vigo al sector naval, al que entonces le cantaba Antón Reixa, lo que provocó que millares de trabajadores saliesen a la calle a defender lo suyo. Con una sensibilidad que desarma hasta al espectador más entero, León de Aranoa retrata lo cotidiano de los personajes que interpretan Luis Tosar, Javier Bardem y Jose Ángel Egido, arrastrados al fracaso por la crudeza de la crisis.

Martes de Carnaval (1991), de Fernando Bauluz y Pedro Carvajal, va sobre la vida y la muerte. Pasó inadvertida, pero es una historia curiosa, rodada en Santiago y Os Ancares, en la que los peliqueiros de Laza comparten pantalla con actrices gallegas como Laura Ponte, Dorotea Bárcena, Rosa Álvarez y una principiante María Pujalte.

Martes de carnaval (1991).

El miércoles es el día del espectador en muchas salas y, en casa, una buena fecha para ver la ingeniosa comedia ¡Oh!, Qué miércoles (1947). Siento debilidad por Harold Lloyd, uno de los hombres con los que más me he reído frente al televisor en blanco y negro. Como Bardem, Tosar y Ejido, Harold también pierde su empleo, pero su peripecia vital es bien diferente de la de los protagonistas de Los lunes al sol.

¡Oh!, Qué miércoles (1947).

Y Los jueves, milagro (1959), una genialidad de Luis García Berlanga. La iglesia y los censores hicieron que la película diese tantos bandazos, «sugirieron» tantos cortes y cambios, que Berlanga les pidió que también firmasen como guionistas. Es difícil imaginar cómo sería el texto original antes de pasar por la tijera institucional, pero lo que se filmó conserva una implacable sátira anticlerical y merece estar, y está, entre las grandes comedias españolas.

Los jueves, milagro, de Berlanga.

Un milagro es lo que necesitan los «Venres negros» de la CRTVG. Los medios públicos languidecen mientras nos quedamos callados, sin exigir como contribuyentes lo que deberíamos. Trabajadores de la radio y de la televisión reclaman atención viernes tras viernes y piden que nos impliquemos en sus reivindicaciones: la libertad para poder ofrecernos una información de calidad. Quizá sea casualidad, pero la saga más popular de películas de terror lleva ese día de la semana en el título: Viernes 13. Nada menos que ocho en nueve años: esperemos que a los viernes negros de la Gallega los asista un milagro berlanguiano y no duren tanto, o que acaben dando para una comedia tan buena como Nacida en viernes (1941), de Vittorio De Sica.

Uno de los «Venres negros» de la CRTVG.

El musical Fiebre del sábado noche (1977), basado en un libreto teatral, animó a medio planeta a bailar las canciones de los Bee Gees al ritmo de Tony Manero. El filme, conducido por el encanto de un John Travolta brillante y entregado, tiene unos planos que te meten en la pista de baile, pero el argumento es simple en los conflictos: el baile como única salida para una juventud perdida en la cuidad.

Akira Kurosawa dirigió Un domingo maravilloso (1947), y Bertrand Tavernier, Un domingo en el campo (1984), ambas intimistas, sinceras y emotivas. Los domingos son tardes de buenas pelis, y no parece justo manchar el nombre de este día con filmes infumables.

Un domingo maravilloso, de Kurosawa.

El reciclaje de mi cuaderno evoluciona favorablemente. Esta semana escribí los títulos de las películas sobre las que iba a hablar en este artículo, uno cada día. Tal vez dentro de quince días ni me acuerde de ella y mis recuerdos cinematográficos sigan siendo páginas en blanco.

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